Las elecciones presidenciales de Francia parecen una repetición de las de hace cinco años. Sin embargo, la primera vuelta del domingo, en la que el actual presidente Emmanuel Macron se enfrentó a un repunte tardío de su rival de extrema derecha Marine Le Pen, reveló un país más polarizado. Quienquiera que llegue al Elíseo se encontrará con que la segunda economía de la zona euro es difícil de gobernar.
Macron alcanzó el 27,6% de los votos, casi 4 puntos porcentuales más que en 2017. Pero Le Pen también avanzó, obteniendo un 23,4% de apoyos, frente al 21,3% de entonces. El candidato de extrema izquierda Jean-Luc Mélenchon recibió algo más del 20%, algo más que hace cinco años.
Unos resultados tan similares para los mismos tres candidatos después de cinco años, en los que se ha producido una pandemia mundial, grandes trastornos económicos y una guerra en Europa, pueden parecer un testimonio del apetito francés por la continuidad prudente. Pero en realidad Francia se ha transformado en un país profundamente dividido entre un centrismo moderado encarnado por el impopular Macron y la combinación de populismo de extrema derecha y extrema izquierda defendida por sus dos principales rivales electorales.
Más de un tercio de los votantes franceses se decantó por la extrema derecha, si se suman los votos de Le Pen a los de otros dos candidatos situados en este extremo del espectro político. Más del 20% se decantó por la extrema izquierda. Y los dos partidos que dominaron la vida pública de Francia en las seis décadas anteriores a la llegada de Macron a la presidencia -los conservadores tradicionales y el Partido Socialista- no pudieron reunir juntos el 7% de los votos.
Puede estar en marcha un cambio sísmico en la forma de gobernar Francia. La plataforma de Le Pen puso poco peso en su tema principal, la lucha contra la inmigración, y hace tiempo que renunció a su idea de que Francia abandonara la Unión Europea o al menos el euro. En su lugar, se centró en las dificultades económicas provocadas por la pandemia y la alta inflación. Pero su programa es un picadillo de obsesiones intervencionistas y nacionalismo económico que la alejaría gradualmente del consenso europeo.
Macron, por su parte, tendrá dificultades, si es elegido, para impulsar las reformas que cree que necesita Francia, pero sobre las cuales ha olvidado preguntar a los franceses. Es posible que gane un segundo mandato solo porque muchos votantes a los que no les gusta él encuentran a Le Pen aborrecible. Difícilmente sería un mandato fuerte para el cambio.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías