El Instituto Forense de Mikolaiv está saturado. Su morgue está abarrotada. Los cuerpos de decenas de personas —la inmensa mayoría soldados ucranios, con uniformes ensangrentados y cuerpos muy jóvenes— yacen unos encima de otros en dos habitaciones del patio trasero, donde un olor dulzón lo impregna todo. Allí hay más bolsas negras. Algunas no tan abultadas contienen los restos carbonizados de alguien que hace poco respiraba, caminaba, bebía, reía, hablaba y fue alcanzado por una explosión.
Mikolaiv, una importante ciudad portuaria del mar Negro conocida por sus astilleros, resiste una durísima ofensiva de las tropas de Vladímir Putin desde hace dos semanas. Encajonada en un estuario, la localidad es, tras la captura y ocupación de Jersón, la siguiente pieza que el Kremlin quiere dominar antes de lanzarse a por Odesa, el puerto más grande de Ucrania y una ciudad muy simbólica para el nacionalismo ruso.
La ciudad-escudo resiste, pero a un coste altísimo. No hay cifras oficiales aún de fallecidos verificadas, pero se cuentan por varias decenas. De sus 500.000 habitantes, el 40% se ha marchado por la guerra. Las clases, como en todo el país, se han suspendido. Los tranvías y los trolebuses están activos, pero los autobuses se han retirado. Ahora, con carteles pegados a los cristales con la palabra “niño” —como decenas de coches particulares— se emplean para las evacuaciones. Todo está cerrado, salvo algunos supermercados y las farmacias, donde ya empiezan a escasear algunos medicamentos, informa María Sahuquillo desde Mikolaiv.
FOTO: Víctimas mortales de la guerra en la morgue de Mikolaiv. (M. Sahuquillo)