Por Ricardo del Barco *
Al iniciar este trabajo quisiera recordar dos afirmaciones de origen periodístico. La primera pertenece a una chilena lúcida, Lucía Santa Cruz, quien en su columna del diario Mercurio sobre el tema que nos ocupa decía:
“La primera reflexión que surge es que, al contrario de lo que muchas veces se presume, la democracia representativa no es algo que pueda darse por descontado, pues, es una anomalía en la historia de la humanidad. Solemos olvidar que por miles de años la normalidad era la miseria material, la precariedad y el sometimiento de la mayoría a la opresión de unos pocos. Los derechos humanos, el crecimiento económico en el planeta, la prosperidad, la posibilidad de reducir la pobreza, son fenómenos nuevos de la modernidad, ligados a esta revolución intelectual promovida por la introducción de la idea lockiana de gobiernos emanados del consentimiento ciudadano, con atribuciones limitadas y con una polis integrada por personas todas iguales ante la ley. La representación de un individuo que es sujeto de derechos personales y civiles inalienables, con un espacio privado e íntimo, salvaguardado de la intrusión pública, emancipado de la tuición que ejercían sobre él la tradición, la colectividad y las autoridades soberanas por derecho divino, son todos conceptos nuevos, revolucionarios, ligados a la modernidad”. (1)
La segunda pertenece a un periodista cordobés, Sergio Supo, quien afirmó, con motivo de una reunión de más de 30 dirigentes, politólogos, economistas y periodistas que dibujaron en conjunto esa definición, reunidos por el Instituto para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA) en el círculo de madera de la Sala Celso Furtado de la Cepal, a orillas del río Mapocho:
“La democracia es una joven latinoamericana que entra a la madurez sin ocultar su orgullo por su consolidación y resiliencia, pero a la vez preocupada y nerviosa por los desafíos de estos tiempos de incertidumbre. Teme perder parte de lo conseguido y espera adaptarse, aunque con retraso, a la descomunal transformación que producen en la economía mundial la revolución de las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial”. (2)
La primera de las citas anteriores nos recuerda algo que muchas veces tendemos a olvidar: la democracia es una flor exótica en la historia de la humanidad y como tal debe ser cuidada de manera especial. La segunda nos pone frente a esta ambigua y compleja situación que combina orgullo por la consolidación y temor frente a nuevos tiempos de incertidumbre.
Opinión e ideas sobre América Latina
Iniciamos pues este análisis con el moderado optimismo por lo conseguido y una reflexiva preocupación por desafíos que deben ser estudiados y enfrentados con lucidez y realismo:
1) La falta de interés de los ciudadanos
2) La corrupción
3) La falta de un pensamiento fuerte arraigado en valores
4) La ausencia de liderazgos ciudadanos
5) El escaso interés por lo público
6) La falta de formación política de la ciudadanía
1) La falta de interés de los ciudadanos
Una democracia supone y necesita de ciudadanos. La gran diferencia entre democracia y autocracia consiste en que en ésta no hay ciudadanos sino súbditos. El ciudadano pregunta y exige razones acerca del sentido de los mandatos. El ciudadano está atento al respeto de las leyes y cuestiona los mandatos sin razón. En cambio, en la autocracia los súbditos obedecen por temor o por acostumbramiento. Por ello, la ciudadanía se basa en un sistema de diálogos entre gobernantes y gobernados. Diálogo entre gobernados que tienen visiones distintas y a veces contradictorias. El monólogo de los gobernantes es un indicador claro de autocracia. Diálogo que no supone ausencia de autoridad sino por el contrario, es la presencia de la auctoritas, es decir autoridad como poder moral y no simple y desnuda potestad. La ciudadanía está muchas veces unida a una situación de incomodidad, ya que nos exige un esfuerzo serio de participación, cambiando nuestro rol de espectador para implicarnos en la tarea del hacer, sin tener nunca el éxito ni el reconocimiento asegurado. Pero éste es el riesgo y el precio de la libertad. Albert Camus con extraordinaria lucidez dijo: “La libertad no es un regalo que se recibe de un Estado o de un jefe, sino un bien que se conquista cada día, con el esfuerzo de cada cual y la unión de todos”.El desinterés ciudadano suele ser la coartada fácil para eludir responsabilidades. Pero es también el mejor caldo de cultivo para la implementación de las autocracias y las tecnocracias que acechan nuestras democracias, dejamos el manejo de los asuntos públicos en mano de otros y éstos -más temprano que tarde- nos cobran la factura en nombre de haber asumido esas responsabilidades que en principio son nuestras. De nuevo, la cita de Camus: “La libertad no es un regalo, sino un bien que se conquista”.
Las democracias pueden perderse, nunca puede decirse que un régimen democrático es inmodificable. Es necesario vigilar su mantenimiento y responder con prontitud e inteligencia a los desafíos señalados.
