En los últimos días todas las miradas informativas se dirigen hacia Ucrania y la guerra desatada en su territorio por la invasión de tropas rusas. Demasiadas opiniones y muchos olvidos de otros conflictos en el mundo me vienen a la mente y, por ello, será un tema que trataré en otra ocasión. Hoy, sin embargo, quiero prestar atención a los momentos de tensión ocurridos, desde hace varios meses, en la ciudad portuaria de Iquique, ubicada al norte de Chile. Iquique, como sucede en otros puntos fronterizos del cono sur americano, experimenta un alud de migrantes venezolanos que desean dejar atrás la situación económica y social por la que atraviesa su tierra de nacimiento. Ello ha ocasionado tensiones de distinto nivel entre población local y emigrantes, estos últimos situados, en algunos casos, en campos de refugiados sitos en distintos países.
En Iquique las tensiones han llegado a elevados grados de violencia. Un ejemplo de ello sucedió en septiembre del año pasado con la marcha denominada “No más migrantes” y a raíz de la cual se produjeron quemas de pertenencias de los migrantes y distintas agresiones físicas. Mismas circunstancias reproducidas durante el iniciado año 2022 y que han provocado ataques a migrantes e, incluso, a miembros de la seguridad pública chilena. Hechos alentados y convocados a través de las redes sociales que, en la actualidad, se han convertido en un hervidero de expresiones contrarias a la presencia de la población venezolana en suelo chileno.
Estos acontecimientos, imposibles de analizar a profundidad en estas páginas, también demuestran la incapacidad de agencias internacionales y gobiernos para atender situaciones de emergencia social. Una situación que alimenta las posiciones de los más radicales y populistas que no ven más allá de sus propios intereses; aquellos que convierten en chivo expiatorio a los emigrantes para eliminar cualquier atisbo de respeto por congéneres humanos. Una especie de plaga que revive desde hace años, en distintas latitudes del planeta, para cuestionar cómo deseamos construir nuestras sociedades.
Distintos colectivos han realizado llamados para poner fin a esta situación, como lo hizo hace pocas fechas una institución académica como la fronteriza Universidad Arturo Prat (Tarapacá, Chile) que, en voz de su rector, recogió la opinión mayoritaria de sus profesores e investigadores para destacar la “mala gestión del gobierno nacional” ante la entrada de emigrantes, principalmente venezolanos, que se ha visto acompañada de campañas y violencia “física y simbólica” contra los inmigrantes. Otro de los aspectos destacados en la mencionada carta es la situación de inseguridad vivida o transmitida sobre la región, lugar que se ha caracterizado por décadas de convivencia y alejada de las actuales manifestaciones xenófobas. Ante tal circunstancia se lanzan distintas propuestas que aquí se reproducen resumidas:
-Suspender todo discurso que criminalice al migrante equiparándolo con el delincuente, como si el incremento de la inseguridad ciudadana, y la extensión del narcotráfico fueran consecuencias de la migración […].
-Dar mayor espacio desde la prensa, redes sociales y autoridades regionales a informaciones objetivas sobre la naturaleza de los migrantes y los procesos de migración, las normas internacionales y las obligaciones a cumplir que tiene el Estado de Chile y toda persona que pueble el territorio.
-Que las autoridades locales y regionales coordinen sus acciones con el apoyo metodológico de los organismos especializados del Sistema de Naciones Unidas (ACNUR, OIM), para crear albergues de tránsito en Colchane, Huara e Iquique que permitan cobijar a las personas y evitar la indigencia y el uso de los espacios públicos, en particular de aquellas que se encuentran en situación de mayor vulnerabilidad […].
-Buscar otras formas de descongestionar la presencia de migrantes en la ciudad de Iquique, mediante la viabilización de contactos familiares y de movimiento hacia otras ciudades, en coordinación con las autoridades nacionales y siempre en el marco de las normas legales existentes y de los compromisos internacionales del país.
-Diseñar un sistema de sana convivencia, que permita retomar nuestra cultura de comunidad cosmopolita y multicultural, como siempre lo ha sido, donde cada habitante pueda transitar con tranquilidad y seguridad por nuestra hermosa tierra […].
Recoger estos puntos no solo es una forma de extender la preocupación que se vive en Chile o, al menos, que expresa una parte de su población, sino que es una llamada de atención para que realmente el tema migratorio se atienda de forma integral y con acciones preocupadas por la vida de los seres humanos.
Sin que la violencia a tal nivel se haya hecho presente en nuestra frontera chiapaneca, no cabe duda que las propuestas lanzadas desde la Universidad Arturo Prat podrían ser firmadas por muchos de quienes conocemos la situación fronteriza en nuestra casa. Las actuales fronteras estatales, que no siempre estuvieron situadas donde en la actualidad se encuentran, deben observarse como lugares de paso y encuentro. Esa denominada, en ciertas ocasiones, cultura de frontera tendría que ser un ejemplo de cómo el intercambio económico, la circulación de personas y la convivencia son factibles en la diversidad humana.