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“Todo concluye al fin, nada puede escapar, todo tiene un final, todo termina” reza la letra de “Presente”, la recordada canción de Vox Dei que todos alguna vez cantamos. Y nada más acertado que esa letra para describir lo que sucedió en las últimas horas: un negocio histórico de la ciudad, llegó a su fin.
Se trata de ‘Casa Evaristo’, local de ropa ubicado en 1810 que, tras 80 años de vida, cerró sus puertas el último viernes.
Decenas de miles de personas cruzaron la puerta de madera y vidrio para buscar prendas durante la existencia del comercio.
Familias enteras se vistieron con las pilchas que el local trajo. Cientos de niños fueron a buscar su ropa de colegio, del día a día.
Toda una vida quedará atrás.
Y en este tramo final de existencia, La Voz del Pueblo charló con Carlos Lembi, dueño del local e hijo de Evaristo, el creador de la casa.
Un poco de historia
Para ahondar en los comienzos de ‘Casa Evaristo’ es necesario viajar al pasado, más precisamente, a 1941. “El negocio lo comenzaron mi padre y mi madre, ellos empezaron con compra-venta de ropa usada” recordó Carlos, para explicar brevemente que “después se fue modernizando todo; se anexó ropa nueva y empezaron a viajar a Buenos Aires a hacer las compras”.
El inicio de la vida comercial de los Lembi se dio en otro sitio. “Papá empezó acá a la vuelta, en Istilart y Sarmiento, donde está el doctor Tamagno ahora, toda esa esquina la alquilaba… ahí tenía compra-venta de muebles, mucho antes de esto. Cuando vino acá, a 1810, comenzó con la ropa” remarcó Carlos.
Durante casi 50 años, Lembi atendió a grandes y chicos detrás del mostrador que él mismo construyó
Ya con las puertas abiertas, el local recibió sus primeros clientes. “Cuando acá empezaron a realizarse las obras y reformas de agua corriente y demás, los trabajadores eran casi todos chilenos: a ellos se le vendía mucha ropa de trabajo, que era lo que se conseguía. Mi padre se conectó en Buenos Aires con gente que ingresaba a los remates de los excedentes del Ministerio de Marina. Cuando había excedentes una vez por año se hacían remates de gabanes, bombachas, pantalones, chaquetas, borcegos, todo de mucha calidad… se empezó a trabajar con eso y la gente que trabaja en las obras de la ciudad compraba mucho; es más, hasta compraban por demás para enviar a Chile”.
La venta de esta ropa prosiguió por años, más allá de la obra en la ciudad. “Era ropa muy buena y muy fuerte, duraba años”.
Pero los años traen cambios y el local, cambió. “Después empezó a cambiar el sistema y papá empezó a traer ropa más sport; la ropa de grafa, los botines ya no eran los mismos, eran de más calidad, los borcegos, la ropa de campo… empezamos a trabajar con la gente de campo y los chacareros”.
– ¿Siempre apuntaron a un público específico? Es decir, trabajador, chacarero…
– Siempre se apuntó a un público específico, pero nosotros tuvimos muy buena clientela. La verdad que hay gente que durante toda la vida vino a comprar acá, es más, van cambiando las generaciones, y sigue viniendo la gente de la familia… acá vienen nietos que me dicen ‘mi abuelo compraba acá’… son chicos que van al Agropecuario, al Industrial o al Colegio de Hermanas.
El legado
Carlos era apenas un joven cuando se sumó al comercio como empleado. “Mi papá falleció en el 75′ muy joven, a los 67 años… mi mamá me ayudó mucho después cuando me quedé a cargo del negocio. Yo empecé mucho antes, a mí no me gustó el colegio, no terminé la Secundaria, me salvé del servicio militar por número bajo y a los 16 o 17 años ya me quedé con él en el negocio; había que trabajar, era lo lógico”.
Mientras trabajaron juntos, Evaristo fue enseñándole a Carlos los pormenores del local y el trabajo día a día. “El me enseñó a viajar a Buenos Aires para hacer compras, fuimos 2 o 3 veces, después empecé a ir solo. Cuando falleció seguí solo con mamá y algún empleado que tuve, siempre muy buenos. Después, al haber estado tanto acá, ya conocía cómo era”.
Y si bien los tiempos cambian, muchas modalidades se mantienen. Ya en aquellos tiempos ir a comprar ropa a Buenos Aires en viajes relámpago era común. “Cuando nos íbamos a Buenos Aires en el micro salíamos a la noche, hacíamos las compras todo el día, y volvíamos a la noche… era un viaje relámpago de 24 horas”.
Luego de la pérdida de Evaristo, Carlos tomó el timón y rápidamente implementó algunos cambios. “Cuando me quedé yo empezamos a modernizarlo. Me empecé a conectar con empresas importantes de allá como Pampero, como Palenque… muchas. Muchas relaciones ya las había comenzado mi papá, así que venía encaminado…”
Es en este momento que surge una de las tantas anécdotas de la charla. La confianza que generaba ‘Casa Evaristo’ era tal, que las grandes marcas les ofrecían la ropa.
“Al haberse portado uno siempre bien, le ofrecían cosas” dice Carlos y explica. “Un día vinieron acá de Pampero, yo no trabajaba esa línea. Vino el señor encargado y me dijo: ‘Quiero que vos sigas con mi línea y que representes a Pampero en Tres Arroyos, tenemos buenas referencias’. Yo pensé que había quedado en la charla nada más y a los días me mandaron toda la mercadería sin abonar nada…”.
