- Daniel García Marco
- BBC News Mundo
Hay cosas de las elecciones de Colombia de este domingo que ya se saben.
Que la mayoría del electorado grita cambio. Que el país muestra señales de transformación. Que las preocupaciones en los últimos años han cambiado. Que los partidos y la política tradicional están en decadencia. Que “los de siempre”, aquellos que siempre ocuparon el poder, pasaron a un segundo plano. Que Colombia está unida en la necesidad de cambio, pero polarizada por cuál es la dimensión y quién lo representa.
Lo que no se sabe, y se definirá este domingo, es a quién eligen los colombianos para representar todo eso y qué sucede con la tensión que genera lo nuevo.
Por un lado, Gustavo Petro, un economista, un intelectual, un exguerrillero que aspira a ser el primer presidente progresista de un país política y económicamente conservador, estable y continuista para lo bueno y lo malo.
Por el otro, Rodolfo Hernández, un político independiente y sin partido que reniega de los políticos, un empresario que quiere llevar las lógicas de las compañías al Estado, un adalid contra la corrupción que el 21 de julio podría ser el primer presidente electo en ser enjuiciado, precisamente, por corrupción.
Si bien Petro propone un cambio de país más estructural, Hernández pretende alterar las formas de la vieja política tradicional con un lenguaje cercano en el que se pone del lado del votante y en contra de los políticos.
Son cambios distintos. El de Petro está más articulado sobre el papel; el de Hernández es más visceral e intuitivo.
Ambos han sabido leer la transformación de un país que en los últimos años vivió dos estallidos sociales, en el que la pandemia exacerbó la enorme desigualdad y en el que el fin del conflicto con la guerrilla dio por fin paso a otras preocupaciones.
Una Colombia en la que también ganan peso las políticas de identidad de mujeres y jóvenes, entre otros colectivos.
¿Pero quiénes son y qué proponen los candidatos?
El histórico giro a la izquierda que plantea Petro
Petro, de 62 años, es senador, fue alcalde de Bogotá y este es su tercer intento de llegar a la presidencia.
En la primera vuelta fue el más votado con 8,5 millones de apoyos, una cifra ya histórica para un candidato de izquierda que ahora ve más cerca que nunca llegar a la Casa de Nariño.
¿Por qué? Porque ha aprovechado el descontento social de un país que estalló en protestas en 2019 y 2021 y que salió de la pandemia más consciente de la tremenda desigualdad del país, la mayor de América Latina.
Junto a su candidata a vicepresidenta, Francia Márquez, una mujer negra, activista social y feminista, ha sabido ganarse el voto femenino. También a los nuevos votantes, los más jóvenes, seducidos por el cambio y por la agenda medioambiental del candidato, entre otras cosas.
Petro no sólo quiere ser el primer presidente de izquierda del país, sino ser el primer presidente costeño, y de la mano de la primera vicepresidenta negra reflejar el país multicultural que es Colombia.
“No es la guerra, es la educación; no es el petróleo y la cocaína, es el trabajo sobre el surco bajo el sol y la transformación de los productos en la industria; no es una oligarquía minoritaria gobernando a Colombia, es una democracia multicolor”, dijo en campaña el candidato del llamado Pacto Histórico.
También propone ambiciosas medidas económicas que sacudirían el orden neoliberal del país. Entre ellas, una reforma fiscal que muchos expertos consideran imprescindible de una forma u otra; e iniciar una transición para acabar con el extractivismo del petróleo, la principal fuente de dinero para el Estado a través de las exportaciones.
En su contra juega el temor a la izquierda de algunos sectores del centro y la derecha, que le achacan un pasado guerrillero en el M-19, grupo que en los años 90 firmó la paz con el Estado, y su cercanía pasada con Hugo Chávez, el fallecido líder venezolano que para muchos colombianos encarna el fracaso del país vecino y el temor de una revolución en casa.
Ese miedo es lo que se ha llamado la “Petrofobia”, quizás el mayor obstáculo de un Petro que con el paso de los años —y de la campaña— se ha ido moderando y centrando, dejando atrás sus propuestas más radicales.
Y siempre crítico con las instituciones, ahora, ante Hernández, se presenta como su mayor valedor.
“Hay cambios que son al vacío, hay cambios que no son cambios, son suicidios”, dijo, presentándose como el cambio moderado.
Rodolfo Hernández y la corrupción como el mal de todo
El ingeniero de 77 años, exalcalde de Bucaramanga, logró en primera vuelta casi 6 millones de votos de forma aparentemente sencilla.
Con una estrategia audaz de redes sociales, con mucha cercanía con la gente pese a la distancia de un candidato que apenas dio entrevistas ni hizo actos de campaña ni participó en debates.
Habla como la gente normal, se equivoca, rectifica a veces, y conquista, sobre todo, al votante de las zonas rurales sin definirse de izquierda ni de derecha.
Al igual que a Petro se le tilda de populista. En su caso porque propone que los problemas del país nacen de una sola fuente: la corrupción. Y los culpables son los políticos, en general, en abstracto.
Su principal promesa de campaña en un programa con poca definición de propuestas es acabar con “la robadera”, como él la define. Y lo amplía con un mantra que ha calado entre sus simpatizantes: “No robar, no mentir, no traicionar y cero impunidad”.
“El problema de Colombia, su cáncer terminal, es que los políticos le están robando al país por toneladas y nos tratan como tontos útiles”, dijo en campaña este empresario de la construcción hecho a sí mismo que ante Petro opone su experiencia en el “mundo real” de la empresa, la eficacia y la gestión.
Algo similar a lo que proponía Donald Trump cuando ganó en Estados Unidos en 2016.
Incluso se habla de que quiere formar un gabinete puramente de empresarios.
