¿Cómo será México una vez que Andrés Manuel López Obrador, según ha prometido muchas veces, se retire de la vida política nacional?
No habrá de esperar hasta el 2024 para formular esta pregunta. La era post-López Obrador comenzará a ocurrir a partir de mañana.
Después de treinta años de ser un protagonista estelar en las elecciones mexicanas, este domingo 10 de abril será la última vez en que su nombre aparezca en una boleta.
Su estrella surcó por primera ocasión el horizonte de la política nacional cuando contendió como candidato a gobernador de Tabasco en 1994 y exhibió pruebas contundentes del fraude que el régimen priista cometía cada vez contra sus opositores.
También brilló cuando fue dirigente del Partido de la Revolución Democrática y gracias a su liderazgo esta fuerza electoral obtuvo varias gubernaturas. En 2000 López Obrador se alzó con la victoria como jefe de gobierno de Ciudad de México y, a partir de ese momento, los atributos de su persona derivaron en un movimiento masivo que puso a las personas desposeídas, los más pobres, como argumento central del quehacer político.
Ese movimiento creció después del absurdo esfuerzo emprendido por el entonces presidente Vicente Fox para desaforarlo, por el presunto fraude de los comicios del 2006, por la resurrección política que le permitió jugar un papel destacadísimo en las presidenciales del 2012, por la mutación de su movimiento en el partido político Morena y, finalmente, por el triunfo avasallador que, en 2018, cruzó su pecho con la banda tricolor.
No podría contarse la historia política mexicana de las últimas tres décadas sin López Obrador, ni narrarse el relato de su movimiento sin referir a la enorme influencia que este ha tenido sobre el México contemporáneo.
Ora que, reconocer esta realidad es tan necesario como asumir que el ciclo político del lopezobradorismo —tal cual lo conocemos hasta ahora— entrará en breve en fase de ocaso. Muy probablemente la campaña reciente en contra de la revocación de mandato ayudó a prolongar la cresta de ese ciclo. No solamente sirvió para subordinar las ambiciones políticas de los adversarios, sino también para galvanizar por última vez al movimiento lopezobradorista, a pesar de las contradicciones y pugnas internas que han venido exacerbándose durante los últimos meses.
Los dos años que le restan al mandato presidencial de Andrés Manuel López Obrador serán complicados porque, además del desgaste natural de su administración y su coalición gobernante, en paralelo comenzarán a edificarse las bases de la era post-López Obrador.
¿Cuánto de su legado continuará vigente? ¿Quiénes serán las personas beneficiarias de su herencia? ¿Quiénes sus legítimos adversarios? ¿Qué propósitos, causas y batallas trascenderán al México del día después? Todas son preguntas cuya respuesta es todavía aventurada.
Hay atributos del lopezobradorismo que difícilmente serán borrados porque despertaron consciencia política masiva, como por ejemplo, la centralidad de la pobreza como tema de Estado. También permanecerá como consigna bien plantada el rechazo a las élites codiciosas y corruptas.
No obstante, hay otros asuntos polémicos que también ha impulsado el lopezobradorismo y que presumiblemente enfrentarán resistencia y criticas tales que obligarán a definirse, tanto a las personas que pretendan reconducir su movimiento, como a sus adversarios y opositores políticos.
Andrés Manuel López Obrador es un líder muy admirado por sus seguidores, entre los cuales una mayoría lo considera un sujeto casi sobrehumano. El vínculo personal que sostiene con sus admiradores será difícil de replicar en la era posterior. ¿Cómo gobernar un país donde el culto a la personalidad del presidente será irrepetible?
López Obrador construyó una realidad política que presuntamente no necesita de intermediarios. Él y el pueblo tienen una liga emocional que prescinde de mediadores. Por eso, a la hora de gobernar, han sido descartados los partidos, las organizaciones, los medios de comunicación, los sindicatos o las cámaras empresariales.
Esta forma de gobierno tendrá que ser reemplazada por otra donde lo micro y lo macro vuelvan a vincularse, no a través de una persona única y singular, sino de cientos de miles de voluntades que quieran agregar democráticamente la vida política del país.
Esas formas nuevas (o viejas) de intermediación no esperarán al 2024 para manifestarse y tampoco quienes aspiren a la Presidencia aguardarán demasiado para reconocerlas.
Otro asunto singular que la era post-López Obrador habrá de resolver es el de los pesos y contrapesos propios de la democracia. El ciclo político que está por concluir ha visto a un poder Ejecutivo rebelde frente a los controles y los poderes autónomos. Ha sido monumental la campaña verbal contra organismos como el Instituto Nacional Electoral, los juzgados y los tribunales, los gobernadores adversarios, los partidos de oposición, la prensa libre, las universidades o las comunidades científicas y académicas.
¿Cómo se definirán las personas protagonistas de la era por venir frente al equilibrio de poderes y la vigilancia de la sociedad sobre sus gobiernos? Esta es otra interrogante que, según sea el caso, terminará marcando distancias o coincidencias con el lopezobradorismo.
Un tercer asunto, también diferenciador, estaría relacionado con la militarización de responsabilidades que habrían de ser competencia de las autoridades civiles. No solo se trata de la seguridad pública, sino también de los puertos y los aeropuertos, las grandes obras, la distribución de bienes, el control del presupuesto, la incidencia en el balance de los poderes y, más recientemente, el involucramiento en las campañas electorales.
¿Será el poslopezobradorismo tan propenso a la militarización o en ese nuevo ciclo volverán a distinguirse los limites entre las tareas castrenses y las civiles?
Antes de cerrar merece la pena mencionarse una última cuestión: el compromiso de quien gobierne el futuro para no enturbiar la conversación pública cada vez que se requiera descifrar entre lo que es verdadero y lo que es falso.
La política donde cada uno tiene sus propios datos es adversa a la convivencia pacífica del pasaje que viaja en el mismo barco.
Si el poslopezobradorismo resulta tan amigo de la posverdad como lo fue su antecesor, la política del resentimiento continuará determinándolo todo. Es decir que no habrá reconciliación ni paz entre los muchos Méxicos que constituyen al país.
Ricardo Raphael
@ricardomraphael