Ucrania y la decadencia
Tomo prestado el título La decadencia de Occidente, del libro de Oswald Spengler, para referirme tanto a la invasión rusa a Ucrania como a Europa y Estados Unidos: a Occidente. Para abundar en comentarios sobre la guerra y comentar, asimismo, lo que está sucediendo, ¿la decadencia? en ambos lados del Atlántico.
Para hablar de la guerra de Ucrania, es necesario recordar los argumentos con los que Putin intenta justificarla, “los motivos del lobo”: primero, el hecho de que Estados Unidos y Europa no respetaran lo acordado entre Gorbachov y Reagan, ante el colapso de la Unión Soviética, de que los países que pertenecían a la órbita soviética no se incorporarían a la OTAN.
Lo cierto es que tales países fueron velozmente incorporados a esa alianza militar, cercando militarmente a Rusia, lo que el Kremlin considera, legítimamente, una amenaza a su seguridad y una intolerable ofensa -aunque Washington sostiene que no hubo compromiso alguno sino un comentario informal- Con el agravante del compromiso o no, de que Ucrania solicitaba ser miembro de la alanza -absurda pretensión a la que se ha visto obligado a renunciar. Hay que añadir que Moscú sí respetó su compromiso, que afirma era en reciprocidad, con Estados Unidos y Europa, de no impedir la reunificación de Alemania.
Pero si la indignación de Putin por el asunto OTAN –por “los ladridos de la OTAN”, dice el papa Francisco en una controvertida expresión- es legítima, no es defendible, en cambio, el intento de justificar la agresión, por considerar que los orígenes comunes de Kiev y Moscú y su historia común, conforme a una interpretación más que discutible del presidente ruso, hacen que la existencia de Ucrania independiente sea -él dice- una incongruencia.
Tampoco justifica la guerra –“operación militar especial”, la llama Putin- la pretendida defensa de los ucranianos de origen ruso, un 20% de la población y la intención de” liberar” al país de “la camarilla de nazis” que lo gobierna. La defensa de la minoría de origen ruso podría llevarse a cabo sin recurrir a la guerra y el país no está gobernado por nazis, aunque los pueda haber como en muchos países. Por lo pronto, el presidente ucraniano, Zelenski, es de origen judío.
Por si fuera poco en esta guerra de falsedades, el presidente ruso, en su discurso del 9 de mayo, cuando se conmemora la victoria soviética contra la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, justificó la acción en Ucrania, acusando a la OTAN de planear un ataque a Crimea. Y, si hablamos de Crimea y de los ucranianos rusos -hoy las repúblicas de Dontesk y Luhansk, reconocidas como tales por Putin- habría que recordar la propuesta realista de Zelenski, de negociar el estatus de la Península en un período de 15 años, y su compromiso de no tratar de recuperar el Donbass -el Este rebelde- por la fuerza. ¿Estas propuestas-concesiones siguen en pie?
Datos interesantes y desconocidos sobre el tema son, por una parte, que la opinión de muchos ucranianos sobre su presidente es pésima: lo tildan de inepto y demagogo. Por otra, que no pocos de sus compatriotas, con exceso de buenos deseos -whisful thinking-, ausencia de realismo y también un dramatismo que impacta, dicen que “la civilización europea decidió acabar con el imperio ruso, con nuestras manos y nuestras vidas”,
Lo cierto es que la guerra de Putin tiene repercusiones mundiales en la economía, la política y en el comportamiento del ciudadano de a pie. En declaraciones variopintas, como la de Lula, afirmando que Zelenski es tan culpable como Putin de la guerra. En la medida en que se descubren debilidades y responsabilidades graves en la sociedades y países europeos y Estados Unidos, Occidente queda mal parado. Se fortalecen, en cambio, otros actores internacionales, China primordialmente.
Putin, de quien la fallecida exsecretaria de Estado norteamericana Madeleine Albright, decía que “cuenta con expresión seria las mentiras más burdas y, cuando se le acusa de agresión, imputa la responsabilidad a la víctima”, estaría contribuyendo, con su guerra a debilitar a Occidente -a su “decadencia”. Quizá.
Pero al mismo tiempo, la guerra ha dado oxígeno a una OTAN cuya existencia, desaparecida la URSS, tenía poco sentido. El exprimer ministro finlandés Alexander Stubb dice que Rusia comete “un error colosal con la guerra; y lo sabe”; el expremier afirmó que Finlandia, un país “no alineado”, por tradición, ni con el Este ni con el Oeste, decidó, ante una Rusia amenazante, incorporarse a la OTAN, lo que significa que desde los 1340 kilómetros de frontera ruso-finesa, la alianza militar estará más cerca de Moscú.
Hoy lo único que seguimos sabiendo es que la guerra no tiene visos de concluir porque Putin, a pesar de los errores garrafales de su ejército, no se muestra derrotado, el Zelenski, “heroico”, juega el juego de Estados Unidos y de la OTAN, a los que conviene prolongar una guerra que debilitaría al autócrata ruso, y la Unión Europea sufre fisuras en el consenso de sus miembros frente a éste, mientras Macron, el casi único representante de los Veintisiete influyente ante Putin, parece reducir su influencia.
