La sociedad francesa contemporánea destaca en Europa por su temor ante el terrorismo y el extremismo. Según una encuesta del Fondo German Marshall realizada en junio del 2021, un 30% de la población francesa considera que son su principal preocupación, frente a un 12% de los alemanes, un 9% de los italianos y un… 7% de los españoles.
Es cierto que Francia ha vivido los atentados yihadistas más mortíferos cometidos por la generación del Estado Islámico desde el 2015 (en cambio, salió relativamente bien librada de los embates de Al Qaeda). Pero, sobre todo, esos atentados han afectado profundamente la creencia universalista en la capacidad integradora de la sociedad transmitida por el laicismo republicano, su encarnación en el seno de los valores de la izquierda. Hoy en día, ese modelo está en crisis. Y así lo ponen de manifiesto, a tres meses de las elecciones presidenciales de abril del 2022, la evaporación del electorado de izquierdas, los niveles sin precedentes de intención de voto en favor de la extrema derecha y el desplazamiento de las líneas de falla desde las contradicciones sociales hasta las fracturas culturales; unas fracturas subrayadas por el presidente Macron en octubre del 2021, cuando incriminó al “separatismo islamista” solo dos semanas antes de que la decapitación del profesor Samuel Paty frente a su escuela en la región de París por un yihadista checheno proporcionara a sus palabras una terrible actualidad.
Los atentados del Estado Islámico en Francia han afectado la creencia en la capacidad integradora de la sociedad laica republicana y su encarnación en los valores de la izquierda
Toda sociedad es contradictoria, está llena de divisiones y conflictos, sería ilusorio creer lo contrario. Sin embargo, lo que conforma la sociedad, el país, es sentir en el fondo, a pesar de nuestras oposiciones, nuestras diferencias, que lo que nos une es, en última instancia, más importante que lo que nos divide. El sistema político tiene esa función de catarsis. En lugar de pelearnos en las calles, de entregarnos a la efusión de sangre, tenemos una Asamblea en la que, hasta una época reciente, la derecha y la izquierda se oponían en pugnas verbales, ciertamente violentas, pero que no causaban muertos. Hoy, una de las preguntas que cabe legítimamente plantearse es: ¿hasta qué punto nuestro sistema político, con su tradicional oposición entre derecha e izquierda, sigue siendo funcional para reflejar los interrogantes y el malestar de nuestra sociedad? Lo que parecía intangible, lo que parecían ser los elementos divisorios, estructuradores de nuestra vida política, reflejo de oposiciones principalmente sociales, todo eso se encuentra hoy puesto en gran medida en entredicho porque a esas oposiciones sociales tradicionales (oposiciones dinámicas, no fijas, capaces de modificarse con el tiempo, desplazarse) se superponen otras oposiciones que se refieren a la identidad, una identidad que no se percibe como un ideal hacia el cual proyectarnos sino como una realidad intangible que emana del pasado.
Se es, o se cree ser en todo caso, se proclama uno, francés según una definición etnorracial de la identidad francesa; y, de ese modo, excluye al otro procedente de la inmigración norteafricana. Se es, o se cree ser, y se declara uno musulmán y, en nombre de una definición exclusivista y rigorista de la religión construida en torno al dogmatismo salafista, excluye ante todo a quienes identifica como malos musulmanes, los apóstatas cuya sangre –llegado el caso– es lícita (como se dice en árabe, damm-hom halal) y también a los impíos, los infieles, los kuffar. Si permitimos que progrese esa maquinaria trituradora de la sociedad francesa porque nos consideramos capaces de extraer a corto plazo tal o cual ventaja política, porque con ella cosecharemos un conjunto de votos en torno a un proyecto populista, sí, quizá resultemos elegidos, pero cargaremos con la responsabilidad de una sociedad que estará profundísimamente dividida y balcanizada; y, por desgracia, ya hemos visto adónde llevaba la balcanización, en Bosnia, Serbia, Croacia, Eslovenia, Kosovo y otras partes, en las zonas mismas donde nació el término, con los horrores de la partición de la ex-Yugoslavia en la última década del siglo pasado.
