La señal más sorprendente de las elecciones en Francia tiene que ver con el destino de los votos del candidato de extrema izquierda Jean-Luc Mélenchon, de cara al balotaje entre Macron y Le Pen.
Mientras la centroderecha y la menguada centroizquierda socialista llaman a votar a Macron, el mensaje de Mélenchon es abstencionista: propuso no dar “ni un voto a Le Pen”, pero tampoco recomendó dirigirlos al actual presidente. Los analistas que he leído en estos días dan diversas explicaciones al respecto: desde lo ideológico a la mera estrategia electoral. Acá viene lo sorprendente y preocupante: una encuestadora pronostica que los votos de Mélenchon irán en un 44% a lo que el candidato sugiere (abstenerse, en blanco o anulado), un 35% a Macron, ¡y un 23% a Marine Le Pen!
Es casi una cuarta parte de ciudadanos de extrema izquierda que, en un salto mortal digno del Cirque du Soleil, en apenas dos semanas se pasarán a quien (supuestamente) más abominan.
En su columna de análisis publicada ayer en estas páginas, Claudio Fantini evoca que ya en el balotaje de 2017, entre los mismos contendientes, la izquierda dura se había inclinado por su opuesto, la derecha dura de Marine Le Pen (hoy algo pasterizada, pero con el discurso antiliberal y xenófobo de siempre). “La clave está en los votos que obtuvo Mélenchon”, explica Fantini. “Y es probable que buena parte de esa izquierda prefiera a la candidata del populismo de extrema derecha. De hecho, esa derecha lleva años absorbiendo izquierdistas desilusionados con el Partido Socialista”.
Cosas de la política actual: los extremos se tocan. El analista Alejo Schapire no lo cree así, pero reconoce que entre Mélenchon y Le Pen “hay una base antisistema, con un odio hacia Macron y lo que representa para ellos (‘el presidente globalista de los ricos’) muy fuerte y compartido. En Economía son muy parecidos, solo los divide el tema inmigración/islam”. Incluso lo escuché decir que los “chalecos amarillos” con su furia irracional, son reivindicados sin complejos por ambos extremos del espectro ideológico. Agrega Schapire: “quien no entiende cómo pasan los mismos electores del voto de la extrema izquierda a la extrema derecha, no está siguiendo la película con atención”.
Me pregunto si no es tiempo de que los uruguayos nos miremos en este inquietante espejo. ¿Fue en 2019 el trasvasamiento de votos del MPP a Cabildo Abierto, como tantas veces se ha dicho, un factor significativo para el triunfo de la coalición? ¿No llama la atención que las escasas rebeliones parlamentarias al Ejecutivo dentro del oficialismo, hayan venido del partido que lidera Manini Ríos, una colectividad que salta de escandalizar a los frenteamplistas en temas de derechos humanos, a sumar votos con ellos en contra de medidas del gobierno?
¿Serán tan exitosos los algoritmos de las redes sociales, que lograrán algún día socavar el centro del espectro político, en favor de los extremismos de uno y otro signo, como está ocurriendo en Francia?
Sugeriría ir abriendo el paraguas, porque aquí la cantinela antisistema se está escuchando con más frecuencia de lo deseado. Desde los que proclaman sin ninguna vergüenza la vigencia de la lucha de clases, hasta los que acusan al gobierno de tibieza. Que nunca nos pase tener que evocar los tiempos felices en que la ciudadanía se inclinaba mayoritariamente por partidos y candidatos de centro.