Ocurre también muchas veces con la palabra ‘artista’, otro término manoseado hasta la saciedad que tantas veces se rebaja hasta tal punto que cuando uno ve al sujeto al que hace referencia ya no sabe qué es realmente un artista. Claro, que hay quien en su afán de engrandecer aún más la acepción para designar al susodicho lo corona con lo de ‘polivalente’ o ‘polifacético’ si toca varios palos o con lo de ‘autodidacta’ si la artista aludida no ha pasado por ninguna escuela o academia pero lo que hace lo hace medianamente bien.
Y lo de rebajar las palabras también pasa mucho con lo de ‘empresario’. Otra denominación que en esta España nuestra se le asigna a cualquiera, desde el tendero de barrio –que tiene su mérito por mantener en pie el negocio con la que está cayendo y por competir con los grandes, a cada uno su valía– hasta el elemento de la tercera o cuarta generación de una empresa familiar que llega y la vende en la primera ocasión que tiene o, lo que es peor, la arruina porque es un vividor y poco hacendoso.
También llaman ‘empresarios’ a los comisionistas de las mascarillas y el material sanitario defectuoso que compró Madrid, y como ellos a todos los que asoman del mundo de las revistas al de los negocios y no son más que unos estraperlistas cuya profesión es la palabrería o el oficio de ser famoso, pero nunca han conocido lo que es arriesgar, invertir o trabajar veinte horas diarias para levantar o mantener un negocio en pie, tarea –por cierto– cada día más complicada.