Aunque no es una depresión o un cuadro extremo de angustia, es una sensación amarga que no nos permite estar al 100%. A veces son dificultades persistentes relacionadas con la memoria, a veces falta de energía o foco y muchas otras desmotivación. El término se puso de moda cuando un gran número de pacientes llegó a los hospitales reportando estos problemas cognitivos y de ánimo en las primeras cuarentenas pandémicas: se lo nombró como niebla mental. En su reciente libro El futuro del bienestar, el economista y periodista Sebastián Campanario describe este fenómeno que se hizo notar desde los comienzos de Covid 19 y del que todavía se desconoce su alcance y consecuencias en la salud mental de la población, un tema en agenda de gobiernos y empresas de todo el mundo que se encuentran con personas mentalmente agobiadas. La coyuntura global actual, con las noticias de la guerra que llegan 24×7 desde decenas de pantallas, tampoco ayuda para superar este estado. De acuerdo con un estudio reciente de la Universidad de Columbia, el 30% de quienes tuvieron Covid, aun en versiones muy leves, continúan en los meses siguientes con dolores de cabeza, fatiga, mareos e inconvenientes vinculados con la atención. “Como no son cuadros extremos, muchos vuelan “por fuera del radar” de los expertos. Pero está claro que esta “niebla mental” hace que quienes la sufren no funcionen al 100%, estén como anestesiados y se alejen de un estado de bienestar físico y emocional”, describe Campanario.
El psicólogo y divulgador Adam Grant, nombró este estado como languidez: “No estamos quemados, todavía tenemos energía. No estamos completamente desesperanzados, pero hay una sensación de estancamiento y vacío, estos cuadros intermedios de salud mental tienen el mismo problema de subestimación, de pasar inadvertidos”, explica.
Campanario despliega en su libro cómo el abordaje multidisciplinario del cuidado de la salud mental será una de las bases del futuro del bienestar. La buena noticia es que la niebla mental se puede disipar a través de acciones cotidianas que dependen en buena parte de nosotros: discrecionalidad con un tipo de “dieta” en el consumo de noticias que nos permitan anclar en nuestro presente y no rumiar escenarios catastróficos, hacer habitual la actividad física, preferiblemente con luz solar, promover el contacto con personas significativas y priorizar esas relaciones en la administración de nuestro tiempo. También ayuda probar nuevas cosas y animarse a experiencias novedosas para nuestro cerebro y, finalmente, ser autocompasivos y pacientes con nuestros propios intentos de aprender a “funcionar” en este nuevo tiempo.