Soy madre de dos hijos pequeños, y quisiera poder decir que no me imagino el dolor que sienten esta mañana esos padres en Uvalde, Texas. Por desgracia, lo cierto es que, aunque nunca he experimentado directamente ese dolor, sí he tenido que imaginarlo muchas veces.
Lo imaginé en cierta ocasión en Washington D. C. cuando, al llegar a la guardería a recoger a mi hija mayor (que en ese entonces ni siquiera había cumplido 2 años), me enteré de que estaban realizando un simulacro de tiroteo activo con los bebés y los niños pequeños.
Las maestras me explicaron que su objetivo era entrenar a los niños a esconderse en un pequeño salón oscuro y no hacer ningún ruido; así, si algún día llegara a pasar lo peor, quizá el tirador no se percataría de su presencia. Me imaginé que guardar silencio y cerrar una puerta no servirían de nada para detener a alguien cuya misión era asesinar a niños pequeños. Me imaginé el duelo avasallador que experimentaría.
Para entonces, ya tenía práctica con este tipo de imaginación. Unos años antes, había recibido un mensaje de texto de mi esposo, que en esa época era maestro en una escuela pública, en el que me avisaba que estaban encerrados porque se había informado de un tiroteo en curso en el edificio. Me imaginé cómo sería que lo mataran, o que no pudiera hacer nada para salvar a sus estudiantes. Me imaginé nuestra vida hecha añicos.
Como otros miles de niños en Estados Unidos que sin duda tienen ese tipo de pensamientos en estos momentos, ya había imaginado ese dolor en mi niñez. Tras la masacre de Columbine, hablé con mis compañeros sobre el hecho de que el alto edificio urbano de nuestra escuela solo tenía dos escaleras y dos salidas principales, por lo que a un asesino en masa le bastaría activar la alarma de incendio y esperar en la puerta para tener a la mitad de la escuela en la mira de su arma. Aunque mantuve la compostura y aparenté estar serena durante la conversación, imaginé que mi hermana podría dirigirse a una salida y yo, a la otra. Imaginé qué ocurriría si solo una de nosotras salía viva de ese percance.
En la actualidad, no vivo en Estados Unidos. Por ahora, mi hija mayor asiste a una escuela primaria que no hace simulacros de tiroteo activo y donde no aprende a temer que la maten en un espacio escolar. En la guardería de mi hija más pequeña nunca le enseñaron a esconderse en silencio en una habitación oscura para que un tirador no pudiera encontrarla. No tienen que preguntarse si su escuela será la siguiente después de Uvalde. Por mi parte, no tengo que apaciguar el temor que esa situación me provocaría. Pueden disfrutar un poco más su inocencia infantil. A mí, su madre, eso me da más tranquilidad.
Es un lujo que la mayoría de los estadounidenses no pueden darse, y todo por decisiones que han tomado distintos gobiernos de Estados Unidos.
Otros países, como con seguridad señalarán muchos artículos esta semana, han tomado decisiones distintas.
Tras la masacre de Dunblane en Escocia en 1996, cuando un hombre armado asesinó a 16 alumnos de primaria y a una maestra, el gobierno británico prohibió las armas de fuego. Después de la masacre de Port Arthur en Australia ese mismo año, el gobierno australiano promulgó leyes estrictas de control de armas, incluida la prohibición de la mayoría de las armas semiautomáticas y automáticas, así como restricciones aplicables a la compra y las licencias de armas. En respuesta a la masacre de Utoya en Noruega en 2011, el gobierno prohibió las armas de fuego semiautomáticas, y fue perseverante en su decisión a pesar de la oposición constante, durante años, de un grupo de cabildeo de cazadores muy bien organizados. Cuando ocurrieron los tiroteos de Christchurch en 2019, el gobierno de Nueva Zelanda aprobó nuevas restricciones más estrictas para los propietarios de armas y anunció un programa de recompra.
El mortífero excepcionalismo estadounidense
Estados Unidos es distinto. En años recientes, han ocurrido muchos tiroteos masivos, como los de Newtown, Connecticut, y Parkland, Florida, donde las víctimas incluyeron niños pequeños y adolescentes; por desgracia, en realidad no se ha aprobado ninguna nueva ley aplicable al control de armas. Esto se debe, como muchos otros temas en la política estadounidense moderna, a motivos arraigados en la violenta reacción al movimiento por los derechos civiles de los años sesenta, y en especial a la eliminación de la segregación racial.
“La cruzada moderna a favor del control de armas y el consiguiente movimiento para proteger el derecho a la posesión de armas nacieron a la sombra de Brown”, escribió Reva Siegel, especialista en derecho constitucional de la Escuela de Derecho de Yale, en un artículo publicado en 2008 en Harvard Law Review. Hacía referencia al caso Brown contra el Consejo de Educación de Topeka, el dictamen de la Corte Suprema de 1954 que se convirtió en un hito. “Directa e indirectamente, los conflictos relacionados con los derechos civiles han moldeado la interpretación moderna de la Segunda Enmienda”.
La desaparición de la segregación dio pie a una respuesta reaccionaria entre los votantes blancos, en particular en el sur, que consideraron esta decisión una intromisión de la Corte Suprema y el gobierno federal. Con ayuda de estrategas políticos conservadores, esta reacción se fusionó con muchas otras causas y dio origen a un movimiento político con múltiples objetivos. Atrajo a las mujeres blancas con la promesa de proteger a la familia tradicional de la amenaza percibida del feminismo. Por su parte, algunos abogados conservadores influyentes retrataron la Segunda Enmienda como una fuente de “contraderechos” individuales para los cuales los conservadores podían solicitar protección ante los tribunales, lo que ofrecía un contrapeso a las acciones promovidas por grupos progresistas contra la segregación y otros problemas.
Así, el control de armas se convirtió en un tema político muy destacado para los estadounidenses conservadores; tanto así, que diferencia a Estados Unidos de otras naciones ricas. Las leyes para el control de armas del Reino Unido, Australia y Noruega fueron aprobadas por gobiernos conservadores. Aunque hubo oposición a las nuevas medidas, en particular por parte de grupos de cazadores, no coincidió con un movimiento político más generalizado como ocurrió con el derecho a la posesión y portación de armas en Estados Unidos.
Tiroteos como el ocurrido en Texas el 24 de mayo nos hacen reflexionar sobre el poder y el ímpetu del movimiento en defensa de las armas. Por desgracia, cualquier cambio tardaría décadas. Incluso si los políticos trabajan con diligencia, habrá más tiroteos masivos antes de que eso ocurra. Mientras tanto, por todo Estados Unidos habrá padres de familia y niños que se imaginen el dolor que experimentan las familias de Texas en este momento y se pregunten si ellos serán los siguientes.
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