A consecuencia de los disturbios del 2005 se produjo la inscripción masiva en las listas electorales de jóvenes que, a pesar de ser ciudadanos franceses, no votaban porque se sentían fuera de la ‘polis’
Nos encontramos, en mi opinión, en un momento crucial de nuestra historia europea contemporánea, y el papel de un investigador universitario consiste en proponer un diagnóstico. No se trata de ofrecer soluciones (las soluciones las propondrán aquellos a quienes elijamos), pero me parece importante que, en el debate ideológico global que se abre hoy, los ciudadanos, los electores, dispongan de elementos de conocimiento que les permitan interpelar a los candidatos y recuperar el sentido de un debate ciudadano fundamental. Tenemos tendencia a oponer las fragmentaciones comunitaria por un lado e identitaria por otro, que se miran mutuamente con desconfianza, con un laicismo que se erigiría en ideal intangible y ofrecería todas las soluciones. Ahora bien, la dificultad reside en que este último se encuentra hoy carente de definición y, a fuerza de convertirlo en mantra, pierde toda sustancia. Me temo que haciendo únicamente referencia a ese laicismo no comprendamos que, en realidad, es la culminación de todo un proceso cuyo lugar no puede ocupar; y ello obliga, a mi entender, a los partidarios del laicismo, si quieren asegurar su éxito y construir su fecundidad de cara al futuro, a no limitarse a mirar al pasado, como hacen los identitarios y los comunitaristas, sino a proyectarse hacia el futuro, es decir, a ser capaces de basarlo en un diagnóstico de nuestra sociedad.
Los disturbios del 2005
Hay que remontarse a ese año crucial que tan profundamente perturbó la sociedad francesa y cuyas lecciones, según creo, no se han extraído, es decir, al año 2005. Para la mayoría de los franceses, 2005 es el año de los grandes disturbios de octubre y noviembre. Esos disturbios recorrieron toda Francia y marcaron toda una serie de territorios, banlieues populares desfavorecidas; unos enclaves que escaparían durante un tiempo a la autoridad de la policía y donde los altercados, la quema de vehículos, las destrucciones de bienes públicos, a través de su dimensión de violencia sacrificial, marcaron profundamente los espíritus y nos interrogaron sobre la cohesión (o la fractura) de nuestra sociedad. Todo ello contribuyó a la constitución de territorios que, en los años siguientes, se desarrollarían más o menos al margen o de modo autónomo con respecto al resto del país.
En el 2007, Nicolas Sarkozy resultó elegido presidente porque apareció como la persona que, en tanto que ministro del Interior, mantuvo el orden durante los disturbios del 2005
Sin embargo, la revuelta del 2005, en lo profundo, no fue centrífuga. Al contrario, en esa ocasión y por la exacerbación de una violencia que se vivía simultáneamente como un espectáculo que acaparaba todos los días durante tres semanas las pantallas del televisor, las poblaciones que se sentían marginadas pedían participar en la sociedad francesa. Por otra parte, una de las consecuencias más importantes de los disturbios en términos políticos fue la inscripción masiva en las listas electorales de jóvenes que, a pesar de ser ciudadanos franceses, no votaban porque se sentían en el exterior de la ciudad, en el sentido griego de polis, a causa de su relegación en las cités; unas cités entendidas en el sentido trivial y antinómico del francés actual que remite a los grandes conjuntos edificados en los años de los treinta gloriosos (1950-1980) y que estigmatizaron a partir de entonces la relegación socioespacial, designada también con otro eufemismo, los quartiers, los barrios. Esas inscripciones masivas en las listas electorales, a partir del 2005, se reflejarían en cambios políticos, paradójicos en un primer momento. En el 2007, Nicolas Sarkozy resultó elegido presidente de la República en gran medida porque apareció como la persona que, en tanto que ministro del Interior, mantuvo el orden durante los disturbios; y una sociedad globalmente traumatizada por ellos le permitió conseguir una victoria muy significativa. En términos de votos, recuperó siete puntos porcentuales al Frente Nacional en relación con lo obtenido por Jean-Marie Le Pen en el 2002. Luego, en el 2012, ese electorado se comportó, de modo muy significativo esa vez, en sentido contrario, en favor de François Hollande y lo ayudó a conseguir la victoria frente a Nicolas Sarkozy, aunque menos masiva que la obtenida por este último cinco años antes contra Ségolène Royal. En el 2017, Emmanuel Macron captó mucho más fácilmente a su electorado por cuanto que se enfrentó en la segunda vuelta a Marine Le Pen, detestada por una gran parte de la juventud surgida de la inmigración magrebí.
