Los hermanos gemelos Pablo y Carlos Silberberg conforman “Inmigrantes”, un dúo que desde sus inicios aspira principalmente al rock. Uno de ellos habla sobre el vínculo que desde chicos tienen con la música y los desafíos que trae saltarse del mainstream al mundo independiente.
Por: Micaela Cattáneo
Los gemelos argentinos Pablo y Carlos Silberberg (37) transitaron por todas -o la mayor parte de- las etapas que un músico puede atravesar en la industria: vivieron la euforia del mainstream, estuvieron cara a cara con la incertidumbre de estar sin trabajo y, finalmente, decidieron armarse un camino fuera de las grandes estructuras.
Si bien ahora en su proyecto en conjunto, Inmigrantes, hacen música independiente no todo empezó por ahí. En sus primeros años de carrera profesional, cada uno por su lado, formaron parte de las famosas bandas creadas a partir de realities shows. Pablo como integrante de Mambrú luego de su paso por el programa de televisión Popstars, y Carlos como miembro de Gamberro, tras ser finalista en Escalera a la Fama.
Oriundos de Avellaneda, ciudad al sur de Buenos Aires, los hermanos Silberberg sabían que más allá de estas experiencias de pura adrenalina, volverían a su esencia musical: tocar juntos, como lo hacían desde que eran chicos. Y así sucedió.
Pablo revela dónde nace la pasión de ambos por la música; cómo observan ahora esas etapas de mayor exposición en sus respectivas boy bands, y qué desafíos trajo consigo saltarse al lado independiente una vez formando su dúo actual Inmigrantes.
Siempre que pienso en las historias de las personas encuentro que la raíz de lo que son o hacen está ligada a su infancia. ¿Quién en su familia los guió hacia la música?
No sé si hubo un guía, fue más una cuestión nuestra, tanto de Carlos como mía. Lo que hicimos juntos y al mismo tiempo, como buen acto de gemelos. Sí hubo un referente muy fuerte en casa, Ricardo, que en ese momento era el marido de mi madre. Él era la persona más cercana a nosotros que hacía música, no de manera profesional, pero sí como hobby o para explorar su faceta recreativa.
¿Cómo los orientaba?
La música siempre estuvo presente por parte de nuestros abuelos, padres y amigos. Pero el hecho de vincularnos personalmente con la música fue gracias a Ricardo. De hecho, en casa había una guitarra por él y siempre la agarraba para mostrárnosla. Después, fue una cuestión nuestra de empezar a coquetear con la posibilidad de hacer música y ya no solo de escucharla.
Entonces, se puede decir que fueron autodidactas o ¿cómo se dio esa conexión más profesional?
Sí, totalmente autodidactas. Nos gustaba el rock, queríamos hacer rock. Tocar la batería y la guitarra. Hacer canciones. Nuestro afán era ese, dedicarnos a componer, a construir un universo: algo que perteneciera a nuestra fantasía personal y no tanto aprender escalas, tocar en una orquesta o leer partituras. No nació por ese lado.
¿Y eso se mantuvo a lo largo de los años o necesariamente tuvieron que aprender esas herramientas para darle solidez a lo que hacían?
El puntapié inicial fue ese, pero por supuesto que después empezás a escuchar y aprender. También querés tocar mejor, entonces no te queda de otra que hacerlo. Pero siempre desde un lugar más lúdico, de juego, no en el sentido de entretenimiento, sino de búsqueda e introspección, como un tema más artístico y no tanto técnico. Con el tiempo hemos estudiado armonía y guitarra; perfeccionado en canto, etc.
Ustedes son de Avellaneda, crecieron ahí ¿es una ciudad musical?
Avellaneda es una ciudad que tiene su historia musical, tampoco es Mánchester (ríe), pero en algún punto tiene su relación. Tiene un paisaje muy particular dentro de lo que es Buenos Aires. Es una zona de barracas, muy industrial y todo eso tiene una conexión con el rock. El rock moderno se formó en este tipo de lugares. Entonces, nosotros tenemos esa visión de Avellaneda y la música, y no tanto aquella de “en esta casa vivió tal artista”.
Su estudio, La Casa de María, ¿tiene que ver también con su historia personal?
María era mi mamá. Y el estudio lleva ese nombre, en parte, por eso. Es el lugar donde nació todo y donde está nuestra base de control. Allí craneanos y pensamos todo lo que hacemos. Nunca nos movimos de acá, en ese sentido.
¿Coincide con el lugar donde vivieron y crecieron?
Gran parte de nuestra vida, sí.
Hablando de nombres, hace mucho tiempo explicaron que Inmigrantes tenía que ver más con una actitud que con el concepto en sí de la palabra. ¿Qué sentido le fueron encontrando al nombre del dúo con el correr de los años?
Muchos. Uno no puede huir del concepto de vida que uno arrastra o es. Y la palabra “inmigrantes” para nosotros significa muchas cosas: desde algo genealógico y ancestral en nuestra familia hasta cómo la música es un vehículo que necesita emigrar para sobrevivir, crecer y ampliarse. Es una palabra muy poderosa, representa valor y fortaleza para quien decide moverse. En nuestro caso, la música siempre fue un vehículo para renovarnos a nosotros mismos, entonces vamos moviéndonos dentro de eso que somos.
Ya que mencionás sobre “renovarse”, antes de Inmigrantes fueron Mambrú y Gamberro cada uno por su lado. ¿Cómo los encontró esa etapa a nivel familiar? ¿Tenían ese espacio para reencontrarse y tocar juntos como lo hacían desde chicos?
Al principio, esa etapa tuvo mucha adrenalina, por eso se cortó ese hábito. Pero rápidamente volvimos a lo mismo porque es más fuerte que nosotros. Siempre supimos que íbamos a hacer música juntos, y si en algún momento salimos de esa senda, sabíamos que se volvería a unir en algún punto. Era necesario, sobre todo para dos gemelos que se crían a la par el uno con el otro y tienen una especie de simbiosis y retroalimentación.
Es una pregunta recurrente, pero ¿qué les hizo salir de esas experiencias?
Éramos chicos y, en ese momento, sentíamos que era una buena oportunidad para vivir, sin pensar mucho en otras cosas. Quizás ahora mirando con otros ojos, seguramente lo pensaría de otra manera.
Entonces, ¿no volverían a una experiencia similar como Mambrú y Gamberro?
Si pienso en eso de “volver el tiempo atrás”, estaría siendo injusto con el niño que lo hizo, conmigo mismo. Pero no, no lo volvería a hacer o, mejor dicho, no lo haría dos veces.
En esencia, rock
Pablo y Carlos, después de su paso por Mambrú y Gamberro, respectivamente, formaron Inmigrantes y tras tres años de trabajo lanzaron su primer álbum Turistas en el paraíso, de la mano de Sony BMG, el cual tuvo un gran alcance en Latinoamérica. El despegue fue un éxito, pero al poco tiempo la relación con la discográfica empezó a tensionarse y decidieron continuar por su cuenta.
¿Qué los hizo plantarse ante esa estructura y tan sólidamente, teniendo solo 23 años de edad?
Me animo a decir que las cosas se nos presentaron rápidamente. En 2005, Carlos y yo estábamos atravesando una situación “común” para todo chico que decide vivir de la música: tocábamos y componíamos todo el día, pero no teníamos trabajo ni dinero, tampoco ningún tipo de expectativa. Y de repente, aparece la discográfica completamente fascinada, con ganas de llevarnos a todas partes y permitiéndonos grabar un disco como nosotros habíamos soñado.
A medida que el proyecto se hacía cada vez más grande, nos dimos cuenta que estábamos perdiendo dominio sobre aquello a lo que tanto amor le habíamos puesto. A la vez, nos veíamos súper jóvenes e inexpertos en muchas cosas, pero sentíamos que el camino que nos planteaba la discográfica implicaba perder el control absoluto de Inmigrantes.
Nosotros ya habíamos tenido una experiencia mainstream y, en su momento, no nos molestó que tocaran a las bandas a las cuales pertenecíamos. Sin embargo, cuando eso sucedió con un proyecto tan nuestro como Inmigrantes, nos pusimos firmes y decidimos cortar la relación.