Veremos. Lo que no hay que olvidar es este comentario de Henry Kissinger a principios de marzo, ya en plena guerra: “Para que Ucrania sobreviva y prospere, no debe ser un puesto avanzado de ninguno de los lados -Este y Oeste- contra el otro, debe funcionar como un puente entre ellos”.
Europa, sus leales, tránsfugas y zapadores
Mientras Putin conmemoraba, este 9 de mayo, la victoria de la Unión Soviética sobre la Alemania nazi y aprovechaba en su discurso para defender la intervención militar en Ucrania, la Europa de los Veintisiete celebraba el Día de Europa para recordar la declaración del ministro francés de Asuntos Exteriores, Robert Schuman, que es el acto fundacional de la hoy Unión Europea.
En esta Europa de aniversarios, la guerra en Ucrania, el primer conflicto armado en suelo europeo entre dos países desde el final de la II Guerra mundial, produjo, en un primer momento, coincidencias sobre cómo reaccionar frente a la invasióm rusa, su irracionalidad y sus terribles efectos con saldos de desplazados, sufrimiento y muerte.
Sin embargo, esta Europa de los Veintisiete que, en un momento, parecía actuar con una solidaridad unánime, admirable, se enfrentó a realidades que condicionaban su actuación y su solidarudad, como la de depender energéticamente del gas ruso.
En el contexto de la guerra de Ucrania, Europa ha sido escenario de acontecimientos de enorme importancia. Entre otros, el del compromiso de la Alemania de Olaf Scholz, el canciller -primer ministro- sucesor de Ángela Merkel, que se ha comprometido con las respuestas militares a Putin y por reducir la dependencia del gas ruso.
La reelección de Macron es, igualmente un acontecimiento clave por ser Francia, con Alemania, el motor de la Unión Europea y por el protagonismo inegavle de este mandatario francés en el diálogo, hoy resquebrajado pero que debe reiniciarse, con Putin.
Otro acontecimiento europeo importante es la Conferencia sobre el futuro de Europa que, tras un año de debates, con la participación de miles de ciudadanos, concluyó este 8 de mayo en Estrasburgo. Las propuestas de cónclave: reformas en política económica, energética, sanitaria, exterior o de defensa, son propuestas de los ciudadanos y es de suponerse que muchas fructifiquen.
Me detengo, en primer término, sobre Macron, cuya reelección salvó a Europa de la tragedia -lo sería- de una Francia bajo la presidencia de Marine Le Pen, eurófoba y racista, disfrazada con piel de oveja,. Aunque están aún pendientes las elecciones del parlamento en junio próximo, cuyo resultado habrá de influir en la designación del primer ministro o primera ministra que acompañe a Macron en el gobierno.
Si bien el mandatario reelecto está barajando opciones entre sus correligionarios -no pocos analistas piensan en una mujer- si la oposición se hace con la mayoría en la asamblea nacional, el primer ministro tendría que ser del partido mayoritario: y hoy presumiblemente será el partido -coalición, “contra natura”, de partidos- La Francia Insumisa, del izquierdista euroescéptico, Jean-Luc Mélenchon, quien es admirador de Hugo Chávez y en julio de 2019 visitó a López Obrador en México.
Si Mélenchon llega a ser primer ministro intentará, con el pesar de sus socios europeistas, principalmente el debilitado partido socialista, “la ruptura concertada con los tratadoa actuales de la Unión Europea”. Una amenaza constante para el gobierno de Macron que este tratará de sortear.
La exgencia de los ciudadanos participantes en la mencionada Conferencia de Estrasburgo, coincide con lo que urgen quienes presiden la Comisión Europea, Ursula von der Leyden, el Consejo, Charles Michel y el Parlamento, Roberta Metsola; así como Macron y Scholz. Exigencias que también son del italiano Mario Draghi, el primer “grande” que ha planteado la reforma, y del presidente español Pedro Sánchez.
Se enfrentan, desde luego, estoa cuatro grandes países, al grupo que pretende reformas, pero para mermarfacultades y competencias de la Comisión Europea. Son los que no aceptan la primacía del derecho y tribunales comunitarios y cuestionan a la Unión Europea como instancia supranacional. Reducen la Europa Comunitaria a un club de naciones soberanas.
Los euroescépticos emblemáticos siguen siendo el húngaro Orban y el polaco Jaroslaw Kaczynski, aunque ahora con desacuerdos, por la rusofilia del húngaro frente al rabioso antirruso y pro estadounidense Kaczynski. Y junto a ellos, agazapados, Marine Le Pen y el italiano Matteo Salvini.
Esta es, hoy, la Europa, la Unión Europea de la “Decadencia de Occidente”, con su existencia como instancia supranacional controvertida por algunos de sus miembros, pero realizando esfuerzos sólidos para fortalecerse en todos los aspectos y ser, por fin. Europa potencia.
“América”, ¿también en decadencia?