En ese mismo año 2005, social y políticamente traumatizante para Francia, se proclamó el estado de emergencia. Lo hemos olvidado porque ahora, desde los atentados yihadistas, hemos vivido mucho tiempo en estado de emergencia, pero fue entonces cuando se decretó por primera vez en el Hexágono desde el final de la guerra de Argelia.
Los barrios relegados
¿En qué terreno prospera el fenómeno yihadista? Si no lo comprendemos, nos limitamos a su descripción, que tiene su validez pero no contempla la causalidad. En los barrios relegados, las banlieues, como se dice ahora (banlieue es una palabra francesa que no necesita ser traducida; como ocurrió antaño con parfum o champagne, Francia se equipara a esa palabra), de Toulouse, Perpiñán, Burdeos o todos los demás lugares, porque el fenómeno no concierne solo a la aglomeración parisina, la tasa de desempleo alcanza una media de un 40% entre quienes salen del sistema escolar; añadamos a ello la economía informal como modo de subsistencia, unos saberes aportados por la escuela que no permiten construirse, convertirse en lo que se es, edificar valores.
En las ‘banlieus’ la tasa de desempleo alcanza una media de un 40% entre quienes salen del sistema escolar con unos saberes que no permiten construirse, convertirse en lo que se es, edificar valores
Es ahí justamente, a mi entender, donde el mantra laico, si solo es mantra, no tiene posibilidad alguna de ser escuchado. El proyecto del laicismo es el proyecto de una convivencia que permite considerar que lo que tenemos en común prevalece sobre nuestras diferencias, que son del todo libres de expresarse y brotan de manera contradictoria pero sin recurrir a la violencia. Dicho proyecto laico se construye sobre la educación en valores y da al mismo tiempo acceso al trabajo, este último como una transformación del sí mismo que permite salir de una identidad heredada, atávica, comunitaria, etnorracial: tal es el proyecto de la República. ¿A cuántos de entre nosotros de origen extranjero, como el autor de estas líneas, nos ha permitido la escuela convertirnos en lo que somos? Para muchos jóvenes de las banlieues, esas palabras ya no tienen sentido y por ello creo que la refundación del laicismo se basa en un trabajo masivo de reconstrucción de nuestro sistema escolar. Si este ya no es capaz de desembocar en los empleos necesarios, se podrá hablar todo lo que se quiera de laicismo, pero nadie escuchará.
