Inadmisible el ataque ruso a Ucrania, consecuencia de la locura de un auténtico dictador. Vladimir Putin lanza el poderío de su militarización, en contra de una República que se niega a pasar al dominio de la zarpa del oso.
Nunca negó su obsesión. Desde que Mijail Gorbachov declaró la Perestroika, lo que supuso el desmantelamiento del totalitarismo de la Unión Soviética y la libertad de los muchos países satélites que vivían bajo su brutal dominación, el exfuncionario de la KGB (Servicios de Seguridad de la URSS), Putin, se opuso y enfrentó al demócrata que cambió el destino de millones de personas.
Desde que tomó el poder, el tirano de Marras se ha encauzado a fortalecer su aparato militar y hace alarde de un armamento, incluso nuclear, al que nadie podría combatir. Su objetivo es, y siempre lo ha sido, recuperar los territorios perdidos y reconstruir al desaparecido bloque comunista.
Para lograr la meta fortaleció nexos con la República China y ha buscado una expansión notoria, incluso en Latinoamérica, respaldando a regímenes represores, como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Ucrania le supone, además de un primer paso para ese afán colonialista, un aliciente emocional. Tiene la creencia de que, al compartir con Bielorrusia y la propia Ucrania, los orígenes en tribus eslavas hermanas, considera que son iguales y que, al tener la misma raíz deben pertenecer a la misma nación. Estas ideas forman parte de la mitología, acendrada en quien siempre se ha negado al cambio y, una vez que conquistó el poder se niega a soltarlo.
Para Europa es un golpe directo. Alemania tiene fuertes lazos comerciales con Rusia y, sin embargo, el primer ministro, Sholz, ya advirtió que no pasan por el ataque a Ucrania. En el mismo sentido se pronuncia el resto de la Unión, la que aspira a una solución pacífica, antes de que se sigan sumando muertes, heridos y dolor, por esta conflagración.
Muchos de quienes no han vivido una guerra están indiferentes ante este ataque. A los europeos no se les olvida el sufrimiento y la desolación que trae consigo. Los miles y miles de familias destruidas, de huérfanos, de inválidos. El hambre feroz y la escasez de todo tipo de bienes y servicios esenciales, además de la presión psicológica de vivir en la incertidumbre y el terror.
Putin saca las uñas y refuerza la represión en su propio territorio. Aniquila a la oposición, como lo ha hecho con Alex Novalny, quien lleva años dándole pelea. Después de varias detenciones, lo envenenaron, lo que casi le cuesta la vida y tuvo que salir a Alemania. Volvió a Rusia y lo aprehendieron y, en la actualidad, cumple una injusta condena.
Muchos ciudadanos se levantaron y organizaron protestas en contra de la invasión. En la primera marcha detuvieron a más de 700 personas. Reitero: la represión endurece y será difícil mostrar el rechazo a una guerra que, indudablemente, no quieren.
Ucrania está en una enorme desventaja militar, a pesar de la valentía y la dignidad de un pueblo que rechaza la posibilidad de pasar a vivir bajo la férula de Putin. Podría ser que las sanciones impuestas por Biden y la comunidad global, lo dobleguen, aunque ya amenaza con que no le importan. Habrá que ver si, cuando se apliquen, en verdad puede estabilizar la economía, para lo que necesitará fuertes aliados, sobre todo, China.
Una auténtica tragedia propiciada por uno de los tantos tiranuelos, que asolan al planeta.
@catalinanq