Durante los primeros minutos de El señor Bachmann y su clase (Herr Bachmann und seine Klasse), de Maria Speth, queda en claro que el señor que da nombre al título de su documental –el profesor de un colegio secundario del pueblo de Stadtallendorf, en el centro de Alemania– no es un docente cualquiera. No solo hace ingresar a los chicos dos veces al aula porque la primera vez lo hicieron charlando, sino que apenas toman asiento les pregunta si siguen con sueño y como varios dicen que sí, les permite echarse una siestita antes de empezar la clase. Tampoco es convencional la historia que les cuenta apenas están algo más despabilados: la de una mesa enamorada de una guitarra eléctrica. Sin embargo, por tirada de los pelos que resulte la narración –en la que también intervienen una guitarra acústica y una batería-, Bachmann, un hombre de unos 60 años que usa remeras de AC/DC, logra que esta fantasía disparatada haga hablar a sus alumnos. Que es exactamente lo que necesita. Porque esos adolescentes de entre 12 y 14 años con nombres como Hasan, Ilknur, Ayman y Cengiz deben aprender el idioma del país al que decidieron migrar su padres, procedentes de países como Turquía, Bulgaria, Rusia o Kazajstán. Y si hay algo que Dieter Bachmann tiene en claro es que un idioma solo puede transmitirse como una forma de afecto. Por eso los hace hablar, pero también les habla: les pide que canten canciones típicas de sus países, les pregunta cómo se dice “te amo” en sus respectivos idiomas y contesta con honestidad incluso las preguntas más personales de sus alumnos. En diálogo con Página/12 desde Alemania, la realizadora, cuyo documental ganó el Premio del Jurado de la Berlinale en 2021 y se estrena este martes en la plataforma Mubi, habla acerca de los protagonistas de su magnífica obra.
– ¿Cómo hizo para que los chicos se olvidaran de las cámaras?
– Debido al bajo presupuesto con el que contábamos trabajamos con un equipo muy reducido: dos camarógrafos, un asistente, un sonidista y una directora. Si bien es difícil que un equipo de cinco personas en un aula se vuelva invisible, nuestra presencia se convirtió rápidamente en algo natural. Simplemente formábamos parte de la rutina escolar cotidiana de los chicos y por lo tanto no éramos nada especial. Aunque a veces el rodaje no fue fácil desde lo logístico por la cantidad de personas que había en el aula. Para el técnico en sonido fue un verdadero reto reaccionar a lo que los chicos iban diciendo desde las distintas puntas del aula al mismo tiempo. En este sentido nos ayudó conocer bien a los estudiantes: muchas veces podíamos adivinar quién iba a hablar de un determinado tema. Fueron unos 30 días de rodaje y pasábamos una media de 6 a 8 horas diarias en la clase. Pero también pasamos mucho tiempo con los chicos cuando no estábamos filmando: hablamos con ellos, compartimos comidas, tocamos música, hicimos los deberes… Ese sentimiento de comunidad que creamos demostró ser una base valiosa para generar confianza y cercanía y generar un ambiente en el que todos sintieran que podían mostrarse como son.
– ¿Cómo evitó que los chicos “actuaran” para la cámara?
– La cámara suele estar siempre a la altura de los ojos de los chicos. Creo que esto describe de forma figurativa cuál fue la forma en que nos acercamos a ellos. Al principio quizá alguno miraba cada tanto a la cámara. Algunos seguían siendo un poco tímidos y reservados y no entendían muy bien por qué los estábamos filmando y qué tenía de interesante filmar su vida en la escuela. Pero lo sorprendente fue que estos chicos apenas tuvieron el impulso de actuar un personaje delante de cámara. Por eso tampoco tuve que intervenir en ninguna situación, sino que mi trabajo fue más bien estar ahí en el momento justo para captarlas. Los chicos no se dejaron seducir por la presencia de las cámaras. El trabajo fue más bien conmigo misma: tuve que dejar que las cosas siguieran su curso y confiar en que al final la misma realidad me iba a regalar los mejores momentos.
– La integración de los inmigrantes es un tema de gran actualidad en Alemania. ¿Por qué decidió abordarlo desde el sistema educativo?
