Vamos a dejar hoy el comentario de la dura actualidad para abordar dos temas que me apasionan y que están relacionados.
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El primer asunto es que estamos en noviembre y es tiempo de conmemorar el nacimiento y la muerte de uno de los escultores más importantes de la historia: Auguste Rodin, que nació el 12 de noviembre de 1840 (justo hoy hace 181 años) y murió el 17 de noviembre de 1917. Noviembre es un ‘mes Rodin’.
Este escultor está profundamente relacionado con la historia del Museo de Arte Moderno de Bogotá, porque en 1971, cuando estaba en la sede del Planetario Distrital, se organizó una exposición con 85 de sus obras que nos permitió medir su inmenso talento, así como la fuerza y el poderío de sus concepciones. Esta exposición fue un hito de la actividad cultural, gracias a los esfuerzos de Gloria Zea.
Su escultura más famosa, El pensador, es un referente no solo para los artistas plásticos, sino para toda la humanidad; además, entre sus obras tiene títulos como La edad de bronce, El beso, El hombre que camina, Los burgueses de Calais y muchas otras que nos confirman que es un clásico y hay que volver sobre su trabajo, para apreciar un momento muy elevado de la historia del arte universal.
Pasemos al otro tema. Un fenómeno que ha venido creciendo de manera importante. Se trata de los artistas digitales y especialmente aquellos que han apostado por los famosos NFT (non fungible tokens) para realizar sus creaciones.
Esta tendencia puede resultar polémica y hasta difícil de comprender para muchos, que prefieren las formas tradicionales de expresión. Yo creo que hay público para todo: tanto para quienes quieren recorrer y admirar en un museo las obras a la manera habitual como para quienes quieren hacer inmersión en los contextos digitales, que ofrecen un ámbito más participativo con los públicos.
El arte digital y la ‘tokenización están abriendo espectros expresivos inimaginables hace apenas un par de años.
Los NFT son una tecnología que ofrece originalidad absoluta en los contextos digitales. De ahí que ‘tokenizar’ una obra da como resultado la garantía total de autenticidad. Los artistas pueden elaborar un trabajo único y los coleccionistas pueden, por su parte, adquirir y poner a circular obras digitales que cumplen la promesa de ser completamente irrepetibles, porque no se pueden falsificar. Esto es algo que a muchos nos cuesta trabajo comprender.
Además de que la digitalización ofrece posibilidades expresivas nuevas, también está representando beneficios para los artistas, porque se puede tener trazabilidad y aparecen oportunidades novedosas de comercialización, que garantizan mejores ingresos para los creadores. Beeple, un artista digital, es ya todo un éxito con esta clase de propuestas, y sus proyectos hoy son reconocidos y están muy valorizados. En Estados Unidos, el inversionista Todd Morley anunció este año la apertura en Nueva York del más grande museo de NFT y arte digital del mundo.
En Colombia, algunos artistas han empezado a incursionar en los NFT. Camilo Restrepo ya causó polémica con su propuesta de ‘tokenizar’ cocaína y venderla como una forma de protesta contra la lucha antidrogas. Camila Fierro, una joven artista, se apuntó este año un éxito cuando logró vender todas sus obras ‘tokenizadas’ en una subasta virtual. Así que la tendencia parece inatajable y pone a los amantes del arte en un escenario completamente impensable hace un tiempo.
Celebrar a Rodin es una necesidad humana: revisitar sus obras es un estimulante para el espíritu. Su clasicismo reconforta y configura a los espectadores. Por otra parte, el arte digital y la ‘tokenización’ están abriendo espectros expresivos inimaginables hace apenas un par de años. ¿Hasta dónde nos llevarán estas nuevas herramientas expresivas? La respuesta la tienen los espíritus creativos como el que Rodin quiso representar en su famoso pensador. Rodin y los NFT son dos caras de una misma moneda.
CLAUDIA HAKIM
* Directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá
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