Estados Unidos –“América” para los ignorantes y arrogantes de ese país, y para la ignorancia y displicencia en no pocos países extranjeros- también sufre males de la decadencia de Occidente. Uno de estos males se llama Donald Trump, que convocó a sus seguidores a dar un golpe de Estado, cuando el 6 de enero de 2021 los exhortó a tomar el Congreso y desconocer al presidente electo en noviembre anterior.
Un grave atentado contra la democracia, un valor que forma parte del ADN de los Estados Unidos y que la gran potencia ha defendido internacionalmente e intentado implantar -a menudo por métodos deleznables, pero ese es otro tema-. El valor democracia hoy banalizada por Trump, por el 80% de los republicanos y por no pocos estadounidenses de a pie, porque para este amplio segmento de la sociedad ¡no es grave incitar a la insurrección!
Este golpista, no en una dictadura que emite leyes para elevar a un caudillo, como la Rusia de Putin, la China de Xi-Jinping, un país africano o la Nicaragua vergonzosa de Daniel Ortega y Rosario Murillo, sino en Estados Unidos, sigue obsesionado con presentarse a la elección presidencial de 2024, tiene apoyo entre políticos de su partido y del mencionado 80% 79% de los republicanos, quiere que se presente en esos comicios.
Demagogo que, al igual que Putin -como dice Madeleine Albright- puede solyar sin inmutarse las mentiras más burdas, Trump endulza el oído de sus auditorios con lo que quieren oir, como es el caso de las reiteradas calumnias y ofensas a México, desde presentar a los inmigrantes mexicanos como violadores y narcotraficantes hasta proponer el ataque con misiles a territorio mexicano, “para destruir laboratorios productores de droga”. Y sigue siendo popular y, además, influyente y poderoso entre los políticos, sus correligionarios republicanos, en el Grand Old Party, como lo prueban los éxitos de quienes reciben su “bendición”: en las elecciones primarias en Ohio, en la carrera hacia las legislativas, JD Vance, que languidecía en el tercer lugar, ganó la nominación después del respaldo de Trump.
El renacido Vance dijo a un reportero de Vanity Fair que si el magnate neoyorkino gana nuevamente en 2024 y los tribunales se interponen en su camino, debe ignorarlos. Lo que señala la revista es “la descripción de un golpe de Estado” Mientras otros personajes que colaboraron con el expresidente durante su mandato, afirman: John Bolton, que si aquel vuelve a la Casa Blanca, “estaría amenazada la seguridad de Estados Unidos”. Afirmación no descabellada si recordamos que los servicios de Putin hackearon el proceso de la elección presidencial de 2016.
Estados Unidos, además, está siendo escenario de una situación grave, que se considera una vuelta al país de hace cincuenta años. Me refiero al aborto, cuya práctica era admitida por la ley desde hace 50 años, como sucede en la mayor parte, o en una buena parte de las democracias modernas, las que -comenta The Economist– “han encontrado un compromiso entre la posición liberal según la cual el Estado no debe controlar el cuerpo de las mujeres y la posición más conservadora, que considera que todo aborto es un asesinato”.
De acuerdo al borrador de una opinión mayoritaria del Tribunal Supremo de Estados Unidos, que se filtró, el tribunal se propone anular el caso Roe versus Wade, que desde hace 50 años legalizó el aborto, lo que finalmente es factible si se toma en cuenta con una mayoría de jueces conservadores: 6 contra 3 y no de 5 – 4 como se mantuvo durante el último medio siglo. De suceder esto, no tendría acceso al aborto legal casi la mitad de Estados Unidos.
Los liberales -vale decir el partido demócrata- intentaron, sin éxito, qie el Senado presentara una legislación que ratificara este derecho constitucional al aborto en la ley federal, como un gesto simbólico que los propios demócratas intentaban ofrecer como parte de una estrategia que movilizara a sus compatriotas, en espera de lo que finalmente decidiera hacer la Corte.
The Washington Post recuerda, con ironía, a la Corte de hace muchos años, que citaba como autoridad legal “grande” y “eminente”, a Sir Matthew Hale. juez y abogado inglés que vivió entre 1609 y 1676, estuvo en el tribunal presidiendo un juicio por brujería en el que condenó a muerte a dos “brujas”.
Concluyo volviendo al Trump obsesionado en su candidatura para 2024, aunque ya tiene enfrente a adversarios: Ron DeSantis, gobernador de Florida, que agita, entre otros espantajos el muy vendible en su Estado, del comunismo: Florida ha designado al 7 de noviembre como el Día de las Víctimas del Comunismo. El otro adversario es el gobernador texano, Greg Abbott, cuya “cruzada· feroz contra la inmigración, que afecta gravemente al comercio con México y se está oponiendo a las medidas de liberalización de reglas de ingreso y estadía de inmigrantes en Estados Unidos -derogación del llamadi Título 42.
Este personaje racista y seguramente antimexicano, habrá probablemente de cruzarse con nosotros, En otros artículos habré de referirme a él. Queda como asignatura pendiente la reflexión sobre México y América Latina, y la Decadencia de Occidente, que finalmente es argucia retórica mía.