– Me interesaba el aspecto multicultural de esta clase y también me preguntaba cómo funcionan las clases en estas condiciones. Y luego, por supuesto, me interesaba este profesor que les brinda a los chicos otras experiencias más allá de la mera transmisión de conocimientos, que los pone en contacto con la música, la escultura, la carpintería o incluso los malabares. Que se para frente a los chicos sin prejuicios y establece en el aula una cultura del diálogo en la que todos pueden expresarse libremente. Un profesor que no ejerce solo el papel de maestro, sino que se involucra por completo como persona en su totalidad y de esta forma alienta a los chicos a mostrar y plantear sus problemas más personales. Algo que ayuda, por supuesto, es que de alguna forma todos representan una minoría en la clase y eso hace más difícil que haya algún tipo de exclusión por parte de una mayoría. Y también estaba mi interés por Stadtallendorf como pueblo de inmigrantes, con su historia tan alemana en un punto y su estructura poblacional de gran ciudad en medio del campo (ver recuadro).
– ¿En qué cree que reside el éxito de Bachmann a la hora de integrar a estos chicos?
– Es probable que el aspecto integrador de su trabajo resida, en primer lugar, en cómo aborda las distintas huellas culturales de los chicos sin ningún tipo de prejuicio. Y no lo hace por una corrección política autoimpuesta, sino porque su propia naturaleza es así. Se relaciona con las personalidades concretas de sus alumnos independientemente de sus huellas culturales. Pero además no ignora ni suprime estas huellas, sino que las aprovecha para enriquecer sus clases. Por eso, Bachmann alienta una y otra vez a los chicos a que les cuenten a los demás acerca de las particularidades de sus culturas, como el Ramadán, el uso del pañuelo para cubrir sus cabellos o las visitas a la mezquita.
– La película muestra el proceso por el cual los chicos son asignados a las distintas orientaciones que tiene el sistema educativo alemán en base a su rendimiento. Se trata de un momento muy tenso para los chicos, que además están lidiando con su adaptación a un nuevo país. ¿Qué opina del sistema educativo alemán en este sentido?
– Al profesor Bachmann le preocupa que sus alumnos se sientan desvalorizados por estas calificaciones. Por eso intenta explicarles el sistema de calificación lo mejor que puede, habla individualmente con cada uno de los chicos sobre sus notas, les subraya que se trata de instantáneas que no dicen nada acerca de su personalidad. Intenta detectar las capacidades, intereses y posibilidades de cada uno y fortalecerlas para que no se vean reducidos a su rendimiento académico. Es probable que esta reducción sea una tendencia del sistema educativo. Pero como el sistema educativo es a su vez el reflejo de valores e ideas generales y socialmente aceptadas, habría que dirigir esta posible crítica al sistema educativo a la idea en la que se basa: la meritocracia. Lo que me resulta fascinante es que Bachmann logra sostener esta postura dentro del sistema educativo clásico. Es decir que logra crear un espacio para actividades y encuentros no escolares con chicos que aún no hablan nada o muy poco alemán junto a otros que viven en Alemania ya como segunda o tercera generación. Tiene en cuenta todos estos países de origen y puntos de partida diferentes para que los niños puedan desarrollarse en un espacio sin miedo. Un ejemplo es Hasan, que era buen alumno en Bulgaria pero tiene dificultades con el alemán. Para él fue importante que Bachmann le diera la oportunidad de aprender a tocar la batería y la guitarra durante ese semestre y sentir que era valioso a pesar de que su rendimiento escolar no fuera tan bueno.
– Si bien Bachmann es muy empático, también es respetado por sus alumnos. ¿Qué le enseñó Bachmann acerca de la autoridad?
– Las medidas disciplinarias a las que el profesor Bachmann recurre una y otra vez tienen que ver con sus muchos años de experiencia docente en un determinado ámbito social y son para él casi una cuestión de supervivencia en su papel de profesor. El establecimiento de reglas o rituales, como los aplausos o los minutos de silencio, tienen que ver con esto. Son formas de demostrar quién es el jefe. Pero, por otro lado, también le es igualmente importante brindarles a los chicos la sensación de que cada uno de ellos es importante para él, que está comprometido con su desarrollo y que trabaja por cada uno de ellos; que no los ve solo en términos de su rendimiento académico, sino como personas en su totalidad. Es una autoridad basada en la confianza de los chicos. Su frase “la escuela como institución me es ajena hasta el día de hoy” proviene de su propia experiencia como alumno y de su postura “antiautoritaria” ante todo lo “institucional” en general. Las instituciones son, necesariamente y hasta cierto punto, anónimas, estructuradas y, por lo tanto, impersonales. Sin embargo, Bachmann siempre busca la interacción personal en sus encuentros con los demás, incluidos sus alumnos. Por eso no se repliega en el papel “impersonal” y social del profesor, sino que se involucra en el aula con todo su ser y espera y genera lo mismo en sus alumnos.
