- Daniel Pardo
- Enviado especial de BBC Mundo a Argentina
El reclamo argentino por las islas Malvinas/Falklands es más que una cuestión territorial. Hay quienes piensan que es, también, un tema de identidad.
La vigencia en el tiempo de la disputa con Reino Unido, el tratamiento que los gobiernos argentinos le dieron durante dos siglos y, sobre todo, la guerra perdida hace 40 años llevaron un reclamo territorial al espacio de lo simbólico y lo nacional.
El historiador Federico Lorenz es uno de los argentinos que más ha estudiado el tema: durante 25 años ha visitado las islas varias veces y escrito más de una decena de libros sobre las consecuencias políticas, económicas y culturales del reclamo.
Uno de ellos, titulado “En quince días nos devuelven las islas”, usa el caso hipotético y, según él, “absurdo” de que Argentina recupera las islas para argumentar que el país no ha hecho el ejercicio de ir más allá del reclamo y pensar por qué y para qué las quiere y qué haría con ellas.
“Malvinas tiene un atractivo político muy grande porque es un elemento unificador”, le dice Lorenz a BBC Mundo. Por ello, dice, hablar de las islas no es solo hablar de un remoto pedazo de tierra en el sur del océano Atlántico.
El historiador no cree que Argentina vaya a abandonar el reclamo sobre las Malvinas porque lo considera un eje fundamental de su política exterior y su identidad.
Entrevistamos a Lorenz en un salón de clase del emblemático Colegio Nacional de Buenos Aires, donde fue estudiante y, desde 2009, es profesor.
Para muchos lasMalvinas/Falklands en un elemento clave de la identidad argentina. ¿En qué momento sucede esto?
Si bien la ocupación británica de las islas es en 1833, la causa nacional por la recuperación de Malvinas comienza a ser importante y a calar en la sociedad, diríamos, en la década del 30 del siglo XX.
Influyó mucho el antiimperialismo de esa época y que partidos políticos con cierta base popular -el socialismo, el radicalismo y luego el peronismo- lo incluyeran en su discurso.
Después hubo un punto clave que fue la llegada del tema Malvinas al sistema educativo público argentino. Y ahí hay una gran construcción que hace que Malvinas sea una causa nacional.
Y después, sin duda, la guerra del 82, que le agregó una cuota de dramatismo. Renovó el vínculo con las islas o con la causa nacional.
¿Hay realmente unanimidad sobre este tema entre los argentinos?
Malvinas tiene muchísimos matices: regionales, generacionales, políticos.
La manera como se ven las islas es distinta en la Patagonia que en Buenos Aires.
Es tan intensa la marca de la guerra que perdemos de vista las construcciones que el Estado argentino había hecho en términos de vincularse a las islas, por ejemplo, en la década del 70.
La marca de la guerra en el 82 borró todo un trabajo de acercamiento con las islas y con Reino Unido.
Enfatizamos mucho más lo que nos separa de las islas que lo que nos acerca.
Malvinas tiene algunas características que las transforman en el símbolo nacional. Es un territorio que te falta para estar completo.
¿Se podría decir que Malvinas/Falklands son como un espejo que revela las complejidades y diversidades argentinas?
Malvinas tiene un atractivo político muy grande, porque es un elemento unificador. Entonces puede tender a aplanar las diferencias.
Malvinas es un espejo, sí, pero la gran pregunta es si devuelve aquello que queremos ver o estamos dispuestos a ver lo que realmente muestra. Es un pasado controversial.
Tenés un gobierno ilegítimo, represor de su propio pueblo, que realiza (en 1982) el anhelo nacional de recuperar las islas. ¿Cómo lidias con eso? Es bastante complejo. A veces nos pedimos demasiado también como sociedad.
¿Y cómo lidias con eso? Parece un lugar muy incómodo.
Por supuesto, yo creo que la posguerra no terminó en términos de efectos en la vida de las personas y de la reflexión que hacemos sobre ésta y sobre la nación que queremos.