He ahí un primer elemento importante y sobre el cual ese yihadismo, que ve la falla, va a inscribirse; y la cárcel es, desde semejante punto de vista, el lugar de exacerbación de ese fenómeno. He ido a dar conferencias a la cárcel de Villepinte, cerca del aeropuerto de Roissy París-Charles de Gaulle, en el departamento de Sena-Saint-Denis; y, en cierto modo, es el concentrado de las cités de las banlieues, con las mismas costumbres, el mismo modo de funcionamiento, los mismos tráficos, salvo que hay guardias, barrotes, pero toda la vida de la banlieue está ahí reconstituida y se encuentra exacerbada en sus tensiones. Si no logramos intervenir, si en el próximo quinquenio las promesas de los candidatos a la presidencia no se llevan a la práctica, si no hacemos un esfuerzo masivo, si no convertimos nuestro sistema educativo en prioridad (por desgracia, la escuela francesa, a juzgar por el informe PISA de la OCDE, se encuentra hoy muy retrasada), estaremos preparando unos futuros que desilusionan profundamente y también reacciones de este tipo: “No se puede creer en la sociedad, no hay ninguna posibilidad, así que la redención es la yihad”. No se trata de seguir encontrando excusas, no las hay, no hay ninguna, sino de comprender que no tenemos solo que cortar los tubérculos que sobresalen, tenemos que extraer las raíces. Si estas arraigan es porque hay un terreno propicio, y ese terreno supone un problema, se trata de un primer elemento que me parece absolutamente fundamental.
Elemento sociológico
El segundo es, en cierto modo, de orden sociológico. Junto con mis alumnos, he trabajado con las familias de jóvenes de los Alpes Marítimos y también de la región de Toulouse que han partido a la yihad; y un detalle que resulta muy sorprendente es el escaso número de padres que hemos encontrado. Algunos padres de origen magrebí o africano habían desaparecido, regresaron a su tierra y abandonaron a esposas e hijos; otros (en particular, padres de conversos) habían abandonado a esposas e hijos en el contexto de la promiscuidad sexual del mundo postindustrial, lo que en general había provocado una pauperización de las mujeres y la desaparición de una autoridad paterna transmisora de la ley del Estado y la sociedad civil a la familia. Una vez desaparecido, el padre es sustituido por los pares, es decir, el grupo solidario que enunciará, frente a la anomia percibida, una ley mucho más exigente, la sharia de los salafistas; una ley que permite responder a todo, velando a las mujeres, preparando la emigración a los países islámicos, declarando ilícito todo lo procedente de la sociedad y el Estado francés vistos como hostiles, proporcionando una especie de corsé que permite crear la ilusión de que es posible resistir a la fragmentación social y la marginación.
Por lo tanto, la maquinaria yihadista, productora de la fractura, no pertenece únicamente al ámbito doctrinal. Por supuesto, es necesario analizar la doctrina y entender la diferencia entre lo que ocurre hoy y lo que pudo ocurrir en la época de las Brigadas Rojas u otras organizaciones. Desde hace años, mantengo un debate sobre este tema con mi antiguo colega Olivier Roy, quien considera que no es importante saber árabe, porque lo que vemos hoy, en el fondo, es lo mismo que vimos en la época de la Fracción del Ejército Rojo alemán, las Brigadas Rojas italianas o Action Directe en Francia (ayer en rojo, hoy en verde, mañana en pardo). Por supuesto, la comparación es siempre interesante, pero resulta imperativo contextualizarla: hay que comprender también de qué modo unas doctrinas particulares van a cambiar los modos de movilización, privilegiar la lógica suicida, por ejemplo, la búsqueda del martirio, lo que no ocurría en el caso de los grupos izquierdistas. Definirse como proletario no tiene las mismas consecuencias que hacerlo como yihadista, querer instaurar la dictadura del proletariado y el comunismo no tiene el mismo significado que aplicar la sharia.
