Uno de los síntomas más preocupantes de la era de la posverdad es nuestra incapacidad de creer en las noticias, en aquello que se nos cuenta. Se dice que la historia no es necesariamente lo que sucedió sino lo que se dice que sucedió. Luego de los violentos y escalofriantes hechos que ocurrieron antes, durante y después de la pelea durante el partido entre Querétaro y Atlas, existe una preocupación muy importante en la esfera pública sobre los hechos reportados: ¿Fallecieron 17 personas o no? ¿Qué es lo que verdaderamente sucedió en La Corregidora? ¿Qué es el fútbol?
Los titulares se han enfocado mucho en la cancelación de la jornada futbolística, en difundir las imágenes de la barbarie y —¿por qué no?— en las reacciones de los comunicadores que han hecho de su personaje el centro de atención. No obstante, no hemos —en el sentido más literal de la expresión— detenido la pelota para entender cómo es que llegamos aquí y por qué se han ignorado tantas veces las señales de alerta previas. Es difícil trazar la línea entre el entretenimiento y el periodismo cuando se trata de deportes, no únicamente por la falta de profesionalización en la industria, sino porque muchas veces la industria misma lleva a periodistas a hablar de un torneo (el que sea) que tiene que lucir bien en pantalla para, en consecuencia, permitirles seguir con su labor, dado que son las transmisiones de dichas competencias —y las ganancias que generan— lo que le da trabajo a tantos y unas cuantas.
Por todos lados se lee y escucha: “El fútbol no es esto”. Tal vez habría que acotar que “el fútbol no es únicamente esto”. El fútbol se ha convertido en una industria multimillonaria, poderosa y con peso político que, al igual que muchas otras, suma a la reproducción de desigualdades estructurales y a la constatación perenne de la marginación de algunos sectores de la sociedad. “Inadaptados”, “orangutanes”, “monstruos” y un largo etcétera son las palabras con las que se caracteriza a los protagonistas de la infamia. No pretendo cobijar sus actos o matizar la pesadilla que hicieron atravesar a cientos de personas. Pero no podemos pretender que son personas ajenas a nuestra sociedad, como si nos hubieran invadido de un planeta desconocido. Estos personajes caminan en nuestras mismas calles y visitan lugares que visitamos, están en nuestra vida diaria. Su marginalización es producto de una larga lista de problemáticas desatendidas que encuentran en el fútbol una válvula de escape y una preocupante desatención de toda la industria. Es un reflejo muy claro de nuestra miopía pretender que las autoridades futbolísticas resuelvan aquello que durante décadas no se ha podido resolver en la esfera de lo público y lo político. Sin embargo, sí es responsabilidad de las autoridades futbolísticas trabajar en la prevención de estas situaciones, con protocolos claros y sanciones que marquen una pauta hacia la restauración.
Existen quienes llaman a la presencia del ejército en los estadios, alimentando —sin saberlo, tal vez— un discurso aún más violento al más puro y patriarcal estilo de educar con mano dura bajo el lema: “Me duele más a mí que a ti, mira lo que me obligas a hacer”. Sin embargo, no se han cuestionado su propia participación al vivir bajo la libertad de trabajar en medios que no son auditados, ni buscar una pizca de autocensura desde un esquema de sanidad y prudencia que ponga al centro la dignidad humana y no el beneficio personal, durante cinco minutos, en esa hoguera de las vanidades en la que se han convertido las redes sociales. Es alarmante que las rivalidades se alimenten desde la comunidad de los medios con el disfraz de pasión, esa palabra tan manoseada que se cuela en los huecos de la narrativa en torno a la barbarie. La masculinidad, en algunas de sus más tóxicas expresiones, tiñe toda esta situación que nada tiene que ver con pasión ni con fútbol.
Entre tantos trascendidos, se cuestiona la ausencia de elementos de la policía durante el encuentro y se señala la complicidad de muchos otros. Es imposible no sospechar que tal vez estaban ocupados, preparándose para la próxima marcha del #8M, en la que se espera un enorme despliegue de las fuerzas.
Ante quienes declaran que “el fútbol no es esto”, les diría que nos acaba de demostrar que sí, esto también es el fútbol. Nuestra tarea es transformarlo en lo que queremos que sea, al igual que nuestro entorno social, del cual este deporte es simplemente un megáfono.