Decidí emplear un título abiertamente provocativo con el objeto de llamar la atención en torno a las profundas paradojas que encierra la guerra desatada en Ucrania por la invasión rusa. El lector debe haber pensado que me equivoqué y quise decir que había que parar la ofensiva de Putin; lo interesante es que bajo el análisis geopolítico, la mejor manera de frenar a Putin consiste en contener las pretensiones de Zelenski de involucrar a la OTAN en el conflicto. De ahí que recurrir a la diplomacia es la mejor fórmula para conseguir una solución razonable. Siempre es preferible agotar todos los procedimientos diplomáticos antes de acudir a las soluciones militares, particularmente cuando la perspectiva incluye una hecatombe nuclear.
En ese contexto tienen que examinarse los escenarios a los que se podría arribar según la estrategia a emplear para tratar de evitar la expansión del conflicto y el choque directo entre la OTAN y Rusia.
El primer escenario debería responder a la pregunta ¿puede Ucrania por sí sola vencer al poderío ruso? Claramente la respuesta es NO. ¿Conviene a Europa permitir que tranquilamente Putin se apodere de Ucrania? Evidentemente, tampoco, porque ello puede alentar una política más expansiva y dar la impresión de una debilidad admitida por Occidente. Para evitar ese rotundo triunfo de Putin ¿debe Europa ayudar bélicamente a Ucrania? Es decir, ¿continuar con el envío de armas a este país desde naciones como Alemania o España? En esta última ya se ha desatado una disputa entre quienes dentro del gobierno decidieron mandar armamento a los ucranianos y quienes consideran que esto es un error. La segunda posición aparece como la más acertada puesto que el apoyo consistente solo en armar más a los ucranianos no servirá para evitar la victoria rusa lo cual dejará malparados a quienes impulsen esa clase de apoyo que, por otro lado, aporta grandes ganancias a los fabricantes de armas que son los más beneficiados en este tipo de conflictos. En tal escenario la prolongación de las acciones bélicas solo acarreará más sufrimiento al pueblo ucraniano; afectaciones a Rusia por las bajas humanas que sufrirá; alteración de flujos económicos que no solo impactan sobre los rusos sino también sobre productores y comerciantes europeos, y un creciente flujo de refugiados que igualmente incidirá negativamente sobre la vida interna de distintas naciones en Europa.
Todo ello obliga a una solución negociada que conllevaría algún tipo de pérdida parcial para Ucrania a cambio de un compromiso firme de Rusia en cuanto a la contención de su política agresiva hacia ese y otros países que ya se han integrado a la Unión Europea. El escenario más tétrico e impredecible provendría de una obcecación de Europa occidental que la llevará a abandonar la declaración hecha por la OTAN en el sentido de que no se involucrará directamente en el conflicto; no enviará tropas a Ucrania, ni establecerá una zona de exclusión aérea sobre ese país, medidas que produciría el ineludible choque de las fuerzas militares rusas con las de la OTAN. Los manifestantes que ahora exigen en algunas capitales europeas la declaración de tal zona, están, sin quererlo, poniendo en riesgo su propia vida.
El presidente Zelensky de Ucrania se encuentra en una encrucijada. En una declaración desesperada decidió culpar de las muertes que ocurran en su país a la OTAN por no involucrarse directamente en las acciones bélicas. De permanecer esta la organización militar en tal actitud, que es la más conveniente para el mundo, el resultado será una masacre sobre el pueblo ucraniano de la cual podría también responsabilizarse parcialmente a su presidente. En términos geopolíticos la prudencia de los gobernantes de zonas sujetas a presiones por parte de grandes potencias es una virtud, y la habilidad diplomática un mérito superior al heroísmo malentendido que conduce a la victimización generalizada de poblaciones inocentes.
Razonando fríamente, si Zelensky se queda solo en su batalla al no conseguir que la OTAN se involucre militarmente, el daño a su país será inconmensurable y puede consistir incluso en su desaparición al ser absorbida por Rusia. Si por el contrario, la OTAN decidiera complacer a Zelensky e ir a la confrontación total con Rusia, las consecuencias para el mundo entero serían inimaginables. En esa tesitura es obvio que debe optarse por evitar una conflagración nuclear y para ello la diplomacia de Occidente debería hacer comprender al presidente ucraniano que su mejor opción es una negociación en la que va a perder algo pero puede rescatar una parte de su nación, dejándole claro que no contará con las fuerzas militares de la OTAN para llevar adelante la defensa de su país. Eso también debería ser comprendido por las poblaciones de Europa occidental que tienen razón en indignarse frente a la agresión rusa pero que deberían percibir el peligro que encierra involucrarse en una guerra a favor de un país que no es el suyo.
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