Los refugiados, así como los inmigrantes europeos del este, los cuales buscan mejores oportunidades en la parte occidental, exacerban las identidades nacionales, desestabilizando con ello el sentido mismo de la UE. Recordemos que el brexit reflejó el rechazo británico a la inmigración de la Europa Oriental pobre. En definitiva, estos son temas incómodos que revelan la existencia de ciudadanos de primera y segunda categoría.
En los últimos años, la UE ha hecho lo posible por contener la inmigración forzada. El acuerdo con Turquía (2016) y el fin de la operación Mare Nostrum son ejemplos de una política que estableció una barrera geográfica para evitar la llegada de refugiados de Oriente Medio y el norte de África. Según el Alto Comisionado de la ONU para los refugiados (ACNUR), más de 23,000 personas han muerto ahogadas y han desaparecido desde el 2014 por efectos de esta política.
Para quienes logran sobrevivir, están los campos de refugiados del sur europeo (Grecia, Italia y España), donde los derechos fundamentales como acceso a higiene, comida y alojamiento son violados diariamente. Esta es la segunda barrera que evita el flujo migratorio hacia el norte y oeste de Europa.
Afortunadamente, esta vez Europa parece dispuesta a recibir con los brazos abiertos a los inmigrantes ucranianos. Según el ACNUR, desde que comenzó el conflicto militar, el 24 de febrero, más de 2 millones de ucranianos han huido de su país. Esto significa un promedio diario de poco más de 160 mil personas; esta cifra no tiene comparación con los cerca de 100 mil personas que inmigraron forzadamente durante todo el 2021 desde África y Oriente Medio.
En este contexto, Polonia juega un rol clave, pues ha sido el principal receptor con más de 1.4 millones personas. Hungría, Eslovaquia, Rusia, Rumania, Moldavia y Bielorrusia, en este orden, son el resto de los países (todos vecinos de Ucrania) que están recibiendo a los refugiados de la guerra. A esto hay que sumar a más de 250 mil personas que están buscando llegar a Europa occidental.
Hace una semana, la BBC reportaba que más de 500 ucranianos están ya en la ciudad francesa de Calais, imposibilitados de cruzar el Canal de la Mancha porque no le son otorgadas las visas. Este número ha ido aumentando con el paso de los días.
Cabe señalar que la respuesta inicial europea a la guerra en Siria fue igualmente empática. Sin embargo, las semejanzas terminan ahí, pues al poco andar los refugiados sirios dejaron de ser vistos como personas que huían de un conflicto brutal y pasaron a ser significadas como una amenaza radical. Recordemos también que hace pocos meses, Polonia fue el escenario de los pushbacks ilegales de los refugiados afganos hacia Bielorrusia. Ahí vimos cómo ambos lados usaron la vida humana afgana como “un arma”, en el contexto de la disputa entre la OTAN y Rusia, la cual terminó en el conflicto militar actual.
Así, la situación de los refugiados ucranianos nos plantea una pregunta fundamental: ¿estamos ante un cambio en la política migratoria europea? La respuesta hasta el momento es no. El manejo actual de los refugiados ucranianos parece ser más bien una excepción que confirma la regla. La UE está negociando otorgar tres años de residencia y derecho a trabajar a los refugiados ucranianos en los 27 países miembros. Polonia ha declarado que los refugiados no requieren tener documentos de identidad más allá del pasaporte.
Aun cuando todo esto es cierto, hay que tomar en cuenta que Polonia, el principal receptor, lleva varios años de una política nacionalista y anti – migratoria que lo ha privado de tener una institucionalidad preparada para afrontar la ola migratoria ucraniana. Cualquier ineficacia polaca generará presiones en países como Alemania y Francia, los cuales son los destinos más buscados por la migración forzada.