La refundación del laicismo debe basarse en una reconstrucción del sistema escolar. Si este no es capaz de desembocar en los empleos necesarios, nadie atenderá cuando se hable de laicismo
He aquí, pues, dos pistas que me parecen muy importantes, la pista social y la pista psicológica. El personal clínico presente en los barrios difíciles alerta desde hace mucho tiempo a las autoridades de esos problemas, pero no se les hace más caso que a los arabistas y sociólogos. Y luego está la pista del análisis de la doctrina, una cuestión que hay que comprender bien, que en mi opinión no se ha desentrañado todavía lo suficiente. En el fondo, la salida fácil es la desradicalización. No sabemos lo que significa radicalización, y mucho menos lo que significa desradicalización; usamos una abundancia de aspirinas y tiritas, pero tratamos el fenómeno de forma superficial y no abordamos sus causas. Es preciso ejercer una gran vigilancia en los meses venideros para garantizar que el proyecto yihadista, que es el de la fractura social, no pueda funcionar. Y, por supuesto, ese proyecto se alimenta del auge de la extrema derecha, a la que quiere ver prosperar: cuanto más xenófoba, racista o islamófoba parezca la sociedad francesa, tanto más se facilitarán el reclutamiento y la ruptura en nombre de una visión comunitarista. En cierto modo, estamos atrapados entre la Caribdis de una ceguera voluntaria ante esos problemas y la Escila de su exacerbación, tanto en la izquierda como en la derecha. Con ocasión de las elecciones presidenciales del 2017, las webs yihadistas desearon la victoria de Marine Le Pen porque, de ese modo, no habría ilusiones que albergar acerca de las capacidades integradoras de Francia. Esperaban reclutar así bajo su bandera a todos sus correligionarios y desencadenar una yihad victoriosa; y ello cuando, a pesar de su violencia, su invasión de las redes sociales entre el 2012 y el 2019, no son más que una minoría tan reducida como radical.
Juicio y elecciones
Hoy, el trauma de los años de violencia yihadista es recordado por el mayor juicio de la historia de Francia, el de los atentados del 13 de noviembre de 2015 en la sala de fiestas parisina Bataclan y el Estadio de Francia. Comenzó en octubre del 2021 y continuará hasta después de las elecciones presidenciales del 10 y el 24 de abril del 2022, de las que se ha convertido en el trasfondo. Una de las consecuencias ha sido la desilusión del electorado de izquierdas respecto a sus valores humanistas universales, un electorado que se ha evaporado: a tres meses de la primera vuelta, el total de la intención de voto de sus siete posibles candidatos, incluidos los ecologistas, es inferior a un 20%. En cambio, los dos candidatos de extrema derecha, Marine Le Pen y Éric Zemmour, alcanzan un 30% (Emmanuel Macron está en cabeza con un 25%, y la derecha republicana de Valérie Pécresse obtiene un 17%). La campaña está dominada, sobre todo, por el tema antiislámico de Éric Zemmour, un polemista sin partido que ha sabido federar a un electorado dispar horrorizado por el terrorismo yihadista y los comportamientos incívicos atribuidos, con razón o sin ella, a los jóvenes de las banlieues procedentes de la inmigración magrebí y del resto de África. Nunca ha obtenido la extrema derecha unas intenciones de voto tan elevadas, y tanto Emmanuel Macron como Valérie Pécresse deben mostrar actitudes muy firmes sobre la seguridad para conservar a muchos votantes.
Para el proyecto yihadista, cuanto más xenófoba, racista o islamófoba se muestre la sociedad, más se facilitarán el reclutamiento y la ruptura en nombre de una visión comunitarista
Ese terror a una fragmentación cultural de la sociedad, que se impondría a los conflictos sociales tradicionalmente reflejados a su manera en los comicios parlamentarios, solo se ve mitigado hoy por las medidas profilácticas contra la pandemia de la covid, y ese es el tema principal del presidente saliente. Al presentarse como el paladín de los vacunados frente a la minoría antivacunas, Macron espera ganar las elecciones encarnando los valores comunes de supervivencia de una sociedad mayoritariamente solidaria… aunque ello suponga aplazar hasta el día siguiente las grandes opciones educativas y de seguridad necesarias para la integración social. No es imposible que, en caso de que obtenga la reelección, el verdadero debate social no se produzca hasta finales de junio, con ocasión de las siguientes elecciones legislativas.
Gilles Kepel es profesor de Ciencias Políticas en el Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po), experto en el mundo árabe y musulmán y autor de ‘Le prophète et la pandémie’.