Hasta en Argentina, el país que a través de sus barras bravas exportó violencia en el fútbol al resto de América, el salvajismo de Querétaro causó conmoción e incredulidad, como si se hubiesen traspasado los límites de los límites jamás sospechados. “Acá nunca sucedió algo así”, fue la conclusión estupefacta de la mayoría de los hinchas que desde hace décadas saben que concurrir al Monumental, la Bombonera y al resto de los estadios, también es surfear entre olas de inseguridad y barbarie. Probablemente en el mundo ocurrieron mayores matanzas, como la de Puerto Said en Egipto en 2012, pero la de Querétaro pareció abrir una nueva era: la criminalidad en el fútbol transmitida por los teléfonos móviles del resto de los aficionados.
Como una parábola, fue justo en el Mundial de México en 1986 cuando las barras bravas argentinas se hicieron conocer fuera de su país. Eran, todavía, tiempos en que los hooligans ingleses despertaban el mayor temor en el fútbol. El año anterior, 39 hinchas italianos de la Juventus habían muerto antes de un partido contra el Liverpool en Heysel, Bruselas. En sus pasos por Monterrey y Ciudad de México, los hooligans eran vistos como alienígenas de una película de extraterrestres: ocupaban las tribunas con sus torsos desnudos, piel lechosa y un vaso de cerveza. Algunos usaban máscaras y otros exhibían tatuajes que entonces se asociaban a la marginalidad.
Sin embargo, si el recorrido de los hooligans y las barras bravas sembrando terror en las tribunas fueran analizados con gráficos de línea, los ingleses estaban en 1986 en el punto más alto de su trayectoria, pero pronto comenzarían su curva descendente, mientras que la curva ascendente de los violentos argentinos continuaría creciendo en las décadas siguientes.
Líderes de hinchadas de diferentes países de Sudamérica llegaron a Argentina desde entonces para asesorarse sobre la violencia en el fútbol. Es decir, sobre cómo construir una fuerza de choque en un negocio, una industria. Según puntualizó el diario deportivo Olé en 2007, delegados de Pumas, Tigres y América de México, y de América y Deportivo Cali de Colombia, viajaron a Buenos Aires para asesorarse con barras bravas argentinos. También de clubes de Chile. Pero lo de Querétaro es tan perturbador que excede cualquier antecedente o posible enseñanza criminal, incluso de los barras bravas pioneros.
Aunque los grupos violentos en el fútbol argentino nacieron en los 60 y crecieron en los 70, fue en los 80 cuando se consolidaron, pasaron a usar armas de fuego, tejieron pactos con los dirigentes políticos, ampliaron sus negocios, hicieron de la extorsión su modo de progresar y se tornaron incontrolables. La escenografía en las canchas argentinas terminó de detonarse en los años siguientes, cuando muertos, balas, bengalas, armas de fuego y cuchillos se convirtieron en el paisaje cotidiano. Diferentes organizaciones calculan que hubo más de 250 hinchas asesinados en el fútbol, a veces víctimas de enfrentamientos entre hinchadas rivales, otras por peleas entre facciones del mismo club (tan grande es el negocio que algunos clubes tienen tres subgrupos) y, también, por una Policía a veces salvaje y otras en connivencia con los violentos.
Pero imágenes como las de Querétaro producen shock hasta en el fútbol de Argentina, el país de las barras bravas, donde es difícil imaginar semejante desquicio multitudinario a la vista de miles de personas, entre otras razones porque los partidos de liga sólo cuentan con la parcialidad local. La presencia de las dos hinchadas fue prohibida en el Ascenso en 2007 y en Primera División en 2013, después de sendos asesinatos. Aún así, con una sola parcialidad, un River-Boca puede contar con hasta 2.000 policías y, sin embargo, suspenderse antes de su inicio por incidentes, como ocurrió en la final por la Copa Libertadores de 2018, trasladada a Madrid.
Aunque una tensa calma parece haber ganado espacio en los estadios en los últimos años, la violencia está agazapada y nadie se sorprende si cualquier partido termina de la peor manera. Lo nunca visto, esta vez, llegó desde México.
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