Es gratificante entrevistar a una mujer de 66 años que declara abiertamente que está en su mejor etapa profesional y que es feliz. La historiadora Mukien Adriana Sang Ben escribe y documenta un viaje de ida, el de la migración china que llegó al Caribe y uno de vuelta: el suyo propio en busca de entender y documentar sus propias raíces.
—Dos libros que unen Oriente y Occidente.
“La presencia china en el Gran Caribe” es un libro colectivo con investigadores del Golfo (Estados Unidos y México), Colombia, Panamá, República Dominicana y Cuba. Cuba, porque la presencia china en el gran Caribe fue importante en el siglo XIX. Panamá porque es una de las comunidades chinas más grandes junto con Perú. Trinidad y Tobago porque a pesar de la presencia de los hindúes, hay gran presencia china en la actualidad, y Colombia porque es uno de los países que más beneficios ha recibido de la China actual.
—¿Cómo comienza esta migración?
Se habla desde el siglo XIX, de la llegada de los culíes, que ocurre cuando se promulga la abolición de la esclavitud y disminuyó la mano de obra negra. El comercio triangular se cayó, aunque siguió llegando mano de obra negra clandestinamente, pero se sustituyó por mucha mano de obra china e hindú. No eran esclavos técnicamente hablando… pero lo eran porque eran tan bajos los salarios que no podían regresar. Por eso muchos de los chinos cubanos se quedaron allá durante todo el periodo y se convirtió en una de las comunidades más grandes. Luego disminuye, cuando triunfa la revolución cubana.
—¿Cuándo llegan a República Dominicana?
Los primeros chinos vinieron de Cuba, no fue directamente de China, y eran algunos que habían cometido ciertos crímenes. Las cárceles estaban llenas y los mandaban a Puerto Rico o acá. La gran migración china llega a partir de 1920.
—¿A Panamá llegaron para la construcción del Canal?
No, para la del ferrocarril. Aquí vinieron por necesidad, porque o iban a Cuba o venían aquí. Por ejemplo, mi padre vino en 1936 y fue a causa de la segunda guerra chino japonesa. Mi papá fue primero a Cuba. Teníamos un tío que le comentó que aquí había más posibilidades. La necesidad de los chinos de migrar fue producto de las guerras. Primero la interna, cuando se creó la República China, el Partido Comunista Chino estaba en contra de Sun Yat-sen, y luego la segunda presencia japonesa. Se unen los nacionalistas y comunistas y logran socavar a los japoneses. Se unen contra el enemigo común, pero después vuelve la guerra entre ellos.
—¿Puede pensarse un Caribe homogéneo? El mar, la negritud, como distancia. Si tomas a Brett White, de las islas inglesas, hay un diálogo entre todos esos caribes que coinciden. El mar como unidad y como separación, porque ellos vienen de esclavos obligados a llegar y el mar como lejanía de la tierra de sus ancestros, pero el mar como conexión de los otros caribes. Otro punto común, el tambor. Jorge Artel lo describe en un artículo como “un canto pero también como un llanto”. En su gran poema titulado Los inmigrantes dice que aún no se ha escrito “la historia de su congoja, su viejo dolor unido al puerto.” En mi libro Volviendo al Caribe, yo digo que la unidad del Caribe son las utopías.
—¿La migración china piensa en volver?
De hecho, mi padre cuando se casa en 1947 con una china dominicana, vuelve a China con la utopía del regreso. De hecho, allá en China en una aldea de Quangzhou, (Cantón), nace mi hermano Miguel. Ahí explotó la segunda guerra intestina, ya en la presidencia de Chiang Kai-shek, y mi padre decide regresar. Cuando regresó en 1949, quemó sus naves espirituales y decidió ser dominicano. Decidió que era un migrante sin retorno y se puso en la escuela de español. Él escribía bien y hablaba bien pero con acento. Se integró a la sociedad dominicana como pocos chinos.
—¿Mantuvieron relación con su país de origen?
Es una cosa interesante, aquí se da la guerra fría al interior de la comunidad china. Los jóvenes eran comunistas y había un tema con el Casino de China y con el Club de China. Entonces la embajada de Taiwán, ahí yo narro un episodio de un chino que dice que lo mandó a matar un embajador y lo acusan. De hecho, era tan fuerte que mandan a sacar a ese embajador porque estaba muy metido en la política. Después con la llegada de Balaguer y la represión, los comunistas se aguantaron y ahí se conforma la comunidad china en torno a la embajada de Taiwán. Con la salida de la embajada de Taiwan no pasó nada, el embajador actual ha hecho muy buenos vínculos.
—Es una cultura tan fuerte que puede resistir cualquier migración…
Más que eso, la migración china de los siglos XIX y XX fue no deseada. Los chinos que emigraron primero a Estados Unidos y luego al Caribe y algunos países del continente eran rechazados. Incluso en Estados Unidos, Costa Rica y Cuba se crearon leyes anti chinos. La comunidad se cerró por eso, la característica de esas migraciones era el silencio. Chez Checo en su libro describe algunos episodios de maltrato. A partir de 1961 son vistos de otra manera. Sobre todo con la presencia de la República China de Taiwán, cuando se hizo el primer acuerdo en la época de Trujillo en 1944, ya tenían otro perfil.
—¿Cual era ese perfil?
Ahí vinieron técnicos y los inversionistas chinos que crearon las primeras zonas francas en los años 80. El Gobierno dio facilidades de inversión y de vivienda siempre y cuando invirtieran. También tenían el Hotel Embajador, es otro nivel que los chinos de la Duarte. Ahí cambia el perfil. En los primeros 50 años, de los 562 inmigrantes registrados solo vinieron 2 mujeres. Los hombres obviamente se casaban con mujeres dominicanas.
—Habla de una mafia…
Sí, también narro la mafia que hubo con la venta de nacionalizaciones. Eso se dio en los años de Antonio Guzmán. Había una mafia con un cónsul de Hong Kong, (claro, no todos los que vinieron eran ilegales), una mafia tan grande que en el gobierno de Jorge Blanco se aprobaron poco más de 500 nacionalizaciones, con Balaguer disminuyó más y con Leonel Fernández prácticamente no se hizo. Con Antonio Guzmán hubo más de dos mil.
—¿Cómo es la comunidad china ahora?
Hay que diferenciar la primera y segunda generación. Por ejemplo, yo soy segunda generación y muchos de los chinos más activos también. Clara Joa, Miguel, mi hermano, Rosa NG… La comunidad que ha llegado recientemente es de nivel: comerciantes, inversionistas… Pero hay una migración de bajo nivel, que son los que tienen los pica pollos. Normalmente esos chinos se asocian por familias y hay una lógica de financiamiento familiar. Se mantienen esos circuitos y se han quedado en la cultura de aislamiento.
—Es una paradoja, porque podría pensarse que con todas las comunicaciones serían más abiertos.
Porque es parte de la cultura. En mi libro La mujer china analizo cómo la cultura china se basa en el silencio y la obediencia. Porque siempre ha vivido en una estructura vertical, sobre todo la mujer que además es sometida. El silencio y la obediencia es parte de lo intrínseco de los chinos.
—En Occidente se piensa que la madre china es muy fuerte.
La suegra tenía el deber de someter a las esposa de los hijos, que le debían obediencia. Si la suegra moría, la esposa del hijo mayor se convertía en la matriarca. Incluso, podían tener concubinas si la esposa no “les daba” un hijo varón. Era la suegra la que otorgaba el permiso.