Para entender la posición de Cristina Kirchner ante la guerra en Ucrania conviene enfocarse en lo que no dijo en el hilo de diez tuits que emitió el domingo. El mensaje es una reconstrucción deliberadamente incompleta de su actuación en la prehistoria de esta crisis, cuando Vladimir Putin anexionó la península de Crimea, en 2014. No hay un juicio de valor sobre la ofensiva militar rusa ni una palabra de empatía con las víctimas del drama humano que acongoja al mundo. Pero basta con añadir contexto histórico al relato impreciso y autorreferencial de la vicepresidenta para deducir que su postura se ubica más cerca de un apoyo a Putin que de la “condena a la invasión” que finalmente asumió el gobierno de Alberto Fernández.
Cristina Kirchner rememora que su administración “apoyó a Ucrania basada en el principio de integridad territorial” cuando el 15 de marzo de 2014 se votó en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas una propuesta que instaba a no reconocer el referéndum de independencia y anexión a Rusia convocado por el gobierno regional de Crimea. Es cierto, la Argentina ocupaba ese año una de las sillas rotativas del órgano ejecutivo de la ONU y se sumó a la moción mayoritaria. De los 15 miembros, 13 acompañaron el proyecto impulsado por Estados Unidos, se abstuvo China y Rusia usó el poder de veto que tienen en esa instancia las potencias ganadoras de la Segunda Guerra Mundial para tumbar la resolución.
El recuerdo de Cristina esconde los capítulos siguientes de la historia, cuando la actuación de la diplomacia argentina (y de ella en particular) dio un vuelco a medida que se agravaba la crisis.
Un día después de la votación en la ONU, el 16 de marzo, se celebró igual el referéndum de Crimea. El resultado fue abrumador en favor de la incorporación a Rusia, cuyas tropas llevaban semanas dentro de la frontera soberana de Ucrania.
Los sucesos encontraron a Cristina Kirchner en Roma, a donde había viajado a reunirse con el Papa Francisco. Fue allí donde la entonces presidenta usó por primera vez el caso Crimea para reavivar el reclamo argentino por Malvinas. “Hoy la conflictividad está dada por el doble estándar. Si el que hace el plebiscito es Crimea está mal, pero si son los kelpers está bien. No resiste el menor análisis”, dijo. Aludía al referéndum de autodeterminación celebrado en 2013 en las islas, desconocido por la Argentina y por la mayor parte de la comunidad internacional.
Al día siguiente, en París, retomó el tema después de una reunión con su par François Hollande. “Estados Unidos y Gran Bretaña se han manifestado a favor del referéndum que los kelpers han hecho hace pocos días y carece de todo valor. Si carece de valor el de Crimea, a escasos kilómetros de Rusia, mucho menos puede tener valor uno de una colonia de ultramar a más de 13.000 kilómetros”. Insistió en que para preservar la paz en el mundo “es fundamental no tener doble estándar a la hora de tomar decisiones”.
Cuando este domingo trajo a la luz esas declaraciones se reafirmó, como quien celebra que la historia le estuviera dando la razón. “Hoy 27 de febrero del 2022, sigo pensando lo mismo”, escribió.
En 2014 sus críticas a Estados Unidos y Gran Bretaña llegaron a oídos de Putin, aislado como estaba por la condena internacional y las sanciones económicas. El líder ruso gestionó una llamada telefónica con Cristina, que se concretó el 24 de marzo. Esa tarde ella misma contó en Twitter (aunque ahora eligió no volver a contarlo) su versión de la charla. Dijo que hablaron “sobre la cuestión de Ucrania” y destacó que Putin “destacó la posición argentina al incluir en el debate el doble estándar de varios países sobre los principios de la carta de la ONU”. Aclaró que ambos juzgaron “inaceptable” esa actitud. Rusia confirmó los términos en un comunicado de su cancillería, en el que expresamente agradece las palabras de la presidenta argentina.
A todo esto la discusión en la ONU continuaba. Es cierto, como ahora dice Cristina, que el Consejo de Seguridad rechazó la resolución sobre Crimea por el veto de Rusia. En su tuit del domingo se queja de ese privilegio con el que cuentan también Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y China. “¿Alguien piensa que con estos privilegios y aplicando o no el derecho internacional según les convenga a los países poderosos del mundo, estamos cuidando la seguridad global y la paz mundial?”, expuso, en lo más cerca que se asomó a cuestionar a Rusia.