Por eso es complicado también, porque el hecho del país usurpado, despojado, vencedor moral, etc, es muy auto-satisfactorio, y te permite eludir la pregunta de para dónde vamos, cómo vamos y qué dejamos en el camino.
¿Qué significa que la postguerra no ha terminado?
Lo más evidente es que se terminó de identificar el lugar donde descansan las víctimas apenas el año pasado.
Malvinas permite pensar cuánto de los mecanismos sociales que la dictadura instaló siguen vigentes hoy, aunque no nos guste. Y tiene que ver con la forma en la que trató a los sobrevivientes, con la forma en la que trató a los familiares y con una autorrepresentación de nación que en los hechos fue derrotada.
A ningún país le gusta lidiar con una derrota, pero hay que darle un sentido a esa derrota.
Quienes murieron en Malvinas y quienes fueron a combatir a Malvinas no fueron a Malvinas para recuperar la democracia, pero yo no sé hasta qué punto no les debemos un regreso más rápido de la democracia.
Decimos todo el tiempo que las Fuerzas Armadas recuperaron Malvinas para mantenerse en el poder… Bueno, resulta que, si ese es el caso, les salió tan mal que tuvieron que entregar el poder aceleradamente.
En casi todas las entrevistas he encontrado una admisión casi involuntaria de que la guerra tuvo algo de positivo.
Claro, y eso es muy complicado. Porque el objetivo positivo por antonomasia de la guerra no es el que salió, pero hubo otros desenlaces.
¿Pero tuvo la guerra algo positivo?
Yo creo que el efecto positivo, todavía no completamente resuelto, es que deslegitimó a las Fuerzas Armadas en su rol de árbitros políticos de la Argentina y abrió la puerta para que se pensara el rol de los militares en la represión ilegal.
Cuando la dictadura militar decide el desembarco en Malvinas en abril del 82, una de las explicaciones es que buscaba relegitimar su posición ante la sociedad. La crisis económica era muy grande, las denuncias por violaciones a los derechos humanos eran bastante conocidas en el exterior, no así en el país.
También creo que nos dio la posibilidad de repensarnos como país. Porque las Malvinas son mucho más que un territorio, son mucho más importantes por lo que representan que por el territorio.
¿Cree que tiene más importancia la cuestión simbólica que la cuestión de un reclamo territorial en sí?
Es que si fuera nada más un reclamo territorial, probablemente ya estaría resuelto. El problema es que desde mediados del siglo XX la causa nacional atravesó la política interna argentina.
El reclamo sobre Malvinas hacía coincidir a liberales y antiliberales, a comunistas y anticomunistas, a peronistas y radicales.
Pero en el tipo de país que reclamaba las Malvinas empezaban las diferencias furiosas. Cada fuerza política se termina apropiando de Malvinas como bandera.
Te doy un ejemplo: el gobierno de Mauricio Macri subestimó el peso simbólico de Malvinas y eso permitió, en términos de política de corto plazo, que el kirchnerismo lo tomara como bandera propia y casi que planteara una genealogía por la cual ser peronista y malvinero es lo mismo.
¿Qué consecuencias tuvo la guerra para las aspiraciones de Argentina?
Lo que quedó derrotado en Malvinas es una forma de autopercibirse como nación, un modelo de país que se construyó durante décadas con un Estado fuerte y que se pensó con un destino manifiesto, al estilo de Estados Unidos, de que podía disputar hegemonía continental con grandes potencias.
Sobre todo para las generaciones más grandes, eso es muy doloroso y muy frustrante, porque te habían educado de otra forma.
Esto de que Buenos Aires es la capital europea en América del Sur, este desconocimiento de la diversidad regional, esto de que todos los argentinos descendemos de inmigrantes… Y no, la verdad, no.
