El Pentágono anticipa la creación de nuevas instalaciones con rotación de tropas para no invertir en escuelas y casas para las familias
Yankees go home’. En los años 80 los grafiteros de todo el mundo aprendieron a escribir en inglés el ‘¡Fuera yankis!’ que cubría las paredes de media Europa. Eran los tiempos de Reagan. España estrenaba democracia y las bases americanas olían a franquismo, pero la guerra de Ucrania ha dado un vuelco al sentimiento antiamericano y a las propias políticas del Pentágono.
El general Mark Milley, jefe del Estado Mayor, dijo el martes a los congresistas que la guerra podría durar «años», pero los aliados, especialmente los de países Bálticos o Europa del Este como Polonia o Rumanía, estarían «muy a favor» de crear nuevas bases permanentes para las tropas estadounidenses en la región e incluso «las construirían y pagarían por ello». Eso sí, los tiempos demandan otro formato.
Desde el final de la Guerra Fría los presidentes estadounidenses han ido reduciendo paulatinamente la presencia de estas bases, incómodas para los países anfitriones y costosas para EE UU. Los gobiernos de Bush y Bill Clinton cerraron cientos de bases de Europa y Asia consideradas «innecesarias». El de Trump clausuró otras en Afganistán, Irak y Siria. Se esperaba que el de Biden, que empezó dándole carpetazo a las de Afganistán, pusiera punto final a esa faceta del imperialismo americano, particularmente por su convencimiento de que la nueva amenaza viene de China.
LAS CLAVES:
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Presencia global.
Washington cuenta con 750 cuarteles en 80 países que suponen un coste de 55.000 millones -
Críticas.
La guerra ha dado lustre al cuestionado despliegue en la UE, que acumula décadas de recortes
Tras haber servido 37 años en el Senado, Biden era un clásico y estaba dispuesto a restablecer el orden que había destruido Trump a capricho. El magnate retiró 12.000 tropas de Alemania solo para castigar al Gobierno de Angela Merkel y recompensar con algunas de las que retiraba a su aliado populista en Polonia. Por el contrario, la Administración Biden recuperó la tradición de encargar al Pentágono una estimación de fuerzas y riesgos que sirviera de base a la Estrategia de Defensa Nacional. Para cuando los puntos clave de su primera Revisión de la Postura Global (Global Posture Review) se hicieron públicos a final de noviembre, la inteligencia militar ya había detectado el movimiento de tropas rusas en la frontera de Ucrania. Por eso decepcionó a los que consideraban que nada estaba más anticuado que tener tropas desplegadas en el Viejo Continente.
«Europa es el caso más claro para la retirada de las bases militares estadounidenses», decía un informe del Cato Institute, un prestigioso ‘think tank’ de corte libertario financiado por los hermanos Koch, que alumbraron al Tea Party. «Europa es una de las regiones más estables del planeta. Tiene cuatro poderes -UK, Francia, Alemania y Rusia- entre los que es improbable que haya un conflicto. Y en el dudoso caso de que las relaciones se deterioraran hasta ese extremo, la existencia de armas nucleares serviría de elemento disuasorio».
Más conflictos que paz
El propio Gobierno de George W. Bush había abogado en su Global Defense Posture Review por «reducir y consolidar la existencia de tropas militares en Europa», que consideraba poco útiles para enfrentar futuros retos de seguridad. Desde la izquierda se hacía hincapié en que las bases estadounidenses no habían servido para propagar la democracia en el mundo, sino todo lo contrario, ya que a menudo Washington respaldaba a ejecutivos autoritarios y regímenes represivos a cambio de que le permitiesen establecer las bases. El Quincy Institute for Reposible Statecraft citaba entre sus argumentos a 19 países, de entre los cuales destacaban Turquía, Nigeria, Honduras, Bahram y, en el pasado, España, durante la dictadura de Franco. Según esto, 38 países no democráticos tienen bases estadounidenses.
Además, la presencia de las instalaciones militares norteamericanas da pie a numerosos conflictos debido a violaciones, asesinatos y otros delitos que comete el personal militar, sin que sus soldados puedan ser juzgados por las autoridades locales. «Lo que lógicamente genera protestas y daña la reputación de Estados Unidos», decía el informe que en septiembre pasado abogaba por «mejorar la seguridad global y de Estados Unidos a través del cierre de bases militares en el extranjero», tal como rezaba su titular.
Con las nuevas tecnologías y los modernos medios de transporte, la ventaja de tener tropas estacionadas en 750 bases militares repartidas en 80 países es más simbólica que práctica. De hecho, Estados Unidos tiene casi tres veces más bases militares en el extranjero que embajadas, consulados y misiones diplomáticas, (276, según el Quincy Institute). Cuestan a los contribuyentes unas 55.000 millones y representan tres veces más que las que tienen todos los demás países del mundo juntos.
Agujero presupuestario
La invasión rusa de Ucrania ha sacado nuevo lustre a esas bases anacrónicas que se consideraban un agujero en los presupuestos. Con todo, el general Milley dijo el martes a los legisladores que la nueva visión será crear bases permanentes para las tropas de Estados Unidos en la región, pero no enviar personal de forma permanente sino por turnos de unos meses. Con eso se conseguiría el mismo efecto de permanencia que, a juicio de los expertos, mantuvo a raya a la Unión Soviética en Alemania del Este, sin incurrir en el costo que tendría construir casas para las familias, comercios y hasta colegios para los hijos de los soldados.
La OTAN ha preferido enviar tropas a Europa del Este en misiones más cortas sin crear bases permanentes, pero «eso tiene que cambiar», dijo la semana pasada al Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes el general de las Fuerzas Aéreas Tod Wolters, que lidera el Comando Europeo de Estados Unidos.
La presencia estadounidense en Europa llegó a ser de más de 400.000 soldados en los momentos álgidos de la Guerra Fría, allá en los años 50, pero para el año pasado había disminuido a 60.000. De hecho, Trump la había limitado en Alemania a un máximo de 25.000 uniformados como penalización por no alcanzar el 2% de gasto militar que requiere la OTAN y por «aprovecharse» comercialmente de EE UU. Nada más llegar al poder Biden congeló la retirada en marcha y encargo al Pentágono y al Departamento de Estado revisar la posición global de Estados Unidos, que concluyó con los mencionados informes.
El secretario de Defensa, Lloyd Austin, al que le llegó el turno de testificar ante el Congreso el pasado martes, adelantó que el tema probablemente se discuta en la próxima cumbre de la OTAN que se celebrará en junio. El problema es que los estrategas de Washington siguen pensando que la verdadera amenaza para Estados Unidos en los próximos años vendrá de China, otro país que añora la grandeza de su imperio y aspira a recuperarlo. «Creo que seremos capaces de caminar y mascar chicle a la vez», dijo un alto funcionario de defensa al diario ‘The Washington Post’.