Con frecuencia se recurre al adjetivo dantesco para definir situaciones con características infernales, y a menudo el imaginario colectivo asocia a ellas la idea de fuego y llamas. La guerra desatada en Ucrania por la invasión rusa encaja como pocos acontecimientos modernos en esa conceptualización, con los asedios, con civiles y hospitales bombardeados, con dos millones y medio de refugiados en tan solo dos semanas. Sin embargo, es interesante notar que, con una gran intuición poética, Dante imaginó el rincón más profundo de su Inferno como un terrible espacio helado –la Ghiacchia di Cocito-. Es el frío espectral del alma, del mal uso calculado y consciente de lo más sagrado que tiene el ser humano: su inteligencia, su libre albedrío. No es lo mismo pecar por incontinencia que con premeditación, piensa el poeta, bajo inspiración aristotélica. Muchos derechos penales recogen hoy día esa misma distinción. De ese hielo brotan las peores lluvias de fuego.
El sufrimiento inmenso de la población ucrania es el resultado del razonado y despiadado cálculo de la mente de Vladímir Putin. Muchos expertos creen que, en última instancia, responde en mayor o menor medida a un retorcido razonamiento en clave de supervivencia política personal, lo que hace aún más oprobiosa su acción. De nuevo, ante semejante encarnación del mal, el poeta tiene cosas interesantes que decirnos. En su viaje profético de salvación, Dante logra dejar a sus espaldas el hielo de Cocito, salir del horrible subsuelo infernal y volver a ver las estrellas. Lo logra bajo la guía de Virgilio –la razón- activado por Beatrice –el amor, la gracia-. No es suficiente uno de los dos: es necesario el concurso de ambos, en correcta medida, para salvarse. Y ahí está la clave en el diseño de la estrategia de medio y largo plazo de quienes se oponen a la agresión de Putin, a su cosmovisión.
Probablemente sería equivocada una actitud puramente emocional-idealista. La conformación de un bando excluyente alrededor de los valores democráticos. Todos saben que en este conflicto, y en el mundo del futuro, China es clave. Construir una acción solo sobre la base de valores democráticos significa antagonizar con China, consolidar sus lazos con el Kremlin y, en definitiva, una nueva guerra fría, un mundo bipolar con Washington y Pekín al frente, UE y Rusia de adláteres, y tantos otros situándose en ese tablero a un lado, a otro, o en el medio, con más o menos convicción. Puede que seguir intentando integrar a China en un orden basado en reglas sea mejor opción. No es una democracia, pero tiene un interés en la estabilidad global que la separa de Rusia.
Y probablemente también sería equivocada una actitud puramente racional-pragmatista. Ententes interesadas a cambio de poco o nada con satrapías petroleras o actitudes ponciopilatescas frente a pisoteadores de derechos humanos con valor estratégico minarían gravemente la posición de las democracias.
Por Andrea Rizzi
En la imagen, un autobús pasa ante una pantalla que muestra a Putin, el viernes en Simferópol, Crimea. (Alexey Pavlishak/Reuters)