el argumento más típico en contra de introducir mecanismos de participación ciudadana es que “la gente no está preparada, ya sea emocional o técnicamente, para decidir sobre asuntos complejos”. Esta apreciación impugna la idea misma de democracia. Claro, no es tan simple. No se trata de negar o desestimar variables fundamentales para el buen funcionamiento de los procesos de toma de decisiones, sino de ponerlas en la agenda de políticas públicas antes de que sean cooptadas por los déspotas del siglo XXI (ya es tarde en Hungría y en El Salvador). Participar implica formarse una opinión y expresarla. Las condiciones para la formación de una opinión pública que contribuya a la gobernanza democrática incluyen un sistema educativo que forme, pero no adoctrine, y pluralidad de fuentes de información que operen con criterios de calidad –que se chequeen las fuentes, que no imperen criterios exclusivamente de mercado en la selección de noticias, que una sola posición no monopolice el debate, entre otros–. Un sistema educativo que forme pero no adoctrine es fundamental. Ahora, no es el adoctrinamiento, sino la desigualdad y falta de recursos para ofrecer una educación de calidad el principal déficit latinoamericano. Además, la formación de la opinión ciudadana no se da en el vacío, sino en el marco de los medios de comunicación y los partidos, las trayectorias y experiencias personales.
Volvamos a la comunicación política. Las campañas en una elección convencional o en un referéndum son el espacio para la defensa de ideas; hay que fortalecerlas y protegerlas de intervenciones indebidas. Los miembros de partidos políticos, periodistas, líderes sociales y las y los influencers como nuevo tipo en el rubro tienen un papel en la formación de la opinión pública. Costa Rica y Uruguay han permanecido (con Chile) en lo más alto del escalafón en los principales indicadores de la calidad de la democracia (Vdem, Freedom House, Polity 4). Las claves del relativo ‘éxito’ uruguayo se asientan en una solidez institucional y una cultura política proclive al acuerdo. Como Costa Rica, es considerada una democracia plena. Sin embargo, esos indicadores no han sido muy receptivos a la influencia del humor social en la supervivencia de la democracia o en el deterioro de su calidad. Costa Rica debiera hacer saltar las alarmas porque está pasando otra vez, como en Chile. Quizás peor, porque en Chile las elites mantuvieron su capacidad de alcanza acuerdos y aceptar el cambio (como ejemplo máximo, el plebiscito que permitió iniciar el reemplazo constitucional). Por el contrario, en Costa Rica estas elecciones han mostrado como una de sus caracteristicas novedosas que en la segunda vuelta no hubo acuerdos entre partidos; no hubo diálogo, los perdedores optaron por no comprometer su capital político. El dato es demasiado relevante porque uno de los candidatos era definido como antisistema. Sin embargo, no movilizó a los partidos que se quedaron fuera de la contienda y tampoco al electorado. La participación fue aún más baja que en la primera vuelta (56%). Algo semejante puede decirse del panorama que dejaron las legislativas en Colombia. Esos silencios deberían preocupar mucho, tanto como la emergencia de liderazgos autoritarios.
El nivel de confianza regional en los medios de comunicación se ubica en un 39%, con el máximo en República Dominicana (58%) y Panamá (50%) y los mínimos en Chile (30%) y Ecuador (29%). La imagen da cuenta también de la volatilidad de las percepciones. Confrontando los datos de 2018 con los de 2020, se observa que en seis países la pérdida de confianza en dos años es igual o superior a 10 puntos, con Costa Rica en el máximo (20%).
Rodrigo Chaves, electo presidente de Costa Rica, como antes hizo Bukele en El Salvador, ha atacado a medios de comunicación y periodistas, acusándolos de representar a los grupos de poder del país. No hace falta ser muy revolucionario para observar que, en general, en la región los medios tienen mucho poder y han pasado a ocupar un lugar central en la disputa política. Lejos de controlar el poder con cierta independencia, unos cuantos catapultan personas al poder o contribuyen activamente a socavarlos por intereses no tan legítimos. No hace falta tampoco ser muy ‘purista’ para asumir que sin pluralismo no hay democracia. El problema no se limita a la ecuación entre la política y las empresas mediáticas. América Latina se caracteriza por poseer sistemas de medios eminentemente privados-comerciales y por ser la región con mayor concentración mediática a nivel planetario. El pluralismo hace décadas que viene siendo socavado por una concentración mediática que avanza en todos los sectores del mercado.
El tema es muy complejo y la realidad latinoamericana invita a disminuir el peso de debates improductivos para poner el énfasis donde (todavía) se puede actuar para evitar el declive. Alicia Lissidini lo hace en nuestro primer artículo de hoy, en el que cita que durante la campaña por el referéndum del pasado 27 de marzo en Uruguay, la campaña por el no tuvo casi el doble de minutos de cobertura que la del sí. Hay más: las mujeres, que habían destacado en la promoción de la iniciativa, desaparecieron del debate en los medios. Con este tema comenzamos. Seguimos con un análisis del referéndum revocatorio en México, que tendrá lugar el 10 de abril. Cerramos con la comunicación del riesgo y la guerra iniciada por Putin.
Uruguay: la democracia directa funciona, pero hay que cuidarla más
Alicia Lissidini hila fino, escapando de lugares comunes para defender que aunque el referéndum del 27 de marzo sigue dando cuenta de las fortalezas del sistema político uruguayo, hay varios factores preocupantes a los que se debe dar respuesta. Su análisis vale para muchos otros contextos: cabe comprender el malestar para anticipar respuestas y evitar la salida.
Revocatoria: disputa y sinsentido en la democracia mexicana
Aumenta la tensión entre el Gobierno y el Instituto Nacional Electoral, responsable de supervisar el referéndum revocatorio que tendrá lugar el 10 de abril (miembros de Morena amenazan incluso con promover el juicio político). El completo análisis deHéctor Gutiérrez Magaña.
De la purificación rusa al mundo libre
Mario Riorda pone la mirada sobre la construcción de dos relatos en el ámbito internacional y alerta: “No por ser un discurso desagradable carece de credibilidad. Lo creíble es que la trayectoria expresada pudiese llegar a cumplirse. Hay credibilidad internacional en la amenaza rusa”. La comunicación de riesgo, riesgo conlleva.
Destacado
Buena lectura y hasta la próxima,
Yanina Welp
Coordinadora editorial