La consecuencia de la derrota en términos culturales fue que un país que se creía de alguna manera condenado al éxito aprendió de una manera muy dolorosa que tal vez ese destino que le aguardaba o esa grandeza que creía que tenía no era tal.
¿Qué tan vigente es este tema entre los argentinos?
No hay localidad que no tenga un monumento a Malvinas, mural sobre Malvinas o escuela con nombre de soldado de Malvinas.
Pero todo ejercicio de memoria puede terminar siendo ritual y un ritual termina siendo algo que se da por descontado.
Yo pienso que para muchos argentinos, aunque lo traduzcan en certezas, Malvinas está presente porque es una enorme pregunta. Que lo admitan o no es otra cuestión. Pero creo que lo que la mantiene viva es eso.
¿El tema se ha relegado por cuenta de otros temas más urgentes?
Ha cambiado con las épocas, pero hoy creo que no. De hecho, cuando empezó la pandemia, se habló de “malvinización” de la política, porque “todos los argentinos detrás del aislamiento, todos cuidándonos como cuando éramos solidarios en el 82”.
Ahora: va a ser muy difícil escaparle al peso simbólico de los 40 años. No todas las generaciones recuerdan una guerra y no todas las generaciones participan en una guerra.
Va a haber una enorme visibilidad de rituales más o menos repetitivos. Pero en mi opinión debería ser un momento de introspección.
Las islas nunca estuvieron más lejos de la Argentina que después del 82 y ahora están lejísimos.
¿Cree que hay una conciencia de que no se van a recuperar?
Creo que hay una constatación de que las islas están muy lejos. El pensamiento ritual las congela en el tiempo, como si del 82 para acá no pasó nada cuando en realidad pasan cosas todo el tiempo.
Es algo que yo creo que desde la política no va a ser enunciado porque es muy contraproducente. Entonces la cuestión sería quién avisa que el emperador está desnudo.
¿Por qué insisten en el reclamo?
Yo creo que los argentinos mayoritariamente creen en la justicia de la causa argentina de los derechos sobre las islas. Entonces adhieren al reclamo y lo sostienen.
Creo que internamente saben, sabemos, que en el mejor de los casos, esa recuperación va a ser a muy largo plazo. Y creo que la posibilidad de que eso no suceda nunca no es algo que se discute abiertamente.
Argentina tuvo una buena relación con Reino Unidos en el siglo XIX. ¿Qué cambió con la guerra?
El vínculo con Gran Bretaña era un vínculo más amable. Si bien se denunciaba la situación colonial y estaba la cuestión de Malvinas, después del 82 eso cambió. “El que no salta es un inglés”, que se canta en la cancha de fútbol, es sobre todo post 82.
La guerra del 82 produjo que la fuerza de centroizquierda pasase de una retórica antiyanqui a antibritánica.
El discurso antiimperialista previo a la guerra en Argentina era fundamentalmente antiyanqui en los 60 y 70.
¿Cree que Argentina va a cambiar su postura, o pasar la página, o abandonar el reclamo?
No, yo creo que Argentina no puede abandonar el reclamo. Es un eje de su política exterior, es cuestionar de una manera, yo diría irremediable o irreversible, su identidad.
Y no puede, tal vez no tanto en términos de nación, que es algo abstracto, sino en términos del partido político que ejerce el gobierno. ¿Quién va a asumir el costo de, suponete, hacer un plebiscito para ver si se sigue negociando o no? ¿Quién va a proponer eso? Es un suicidio y ningún político se suicida.
Estamos tan ocupados reclamando que no pensamos. Suponete que llama la reina y dice “sí, tienen razón, les devolvemos las islas”. ¿Dónde están los planes de integración? No están. No sabríamos qué hacer. Estamos absorbidos por el reclamo.
Hay un concepto muy interesante de un historiador que se llama Benedict Anderson, que es el de ficción orientadora.
Bueno, Malvinas es la gran ficción orientadora de la Argentina.
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