Tendemos a creer que las relaciones internacionales se componen de interacciones entre actores “unitarios”, como si los estados fuesen cajas negras uniformes. Como si se tratase de una especie de tablero de ajedrez en donde las piezas—los países—simplemente se van moviendo y se mantienen calculando las posibles ramificaciones internacionales de esos movimientos, y con base en ello, deciden sus siguientes pasos. “Rusia ataca a Ucrania”. “Estados Unidos sanciona a Rusia”. “Los países europeos se suman a esas sanciones”. “Rusia no ha conseguido los objetivos que inicialmente se trazó”. “Biden (quien representa a esa pieza ‘unitaria’ llamada EU) se lanza contra Putin (que representa a esa otra pieza llamada Rusia)”. El tema es, no obstante, mucho más complejo. Entender esa complejidad, supone, por principio de cuentas, desmenuzar el interior de esas piezas, penetrar en lo que ocurre adentro, comprender cómo se produce e impacta toda esa serie de otras interacciones que son las internas (ver Allison, 1972), e incluso las interacciones entre actores internos y actores ubicados dentro de otros países, para solo entonces, evaluar cómo es que todo ello tiene efectos en el ámbito internacional.
Pensemos en la propia Ucrania. Una parte importante del análisis tendría que considerar qué ha sucedido y qué sucede ahora mismo al interior de su sociedad. Por ejemplo, cuando el expresidente Poroshenko negoció los acuerdos de Minsk en 2014 y 2015, tuvo que efectuar enormes concesiones a Rusia y a los rebeldes separatistas, concesiones que fueron muy mal vistas por amplios sectores de la sociedad ucraniana. Una encuesta de diciembre del 2021 revelaba que solo el 12% de ucranianos consideraba que dichos acuerdos deberían aplicarse en su formato original. El resto pensaba que debían renegociarse o cancelarse por completo. De manera que cuando Zelensky, en los últimos dos años, se rehusaba a implementar esos acuerdos textualmente, o decidía reinterpretarlos y prolongar su aplicación, estaba respondiendo ante ese descontento y eso le generó, ya desde hace tiempo, fuertes conflictos con Moscú. De igual modo, al interior de Ucrania, una amplísima mayoría de la sociedad, según estudios recientes, desea formar parte de la OTAN; siente que se debe acercar más a Europa y alejar de Rusia; sentía que ya lo estaba logrando y se siente ahora amenazada. Por tanto, tiene todas las expectativas de que Zelensky logrará resistir. También es verdad que hay un sector de extrema derecha —muy minoritario, pero con cierto poder—altamente antirruso, que contribuyó de manera importante al combate de la rebelión separatista del este ucraniano desde 2014, y cuyos excesos no pueden ser obviados. Cada una de esas sub-piezas y factores, también forman parte del tablero.
Del otro lado, en Rusia, también hay un sinnúmero de actores y factores internos que deben incorporarse. Por ejemplo, así como la anexión de Crimea por parte de Moscú en 2014 fue altísimamente respaldada por la sociedad rusa, la guerra actual parece contar con un considerable grado de apoyo. Si bien es complicado tomar los datos de las encuestas en Rusia al pie de la letra, hay institutos independientes como Levada que incluso han sido catalogados por Moscú como “agentes extranjeros”, cuyas mediciones se pueden estudiar de forma comparativa a lo largo del tiempo. Esas mediciones indican que la alta aprobación de Putin que superaba el 80% hace unos años, había bajado hacia los 60s% en 2021—a causa de temas como la mala gestión de la pandemia y la economía—pero que volvió a remontar cuando el asunto ucraniano regresó a la agenda. Un sector mayoritario de esa sociedad (que considera a la guerra en Ucrania como un acto de defensa de su gobierno a favor de ciudadanos rusos maltratados durante años por nacionalistas ucranianos) aprueba la “operación militar especial” rusa según al menos tres distintas encuestas independientes. El mismo Instituto Levada ahora revela que la aprobación de Putin está de vuelta en 83%. Esto no significa, sin embargo, que no se estén gestando fisuras en distintos círculos en Rusia. Por ejemplo, se sabe del descontento de diversos actores económicos (quienes han expresado públicamente su agravio), o bien, las aparentes fracturas que podrían estar ocurriendo entre actores del ministerio de defensa y la comunidad de seguridad en el Kremlin. Incorporemos, además, otro tipo de sucesos como las manifestaciones masivas ocurridas en Rusia el año pasado, el movimiento a favor del opositor Navalny, su encarcelamiento o su impresionante actividad en línea. Cada una de esas otras sub-piezas también está en el tablero ahora mismo.