Pero lo que tampoco contó la vicepresidenta es que existen mecanismos para sortear el veto, que pasan por elevar la discusión de una resolución a la Asamblea General. Es decir, que sean todos los países miembros los que decidan y no solo los 15 (cinco fijos y diez rotativos anualmente) del Consejo de Seguridad.
Así ocurrió. Una resolución en defensa de la integridad territorial de Ucrania se sometió a votación el 27 de marzo. Tres días después de la amable conversación entre Cristina Kirchner y Putin, la Argentina cambió de postura y se abstuvo. La resolución 68/262 que desconoce la incorporación de Crimea a Rusia se aprobó con 100 votos a favor. Hubo 11 en contra (Venezuela, Cuba, Irán, Corea del Norte, entre otros), 58 abstenciones (con China a la cabeza) y 24 ausentes.
Al gobierno argentino le costó explicar el giro, por la aparente contradicción que marcaba respecto del reclamo sobre Malvinas. La propia Cristina parecía caer en el doble estándar que denuncia: cómo explicar que no se condena la intempestiva anexión rusa de una porción de Ucrania reconocida por la comunidad internacional, mientras se exige la restitución de las islas del Atlántico Sur que el Reino Unido ocupa desde 1833.
El entonces canciller Héctor Timerman intentó responder, con una argumentación geopolítica. Dijo que había cambiado el contexto en los doce días que pasaron entre una votación y otra: “El proyecto de resolución que se planteó a la Asamblea General de las Naciones Unidas el 27 de marzo ya no buscaba un mensaje que pusiera fin a una potencial escalada de violencia. Fue presentado y explicado como una demostración de apoyo, pero no solo a las normas del derecho internacional, sino de alineamiento con una lectura parcial y sesgada del desarrollo del conflicto”. Explicó que la Argentina había pedido que la resolución incluyera no solo a Crimea sino a todos los territorios con soberanía en disputa, y que no se lo tomó en cuenta. Puso sobre la mesa -como hizo la representante nacional en la ONU, Marita Perceval– el respeto a la no injerencia en asuntos internos de otro Estado, un principio que el kirchnerismo aplica según quién sea el sujeto en cuestión.
Había otra razón detrás del giro, vinculada a la interpretación política de la crisis que se inició en Ucrania con la revolución del Maidan, un movimiento social que culminó con la caída del presidente prorruso Víktor Yanukóvich, después de tres meses de protestas violentas y que incluyó una masacre de manifestantes a manos de las fuerzas policiales. Cristina lo consideró un “golpe suave”, equiparable a lo que había ocurrido en Honduras con la destitución de Manuel Zelaya. Eran tiempos en que crecía además la presión callejera contra Nicolás Maduro en Venezuela. La idea era clara: defender a Ucrania era alinearse con Estados Unidos.
La posición de Cristina evolucionó de la abstención en la ONU a encarnar un discurso crítico contra las sanciones económicas que Estados Unidos y la Unión Europea (UE) le imponían a Putin. El líder ruso coronó su agradecimiento con una visita de Estado a Buenos Aires, el 12 de julio de 2014. Lo recibió con honores, se divirtió viéndolo tocar un bandoneón y lo agasajó con un discurso lleno de coincidencias. “Voy a brindar por la necesidad de un mundo, como dijo usted, sin doble rasero. Nosotros aquí decimos sin doble estándar, donde el Derecho Internacional es uno solo y es aplicable en todas partes. También, por la amistad entre Rusia y Argentina, entre Argentina y Rusia, por nuestra asociación estratégica”, dijo Cristina.
Así se forjó una alianza en la que se impulsaron negocios nunca concretados del todo y posiciones comunes en el tablero geopolítico. Cristina devolvió la visita a Moscú en 2015, donde volvió a condenar “de manera enfática” la presión económica de Occidente sobre Rusia. Alberto Fernández intentó ubicarse en esa senda, como demostró en su reciente paso por el Kremlin. Pero ahora, con las bombas que explotan y matan civiles, se movió hacia una “condena a la invasión” de Rusia a Ucrania que le valió el agradecimiento explícito de Estados Unidos.
A juzgar por su hilo de Twitter, Cristina no acompaña esa lectura sobre agresores y agredidos. Si es cierto, como se encargó de subrayar, que sigue “pensando lo mismo”, se puede entender mejor de qué lado está en la catástrofe de hoy.