Los resultados de las primarias del martes en California indican que la delincuencia puede ser un tema importante en las elecciones de mitad de mandato. En San Francisco, un fiscal progresista fue destituido en un referéndum revocatorio. En Los Ángeles, un empresario exrepublicano que se había presentado a alcalde con la promesa de combatir enérgicamente la criminalidad obtuvo un resultado estupendo. No es difícil ver por qué la delincuencia ha adquirido prioridad en el orden del día político. Los asesinatos aumentaron en todo el país en 2020 y subieron aún más en 2021, aunque la verdad es que desconocemos la causa. La derecha culpa a Black Lives Matter, porque es lo que toca. Una explicación más plausible es el estrés provocado por la pandemia, un estrés que, entre otras cosas, desembocó en el agravamiento de la violencia doméstica.
A pesar del reciente aumento, la tasa general de homicidios aún está muy por debajo de su máximo de 1991 y la geografía de la reacción política no parece guardar una relación estrecha con las actuales tasas de delincuencia: tanto en San Francisco como en Los Ángeles se cometen menos delitos violentos que, por ejemplo, en Houston. Pero las cifras en aumento son reales y la preocupación de los votantes es comprensible.
Ahora bien, ¿se traducirá la reacción pública a la delincuencia en resultados positivos? Ojalá pudiera ser optimista. Como mínimo, tendremos que superar algunas concepciones erróneas generalizadas. Y aun así, hablar de la lucha contra el crimen es fácil, pero hacer algo efectivo al respecto, no. En primer lugar, hay que dejar atrás la idea de que la delincuencia es principalmente un problema de las grandes ciudades, una convicción que sigue estando muy difundida aunque hace tiempo que dejó de ser verdad. El año pasado, J. D. Vance, actualmente candidato republicano a senador por Ohio —y, sin duda, también uno de los políticos más cínicos de Estados Unidos— tuiteaba a sus seguidores: “Tengo que ir pronto a Nueva York y estoy intentando decidir dónde quedarme. He oído que la ciudad es asquerosa y violenta”. Creo que era una especie de broma, pero sabiendo perfectamente que muchos de sus partidarios no lo entenderían así.
La verdad, como demostró hace poco Justin Fox, de Bloomberg, es que Nueva York es muy segura, no solo en comparación con otras grandes ciudades de Estados Unidos, sino también con ciudades pequeñas y zonas rurales. En particular, su tasa de homicidios es menor que la del Estado de Ohio en su conjunto. Esto no significa que todo vaya bien en la Gran Manzana. Eric Adams fue elegido alcalde debido en parte al fuerte aumento de la delincuencia y adoptó una postura de mano dura frente al crimen. Pero en un mundo racional, los políticos del interior no hablarían con desprecio de Nueva York, sino que se fijarían en la más grande de nuestras ciudades, que resulta que es también uno de los lugares más seguros de Estados Unidos, e intentarían averiguar qué está haciendo bien.
Otra idea equivocada es la de que el aumento de la delincuencia está relacionado directamente con la emigración. Vance en particular ha basado en gran medida su campaña en la demagogia sobre los emigrantes y, en especial, sobre los crímenes cometidos por personas venidas de fuera del país, una demagogia que, al parecer, donde mejor funciona es en los sitios con muy pocos emigrantes: en Ohio, menos del 5% de la población es extranjera, frente al 38% de la ciudad de Nueva York.
Sin embargo, aunque podamos evitar estas preconcepciones, ¿qué pueden hacer en la práctica los políticos contra la delincuencia? Sería útil conocer las causas por las cuales los actos delictivos descendieron tanto entre principios de la década de 1990 y mediados de la de 2010, una caída, dicho sea de paso, que estuvo acompañada en todo momento por una serie de sondeos de Gallup que mostraban que un gran número, por lo general mayoritario, de estadounidenses afirmaba que la delincuencia estaba aumentando. Pero mi interpretación es que no hay consenso respecto a las causas de ese descenso que se produjo en el país, tanto en Estados republicanos como demócratas.
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También ayudaría que la oleada de criminalidad de 2020-2021 tuviera un patrón claro. Pero, al igual que el descenso anterior, afectó prácticamente a todo Estados Unidos, ya fueran Estados y ciudades gobernados por republicanos conservadores o por demócratas centristas y liberales, más o menos con la misma fuerza. Por tanto, quejarse de la delincuencia es fácil, pero lograr que descienda es difícil; de hecho, parece que los neoyorquinos ya están profundamente decepcionados con las iniciativas de Adam.
Algo que podría ser de ayuda sería mejorar la vigilancia policial. Las pruebas disponibles indican que las sentencias severas contra los delincuentes declarados culpables no ejercen un efecto demasiado disuasorio, mientras que la posibilidad de ser cogido in fraganti, sí. Por lo tanto, “recortar el gasto policial” era un eslogan estúpido (y destructivo desde el punto de vista político). Probablemente necesitemos dedicar más y no menos recursos al orden público. Pero, por supuesto, también necesitamos policías que hagan su trabajo —la historia de Uvalde, en Texas, es cada vez peor— y no abusen de su posición. Si el miedo a la delincuencia es un problema real, también lo es el miedo de los grupos minoritarios a sufrir abusos por parte de las personas que se supone que tienen que protegerlos, y no podemos limitarnos a confiar en que la policía haga siempre lo correcto.
Por cierto, también ayudaría que los delincuentes no estuvieran equipados con armas militares y chalecos antibalas, y no, armar fuertemente a los demás no es la respuesta. Nueva York no tiene unas tasas de delincuencia bajas porque la ciudad esté llena de buenos chicos con pistolas. Me gustaría poder ser optimista, pero me temo que los beneficiarios de esta atención a la criminalidad serán los políticos que no tienen nada que ofrecer más que palabras duras.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2022. Traducción de News Clips.
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