Noticias relacionadas
“Las perneras eran un nudo de violencia. En el contrapicado estaba el hombre. Un hombre gordo, que olía a alcohol, odio y sudor agrio. […] Cayeron unas gotas en el rellano, lechosas, que apestaban a bestia. El hombre se incorporó y se abrochó el cinturón”. Así describe Lidia Caro (Valencia, 1990) la violación sufrida por la protagonista de Los años que no (Editorial Barrett), el mordaz y empoderador relato de una mujer más allá del eterno cliché de víctima.
La autora valenciana presentará este viernes en la librería Suburbia, en Málaga, esta novela donde aborda con crudeza y desde la ironía la vida (y los reveses) de una joven tras ser agredida sexualmente en el portal de su casa. “Quería reivindicar que las mujeres podemos adueñarnos de las situaciones traumáticas que vivimos en vez de desempeñar el papel de víctima, esa que está jodida y aislada sin salir ni relacionarse con nadie”, señala en una entrevista con EL ESPAÑOL de Málaga.
Caro vivió en sus propias carnes lo narrado en este sorprendente y desgarrador debut, apoyado por la misma editorial que publicó la aplaudida Panza de burro de Andrea Abreu. “Quería apropiarme de ese dolor y convertirlo en una novela, y contar cómo se transforma la protagonista y pasa de ser una víctima a una persona como tantas otras que pueden hacer daño de una manera o de otra“, explica antes de su encuentro en Málaga donde estará acompañada por la periodista Isabel Bellido.
Una huida a Estados Unidos
“Los años que no relata la experiencia personal de la autora como víctima de una violación en el portal de su casa y su huida a Estados Unidos para tratar de evadir el trauma y la depresión que este hecho causó en ella. Su trabajo en un hotel californiano tipo Dirty Dancing pero de la era Obama, sus viajes por las distintas regiones del país y sus problemas con inmigración deberá sobrellevarlos con esa mochila llena de mierda”, se puede leer en la sinopsis.
La protagonista, al igual que la propia autora, es muy crítica con el código penal y los apartados dedicados a los delitos contra la libertad e indemnidad sexuales. Hasta el punto de ser mordaz e irónica. “Sale mejor de precio intentar violar que atropellar a un peatón”, llega a decir en la novela. “Es un código que, al contrario que otros, no ha ido progresando ni reformándose. No contempla los casos individualizados, ni tampoco se puede legislar teniendo en cuenta un suceso”, se lamenta la escritora al hablar de “un código penal kafkiano que hace que la víctima sea aún más víctima”.
La historia también se ve desde los ojos de Luisa, una agente de policía del Servicio de Atención a la Mujer encargada de investigar el caso de la joven violada. “El odio de los hombres es solo poder romper cuerpos más débiles”, asegura. “Deben educarnos a todos para que no se desarrollen los sexismos. Una parte de la educación debe estar destinada a prevenir esta violencia. Si ves un caso de violencia o lo detectas, debes avisar. Los ciudadanos deben cuidar de otros ciudadanos“, sentencia.
Caro piensa que el tema de las agresiones sexuales en la literatura se ha contado muchas veces desde el victimismo o la perspectiva masculina. “La novela es la forma que tengo de adueñarme de lo que nos pasa. Desgraciadamente esto pasa mucho. No quería que hubiera palabras prohibidas, ni que la violación fuera el lord Voldemort de las situaciones de violencia que podemos vivir las mujeres“, reconoce la escritora, que cree que desde el inicio del Me Too ha habido mucha más conversación en torno a estos temas tan tabú.
La depresión
La licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas habla en su libro de otra cuestión de plena actualidad: la depresión. La protagonista, tras evadir el trauma y marcharse a California para trabajar en un complejo hotelero, la padece a su vuelta a España. “Lo que no puede ser es que se diga “qué importante es la salud mental” y luego no haya recursos en la sanidad pública. Está la voluntad pero no los medios”, critica al hablar de la “nula atención psicológica” prestada por las instituciones públicas.
En Los años que no, Caro también reflexiona sobre temas espinosos como el de la familia, que no siempre es lo que uno espera ni son “tótems de la protección”. “Igual todos tenemos la idea de que los padres son las personas que nunca se puede derrumbar, pero son personas normales como tú y yo. Debemos humanizarlos y ver que igual no hay papel de víctima al igual que los padres no siempre representan el papel de padres asignados”, apunta.
La protagonista de la novela habla abiertamente sobre su bisexualidad. “Espero que la educación sexual haya cambiado en los colegios e institutos y le expliquen más cosas. Los jóvenes de la Generación Z abordan la sexualidad de otra forma. O eso parece. Género binario, no binario, etc. Igual los millennials tenemos menos idea de esto. También hace mucho el entorno”, reconoce.
Boom de la autoficción
La novela es un claro alegato en favor de la autoficción en mitad del boom. “Se ha denostado este término y el de la ficción escrita por mujeres jóvenes. He llegado a oír cómo le dicen a una escritora: “¿Por qué no tienes imaginación y no sabes escribir cosas que no tengan que ver contigo?”. Por suerte, hoy hay muchísima literatura escrita por mujeres. Lo de ir rebuscando en la memoria se ha hecho toda la vida”, argumenta antes de mencionar uno de sus libros favoritos, Guerra y paz. “Las descripciones de los momentos de amor pueden estar situadas en cualquier década de cualquier país, y están hechos a partir de experiencias vividas”, zanja.
La autora plantea en su libro cómo una persona vive tras una agresión sexual, y cómo afronta ahora las relaciones personales en el día a día cuando uno no confía ni en su sombra a causa del trauma. La protagonista llega a ser feliz por momentos cuando alcanza el pico de una montaña a 1.000 kilómetros de su ciudad natal o consigue enamorar (o hacer daño) a alguien. Un halo de esperanza se desprende al final del relato, muy necesario en estos tiempos de manadas y asesinatos machistas.