La polvareda mediática que ha levantado la exclusión de Venezuela, Nicaragua o Cuba en la novena Cumbre de las Américas, que se realiza esta semana en Los Ángeles, California, no debería ser sorpresa después de que la administración del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, decidió no seguir la línea incluyente de su antecesor, Barack Obama. Aunque la grieta que intentan escenificar los gobiernos de la Alianza Bolivariana —que conforman los países no invitados además de Ecuador y Bolivia— es falsa. La gran mayoría de los estados del hemisferio comparte la perspectiva interamericana, es decir la presencia de América Latina y Estados Unidos en la toma de decisiones conjuntas.
Es cierto que en América Latina y el Caribe predomina el consenso contra el embargo comercial que Estados Unidos aplica a Cuba. No son bien vistas las exclusiones de Venezuela, Nicaragua y Cuba de los foros interamericanos y en ese punto, la administración de Biden no tomó el pulso de la región antes de su convocatoria a la Cumbre.
Sin embargo, el que existan deliberaciones, negociaciones y acuerdos entre la mayoría de las cancillerías en la cumbre de Los Ángeles es la mejor prueba de que el marco interamericano resiste a la crisis de desglobalización y los grandes retos que significa el poderío económico de China, la invasión rusa de Ucrania y el rearme de Europa.
La apuesta por el diálogo respetuoso y la colaboración para el desarrollo, sigue siendo preferible al rejuego geopolítico que replica las viejas inercias de la Guerra Fría.
Los movimientos de izquierda latinoamericana en la primera década del siglo XXI fueron un desafío para las reuniones iberoamericanas e interamericanas, pero la integración pudo hacerse, en buena medida, porque los liderazgos más protagónicos de la izquierda de ese entonces —el de Fidel Castro en Cuba o el de Hugo Chávez en Venezuela— apostaron más a la politización que a la implosión de los foros.
Lo sorprendente, esta vez, es que la iniciativa de la implosión ha pasado de esos liderazgos bolivariano-caribeño al gobierno más involucrado, de facto, en la lógica interamericana. El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, quien firmó un “entendimiento bicentenario” con Estados Unidos, que eleva la integración con su vecino del norte a un nivel desconocido hasta ahora, reaccionó a la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua, de una manera más radical a la de otros líderes de la izquierda tradicional como Raúl Castro o Nicolás Maduro, en años recientes.
La ausencia de López Obrador y la presencia del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en Los Ángeles encierran la mayor paradoja de esta Cumbre. Bolsonaro encabeza el país latinoamericano que más consistentemente ha apostado por la diversificación de sus vínculos internacionales. El volumen de los lazos de Brasil con China o Rusia, como se vio en las semanas previas a la invasión rusa de Ucrania, supera con creces a los del resto de la región.
El distante Bolsonaro está en Los Ángeles y el cercano López Obrador, no. Esta ausencia tiene un efecto contraproducente para la denuncia de las exclusiones de la Cumbre, ya que la voz de López Obrador no se escucha en el foro. De haberse escuchado, la crítica de la convocatoria de la Casa Blanca habría levantado su perfil pero, tal vez, contribuyó a exponer el carácter contradictorio de una política exterior mexicana que declara la coexistencia entre latinoamericanismo e interamericanismo y, al mismo tiempo, pone en práctica la tensión entre ambas doctrinas.
Como siempre sucede en todas las cumbres, una cosa es la narrativa que las acompaña mediáticamente, y otra los protocolos de acuerdos en los temas urgentes del hemisferio.
La ausencia de Honduras, Nicaragua, Venezuela y Cuba no altera, en lo fundamental, las recomendaciones que hará la cumbre en temas como el cambio climático, energías renovables, paridad de género o derechos humanos, ya que los Estados ausentes se caracterizan por políticas extractivistas y autoritarias. Sin embargo, la inasistencia de los gobiernos de Guatemala, Honduras y El Salvador será muy sensible para temas como la migración, la violencia y la colaboración para el desarrollo.
El debate sobre las exclusiones involucra a unos pocos gobiernos de la región, especialmente del bloque bolivariano, pero la negociación de los temas prioritarios de la relación hemisférica incluye a las cancillerías americanas, desde la canadiense hasta la argentina. El gobierno del argentino Alberto Fernández, que ejerce la presidencia pro témpore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), además de estar presente en Los Ángeles, juega un papel decisivo en los consensos tangibles de la cumbre. En el mismo sentido se posiciona el gobierno del chileno Gabriel Boric, otro proyecto de izquierda que, a pesar de sus énfasis en las nuevas agendas ecologistas y comunitarias, no abandona la prioridad de los derechos humanos y la gobernabilidad democrática.
Lo verdaderamente relevante en las cumbres interamericanas son las premisas que puedan establecerse en el intercambio bilateral o multilateral entre las cancillerías. La retórica de los presidentes tiene mayor impacto mediático, pero es menos importante para la concreción de políticas públicas a mediano y largo plazo y, por lo general, está ligada a los ciclos electorales domésticos y a los guiños geopolíticos que lanza cada mandatario. En un contexto de ascenso de liderazgos populistas, el discurso presidencial atiza la polarización a nivel doméstico e internacional, mientras que el intercambio diplomático avanza en los intereses comunes del hemisferio.