El mameluco, la primera prenda que comenzó a venderle al Colegio Industrial
Esta relación comercial, como tantas otras, se tornó estrechísima con los años. “Ese señor luego se abrió y por su cuenta puso la línea Explora, la marca que sigue con una calidad muy buena, me quedé con él y lo sigo trabajando hasta el día de hoy, siempre con muy buena relación. Con muchas empresas de Buenos Aires tengo una relación así… saben más o menos lo que yo les compro y me mandan casi sin preguntarme”.
El secreto del éxito
Mantener un local vigente por 80 años no es tarea sencilla. Los contextos económicos cambian constantemente y muchas veces los coletazos se hacen sentir. Pero ‘Casa Evaristo’ logró superar las décadas con creces.
– Pasaron un montón de crisis en estos 80 años. ¿Cuál fue la que más los afectó?
– Lo último, que fue la pandemia, no nos afectó tanto porque uno está un poco más consolidado… pienso que puede ser por eso. La del 2001 fue bastante difícil. No es fácil salir de esas situaciones, pero siempre fui muy cauto.
Si uno le pregunta a Carlos por el éxito del local, la respuesta siempre va a estar relacionada con la calidad de la ropa, los precios y, sobre todo, el respeto y el buen trato al cliente.
“No me dedico a la ropa de moda o de marca, no tengo problemas. Sale todo. Es ropa urbana y cosas que salen siempre… no es ropa cara y es buena”.
“Al público, al comprador, le gusta que lo atienda al dueño, o al menos yo lo entiendo así” dice Carlos. “Yo les enseño hasta el baño” cuenta entre risas, a modo de explicación. “Saco todas las prendas que necesite ver, sin problemas. Siempre le buscamos la vuelta para que el cliente se vaya contento. Creo que conocer un poco a la gente es el secreto”.
– Y durante tantos años, ¿qué es lo que más se vendió?
– Nosotros nos caracterizamos por la venta de bombachas pero porque se puso de moda eh, no porque sea de campo. En este momento lo que más se venden son los pantalones cargo pero hasta hace 3 años, la bombacha de campo… terrible. Fue una moda por veintipico de años.
El final
– ¿Cuál es la decisión que lo lleva a este final?
– Me costó dos años tomar la decisión, o tres. Cuando empezamos a hablar con mi señora… a ella le gusta mucho viajar y con el tema del negocio, no quería dejarlo nunca; yo quería estar todos los lunes acá más allá de que podía no venir. A mí no me gusta que venga gente y esté cerrado, sinceramente. Lo charlamos y me costó bastante… porque es ‘Casa Evaristo’ y dejarlo… de a poquito me fueron convenciendo, en parte los chicos, mi señora… tenemos una familia muy unida. Algún amigo también, todos me decían ‘Carlos tenés que retirarte, tenés que ir aflojando, tenés que buscar la forma para poder cerrar’. De a poquito empecé a cerrar más… empecé a cerrar los sábados, a veces los viernes a la tarde… ya en un momento tenía ganas de cerrar los jueves también…
– ¿Y no existió la posibilidad de que tenga una continuidad?
– Mi hijo es veterinario y está en el sur, en Caleta Olivia, con su pareja, y mi hija tiene su trabajo online y a ninguno de los dos le gusta, les gusta otra cosa, lo que me parece bárbaro porque están bien con su trabajo y porque esto, más allá de que uno vive acá y la conexión es muy cómoda, te lleva todo el día y se hace un poco monótono el tema, con tantos años. Pero más allá de eso lo voy a extrañar, voy a extrañar el trato con la gente, con los clientes.
‘Casa Evaristo’ se ubicaba en 1810 181. Su fundador fue Evaristo Lembi
– ¿Ya se imaginó qué sucederá cuando se levante y no tenga que venir al local?
– Me va a costar, yo tengo que cerrar la pasada ahora… la gente que viene a este local va a reformar todo. No va a ser fácil no ver ‘Casa Evaristo’ en el frente y todos me lo hacen recordar…
– ¿Qué significa ’Casa Evaristo’ para usted?
– Fue gran parte de mi vida, pero no fue todo. Tengo muchos hobbies que voy a poder disfrutar más. Me gusta mucho la carpintería, la mecánica, me gusta soldar… todos los muebles que están acá -señala el local- los hice yo, menos los estantes.
Serán tiempos de cambio para Carlos Lembi. Tiempos de disfrutar de una nueva etapa, de darse gustos y de estar aún más con la familia.
“He tenido una vida muy feliz, tanto con mi matrimonio, con mis hijos, con el local… no hemos tenido problemas de nada y eso ayuda mucho a que el cierre sea más llevadero”.
En el cierre de la charla, Lembi aprovechó para agradecer “a toda la clientela de tantos años… eso sin ninguna duda. No puedo dar nombres porque es imposible. Y por supuesto a mis proveedores, tengo mucha gente que se portó muy bien conmigo”.
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Relación con los colegios
Una de las cosas que caracterizó a ‘Casa Evaristo’ con los años es su relación con los establecimientos educativos de la ciudad.
“Siempre se trabajó con la ropa de los colegios, desde que se inauguró el Colegio Industrial” recordó.
“Recuerdo que llevé unos folletos en los que informaba que empezaba a trabajar con el color de ellos. Ellos ahora usan equipos de grafa, pero al principio usaban mamelucos y yo les traía los mamelucos chiquitos… después se derivó; en su momento le vendí al Holandés y a lo que es Nuestra Señora de Luján… todos los que tienen uniformes”.
Sin dudas una de las relaciones más extensas fue con el Colegio Agropecuario. “Desde que se inauguró que trabajo con ellos. Les vendíamos ropa desde los más chiquitos a los más grandes, incluso a los empleados del colegio”.