¿Se pierde mucho con una decisión así?
Nosotros seguimos sintiendo que esto de hacer música debe salir de un lugar esencial y personal: tiene que ser auténtico. No puede tener otro fin. La mayoría de los artistas a los que admiramos, transitan ese camino, entonces preferimos ir por ahí. Desde ese hecho, cambiaron muchas cosas en la industria, hoy hay otras reglas. Creo que en ese momento nuestra decisión fue muy corajuda, totalmente artística y seguimos pensando que en eso somos imbatibles.
Hay una frase de mi película favorita que dice que “el rock es un riesgo”. ¿Lo conciben de esa forma?
Creo que ese fue nuestro acto más rockero. El rock tampoco es una sola cosa, pero sí le gusta tomar riesgos. Y para nosotros sí implica hacerlos a veces, pero por sobre todo ser uno mismo y saber a qué se aspira artísticamente.
Así empezó su carrera en la música independiente, ¿qué desafíos les trajo?
El desafío de emprender por uno mismo, por tus propios medios. Ser un artista independiente es producirte y hacer un montón de cosas por cuenta propia. A veces, hay mucho cansancio y pocas ganas, pero también un montón de disfrute en el medio, y tiene su reconocimiento. Para nosotros es hacer lo que nos gusta sin ningún tipo de restricción. Es como nuestra religión, y eso no tiene que ver con grabar 90 discos al año, sino más bien con formar una identidad.
Un viaje musical
Después de “Turistas en el paraíso”, Pablo y Carlos se tomaron el tiempo para presentar otros materiales. Así salieron a la luz EPs como “SurPlus” y “Máquinas de Amor”. Finalmente, tras un proceso que se extendió también por varios años, lanzaron “América”, su disco más reciente y el cuarto de su carrera.
Sus seguidores hablan de que siempre han mantenido un aire de misterio en esas distancias existentes entre un material y otro…
Eso está buenísimo, es el mismo misterio que hay de este lado y no podemos develarlo fácilmente. Esa expectativa es mutua. Desde nuestro lugar, estamos buscando y creando sin saber qué va a pasar también.
En su concepción, América guarda también un tono de misterio. ¿Fue la intención desde un principio?
América es un disco que resultó tener en su esencia mucho misterio, desde un montón de lugares, pero también en cómo fue concebido. Teníamos un puñado de canciones que se venían empolvando y siempre nos preguntábamos cuándo las grabaríamos. Ettore Grenci, productor de Turistas en el paraíso, nos convocó para grabar este disco. Fuimos a un estudio en Los Ángeles, un lugar al que nunca habíamos ido, fue un viaje de misterio en el sentido de que queríamos ver con qué nos encontrábamos. Teníamos dos guitarras, nuestras voces, las canciones y las letras iban a ser terminadas durante la grabación. Después, continuamos trabajándolo a distancia, volvimos nuevamente al estudio y así fue tomando forma. Fue hecho “a la aventura”.
Y su nombre, ¿a qué se debe?
Siempre rondó en nuestra historia. Es una palabra muy simbólica para nosotros porque en ese comienzo con Turistas en el paraíso, llegamos a muchas partes de América: Venezuela, Colombia, Chile, Uruguay, Perú, etc. También el hecho de grabar el disco en Estados Unidos nos hizo sentir que era una palabra representativa de este momento.
¿Cómo continúa el viaje de Inmigrantes a partir de ahora?
Estamos en proceso de composición o, más bien, en etapa de pre-producción para un disco nuevo. Mientras tanto, estamos a la espera de salir a tocar un poco. El otro día hicimos un show después de mucho tiempo. Desde antes de la pandemia no tocábamos y necesitábamos cantar, tocar y volver al escenario. ¡Fue una sensación increíble!
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Al fin y al cabo, para ellos, la música ha sido siempre un vehículo para renovarse. Y eso significa volver a vivir ciertas experiencias, aunque desde nuevas perspectivas.