También ha dicho que lo primero que hará es firmar un decreto de conmoción nacional para atajar los problemas económicos y sociales del país, algo que levanta dudas por querer gobernar sin contar con un Congreso donde no tendrá bancada.
Eso sería un inconveniente para su eventual gobierno, pero es un activo para su campaña de actor independiente, en la que acepta adhesiones pero sin firmar pactos ni estrechar manos con ningún político.
“Se ha convertido en la voz del cambio, pero no un cambio de derecha, de izquierda ni de centro. Es un simple cambio de discurso que resume las principales preocupaciones de los colombianos, que son las relacionadas con la corrupción”, dijo a la agencia Reuters el analista político Jairo Libreros.
Esas dudas sobre qué hará y cómo será su relación con las instituciones, burocráticas y lentas, pero también garantes de la limitación de poder, le juegan en contra para seducir a un votante más apegado a la institucionalidad de un país sin dictaduras en la historia reciente.
No cree necesaria una reforma fiscal como tal, y algunas de sus frases le han valido el calificativo de machista.
Pero quizás su principal sombra es que, pese a presentarse con éxito como adalid contra la corrupción, el 21 de julio enfrenta un juicio por presunta actividad ilícita cuando era alcalde de Bucaramanga.
Hay voces que dicen que esa acusación le podría incluso impedir asumir la presidencia el 7 de agosto en caso de que gane este domingo.
“Para romper con la politiquería el 19 de junio necesitamos superar los 12 millones de votos”, pidió Hernández que, sin embargo, no ha hecho mucho para ello en la campaña de segunda vuelta, confiado quizás en que la “Petrofobia” le baste.
Cómo pueden ganar el domingo
No tendrá fácil Hernández llegar a esa cifra, que supondría duplicar el resultado de la primera vuelta, aunque asume que es posible porque cuenta con la abrumadora mayoría del voto de la derecha tradicional, cuyo representante, Fico Gutiérrez, se quedó fuera de la segunda.
El centro, sin embargo, podría estar más dividido. Las figuras más representativas entre los moderados han manifestado tanto que votarán en blanco como que apoyarán a uno u otro candidato, por lo que ese electorado es una incógnita.
Las encuestas, que ya no se han podido publicar por ley la última semana, mostraban un empate técnico, es decir, una diferencia muy estrecha que entra dentro de lo que se conoce como margen de error.
Hernández tiene mayor capacidad de mejora, pero también el reto de convencer a casi todos los que se quedaron sin candidato en la primera vuelta. A su favor, la “Petrofobia”, su atractivo en las zonas rurales y que su figura parece casar mejor con el sentimiento contra la política tradicional, clave en estas elecciones.
Petro, por su parte, tiene menor margen de ganancia, y sabe que el desafío es movilizar a quienes ya le votaron en primera y a muchos más.
Busca más apoyos entre el electorado urbano, los jóvenes y las mujeres. Y desea ampliar su ventaja en las zonas más pobres y desiguales del país: las periferias, en las costas Pacífico y Caribe.
Silvia Otero, politóloga de la Universidad del Rosario, destacó que en el Caribe, una de las zonas electorales cruciales por tradición, la participación el 29 de mayo fue 11 puntos porcentuales menor que el promedio nacional.
“La población más importante de la segunda vuelta son los pobres de la costa Caribe que se quedaron en la casa, porque sin ellos Petro no puede aumentar su caudal”.
Las encuestas revelan que hay alrededor de un 10% de indecisos, es decir, casi dos millones de votos. Esos votantes tienen la clave de una presidencia muy disputada.
Los retos del país
Otra cosa que se sabe seguro es que el presidente a partir del 7 de agosto encontrará un país en el que hay muchas demandas y urgencias.
“Gane quien gane, vienen cuatro años que no serán fáciles“, le dijo a BBC Mundo Adolfo Meisel, economista, rector de la Universidad del Norte y ex codirector de la Junta Directiva del Banco de la República.
“El tema que hay que atender con relativa urgencia, sea cuál sea el próximo gobierno, es el tema del déficit fiscal a través de una reforma tributaria”, afirmó el experto.
Una reforma tributaria del actual presidente, Iván Duque, detonó en 2019 unas protestas sociales motivadas por un amplio abanico de exigencias.
Muchas de ellas se resumen en la desigualdad, un problema de larga data en Colombia y que no ha sido solucionado con la bonanza petrolera —la pasada y la actual— ni la estabilidad macroeconómica de las últimas décadas.
El proceso de paz, el fin de la guerra, abrió los ojos a muchos para que vieran el problema. Y la caída de la actividad económica por la pandemia lo agudizó. La mitad de la población vive bajo cierto nivel de pobreza.
“Hay un tema que es de fondo que es la mala distribución del ingreso. Esto no es una cosa reciente (…) pero el país ha mejorado mucho en sus niveles de vida en las últimas décadas. Estamos muchísimo mejor ahora que hace 50 años. Pero, dicho eso, cuando la gente está mejor, es cuando la gente aspira a cambios”, dijo Meisel.
En lo político tanto Petro como Hernández enfrentarán contrapesos y la dura oposición de quien no los votó. Se prevé que ambos tengan problemas en su relación con el Congreso.
Eso puede generar tensiones institucionales y sociales, porque habrá gente que no verá atendidas las demandas expresadas en las muy recientes protestas de 2019 y 2021.
El mapa de la primera vuelta mostró la misma división regional que en pasadas elecciones presidenciales que estuvieron marcadas por el conflicto armado. Las mismas que en el referendo del proceso de paz con la guerrilla de las FARC en 2016.
Es esa Colombia unida como nunca en la necesidad de cambio, pero polarizada como siempre por cómo y quién debe ejecutarlo.
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