Ahora miremos hacia otro lado, Estados Unidos, y consideremos la multiplicidad de actores que influyen en la conducta internacional de esa potencia. Pensemos, para empezar, en las actuales divisiones internas—70% de votantes republicanos creen que Biden cometió fraude electoral y que es un presidente ilegítimo—en las críticas que Biden ha recibido por su “debilidad” ante Putin, por su tardanza en reaccionar, por no defender a Ucrania de manera más firme, o incluso por factores económicos como la inflación—procesos que vienen de mucho tiempo atrás pero que ahora se incrementan debido a que el presidente “fue ineficaz para disuadir a Moscú de atacar”. Consideremos cómo estos factores pueden influir en las elecciones intermedias que ocurrirán dentro de pocos meses. Añadamos las distintas visiones que puede haber dentro del propio poder ejecutivo en Washington, las presiones de las agencias de inteligencia, las del Pentágono, las del círculo íntimo de Biden, las diferencias al interior de su propio partido, o los actores económicos en EU.
Imaginemos que además de Ucrania, Rusia y Estados Unidos, situaciones similares están ahora mismo ocurriendo al interior de Francia, Alemania, o Turquía que está mediando en las negociaciones, o en todos y cada uno de los países involucrados directa o indirectamente en el conflicto.
Por tanto, esa parte que nos es visible y que aparentemente se nos presenta como un “discurso” o una “decisión” de un “país unificado” frente a otro u otros es, en realidad, el resultado de un complejísimo proceso que incluye, pero no se limita a lo internacional. Cada paso que se da comprende factores internos y externos, incluye mensajes dirigidos hacia adentro de sus sociedades y hacia afuera, ya que impacta y es impactado por lo que sucede adentro y afuera de las mismas.
Ahora entonces, podemos revisitar el discurso de Biden, por poner solo un caso, cuando llama a Putin “criminal de guerra”, “carnicero”, o cuando indica que “no debería estar gobernando su país”, intentando mostrar cierta dureza en la retórica que no puede exhibir en lo militar por el temor a escalar las acciones y a entrar en una guerra que se le podría salir de las manos. O bien, podemos releer cómo se ha construido la narrativa de Putin desde hace años, influida además por un importante número de ideólogos y pensadores rusos del pasado y el presente, o por actores que siguen pesando sobre su interpretación dura de la geopolítica o las relaciones internacionales. O bien, la narrativa del propio Zelensky cada vez que graba un video, o cada vez que se dirige a un parlamento extranjero.
De igual forma, cada decisión que se toma a la hora de negociar, es el resultado de sí, evaluar el estado más actual de la guerra, la situación del ejército en cuestión y las posiciones y los mensajes que se quieren mandar hacia afuera, pero en donde también influye lo que sucede al interior del país que se lidera, y la visión de los múltiples actores internos que forman parte del proceso. Zelensky, por ejemplo, ha llegado a expresar varias veces que está dispuesto a poner sobre la mesa la soberanía rusa sobre Crimea o la independencia de las repúblicas separatistas del este ucraniano, para luego corregir e indicar que, si ello se hace, será solo producto de un referéndum en Ucrania. Putin, de su lado, trabaja constantemente con la psicología del agravio (Evans, 2022), intentando restaurar una identidad que la sociedad que dirige siente vulnerada. Todo eso está también en la mesa cuando se discute la “paz”.
En suma, un análisis complejo de una situación como la que vivimos, requiere revisar con detalle quiénes son las audiencias a las que se habla, quiénes son los actores que tienen influencia en la toma de las decisiones que son exhibidas, cómo se está dando la interacción entre estos actores y la dimensión internacional, en donde también se están generando mensajes, interacciones y demandas. El problema es que, una vez desatada la dinámica de un conflicto armado, poner en sintonía a todas esas partes del sistema resulta enormemente complicado. La decisión se va convirtiendo, por tanto, en qué intereses se debe priorizar, qué actores o posiciones es posible sacrificar, y en qué medida se puede ir construyendo una ruta de salida que sea viable de implementar, frecuentemente no gracias a, sino a pesar de esa multiplicidad de variables y actores combinados.
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