Parafraseando el dicho atribuido a la madre del último rey moro de Granada, cuando éste entregaba las llaves de la ciudad a los Reyes Católicos, cuando caen las democracias por la desidia ciudadana, podríamos decir: “Llora como esclavo lo que no supiste defender como ciudadano”.
2) La corrupción
Podría intentar definir qué es la corrupción, pero prefiero caracterizarla a la manera de los clásicos y decir que es la apropiación de los bienes de la polis para llevarlas al oikos.
La ventaja de esta caracterización es que -además de dar cuenta de su naturaleza-, se consustancia con la percepción ciudadana que ve de manera constante y reiterada que las fortunas personales de los gobernantes y sus allegados crecen sin explicación ni motivo alguno. Personajes que ha llevado una vida modesta y de estrecheces, generalmente sin destacarse en ningún aspecto del saber profesional, a poco tiempo de acceder a un cargo, cambian de manera visible y, en general, ostentosa, su nivel de vida. A poco de instalarse se advierte el cambio, pero al transcurrir el tiempo y al calor de sucesivas reelecciones, pasan a conforma una verdadera oligarquía. La praxis política y los medios de comunicación han popularizado el término “casta política” para referirse a los gobernantes y a su desparpajo en la exhibición de las conductas. Pero una vez más prefiero el lenguaje clásico y utilizo el término “oligarquía”. Éste no es sólo el gobierno de pocos sino de pocos que buscan su propio beneficio. Es cierto que la denuncia de corrupción es un arma poderosa en la lucha política y que es utilizada con frecuencia para descalificar a los adversarios. Pero en un análisis comparado de las últimas décadas en la política latinoamericana, se han podido encontrar reiterados casos de corrupción. Dos factores juegan un papel destacado en la difusión y aumento de este flagelo: por un lado, la lentitud, ineficacia, cuando no complicidad, del Poder Judicial y, por el otro, la actitud ciudadana que tiende a normalizar las conductas corruptas. Soy consciente de que no son la únicas, sino tal vez las más evidentes y preocupantes. La primera, la justicia, que hace encallar los procesos en largos, farragosos e ineficaces intentos de determinar culpables y castigar conductas. La segundo, la actitud ciudadana que no ejerce la condena social y que se convence de que esto es” inevitable”. Cambio de actitudes, reforma de las instituciones y una reiterada predica de los demócratas, de que la política es servicio y no negocio. Pueden ser el comienzo de la solución. Cuando me refiero a al predica, no sólo digo de palabras y discursos sino de actitudes testimoniales que demuestren que es posible servir en la vida pública sin aprovecharse ni enriquecerse.
3) La falta de un pensamiento fuerte, arraigado en valores
La sociedad líquida que conceptualizó Bauman define el actual momento histórico en el que se han desvanecido las instituciones sólidas que marcaban nuestra realidad y se ha dado paso a una realidad marcada por la precariedad, el ritmo cambiante e inestable, la celeridad de los acontecimientos y la dinámica agotadora y con tendencia al individualismo de las personas.
Soy consciente de que la expresión “pensamiento fuerte” puede suscitar muchas discusiones e incluso podría decirse que es incompatible con la democracia o que alienta sistemas totalitarios. Me explico: “pensamiento fuerte” lo entiendo como una concepción sólida que, partiendo de la dignidad innegociable de la persona humana, estructura todas las relaciones sociales.
Bauman habla de lo duradero, de lo efímero, de lo pasajero. Estoy convencido de que ninguna de las grandes conquistas de la democracia se ha cimentado en el culto de lo efímero. Antes, por el contrario, la firme creencia de que era posible estructurar la convivencia asegurando el orden, sin sacrificar la libertad, de que era posible coincidir en un credo cívico básico común a pesar de las diferencias, hizo posible los logros de hoy. Imagino una versión líquida de los derechos humanos y la contrapongo al esfuerzo gigantesco y duradero de la generación de la segunda posguerra que hizo posible la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Un pensamiento líquido no habría permitido ese logro.
La descripción de Bauman de esta sociedad líquida no es muy prometedora. Escuchemos brevemente su descripción:
“Hoy hay una enorme cantidad de gente que quiere el cambio, que tiene ideas de cómo hacer el mundo mejor no sólo para ellos sino también para los demás, más hospitalario. Pero en la sociedad contemporánea, en la que somos más libres que nunca antes, a la vez somos también más impotentes que en ningún otro momento de la historia. Todos sentimos la desagradable experiencia de ser incapaces de cambiar nada. Somos un conjunto de individuos con buenas intenciones, pero que entre sus intenciones y diseños y la realidad hay mucha distancia. Todos sufrimos ahora más que en cualquier otro momento la falta absoluta de agentes, de instituciones colectivas capaces de actuar efectivamente”.
Estimo que los párrafos transcriptos no deben llevarnos al desaliento sino que -reconociendo la liquidez en que estamos- debemos procurar crear convicciones sólidas que funden estructuras sólidas, aunque flexibles y cambiantes.