– Hay un momento clave en la película en el que una de las profesoras les pregunta a los chicos cuál es su patria, y casi todos mencionan los países de origen de sus padres, aunque ellos mismos lleven en muchos casos más tiempo viviendo en Alemania que allí. ¿Representa esto un fracaso de Alemania como país receptor?
– No quisiera juzgar a un nivel general, social. Pero creo que esa situación en la clase muestra lo difícil que es para las personas volver a echar raíces cuando son desarraigadas. Y que, evidentemente, pueden pasar generaciones hasta que surja un nuevo sentimiento de patria o de hogar. Creo que los abuelos y los padres de estos chicos estaban y siguen estando muy ocupados en asegurar su existencia. Filmamos a abuelos de algunos de los chicos que nos contaron cómo llegaron a Alemania hace algunas décadas y lo difícil que fue para ellos tener que hacer un trabajo físico duro en un país extranjero teniendo, a menudo, que dejar atrás a su familia, su mujer y sus hijos. Y que además creían que su estancia sería temporal. Por su parte, el Gobierno alemán también suponía que se iban a quedar por poco tiempo y que luego iban a volver a sus países de origen. Así que ni los propios Gastarbeiter (trabajadores “invitados”) ni las instituciones alemanas entendieron esta migración laboral como inmigración en el sentido clásico. Esta fue, sin dudas, una de las razones que tuvieron ambas partes para que la integración de los que finalmente se quedaron de forma permanente fuera tan difícil. Por otra parte, los ingresos de estos trabajadores eran por lo general precarios o estaban por debajo del promedio, lo que obligaba -y sigue obligando- a los dos padres a trabajar. Eso limita el tiempo que tienen para ellos y para sus hijos, así como los impulsos educativos y culturales que les pueden dar.
Stadtallendorf y la historia alemana
La directora alemana Maria Speth afirma que fue la historia de Stadtallendorf la que la impulsó a hacer su película. Al parecer el profesor Dieter Bachmann, a quien conocía desde hace tiempo porque había sido compañero de estudios de su director de fotografía, le hablaba a menudo de este pueblo, donde trabajaba como maestro de escuela. Cuando lo visitó por primera vez, Speth quedó cautivada por su paisaje: un típico pueblo de Fachwerkhäuser (las casas alemanas de fachadas con vigas de madera cruzadas) en medio del campo, construido alrededor de una gran empresa de fundición de hierro, la Fritz Winter, con un centro comercial dominado por tiendas turcas.
“La historia de este paisaje urbano se remonta a 1938. Stadtallendorf (entonces Allendorf) era un pueblo agrícola idílico e insignificante en medio de Alemania. Luego, por encargo del régimen nazi, se construyó allí la mayor planta de producción de armamento de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Como la demanda de mano de obra no llegaba a ser cubierta por trabajadores civiles, se recurrió a trabajadores forzados, prisioneros de guerra y prisioneros de los campos de concentración. Más de 17.000 personas fueron deportadas hacia allí”, cuenta Speth.
Como sus instalaciones no fueron bombardeadas durante la guerra, pudieron volver a utilizarse comercialmente con el inicio del “milagro económico” alemán en la década de 1950. En 1951 se creó la fundición Fritz Winter y en 1956 llegó Ferrero, fabricante de productos como la pasta de avellanas Nutella y los chocolates Kinder, que construyó allí su primera fábrica fuera de Italia. Se necesitaba mano de obra y las empresas fueron a buscarla afuera, donde había más personas dispuestas a hacer un trabajo pesado. Es así como llegaron a Alemania miles de Gastarbeiter de países como Turquía, Italia, Grecia y España, a lo que se sumaron inmigrantes nuevos en los últimos años. “Esto convierte a Stadtallendorf en un buen ejemplo de la historia política y demográfica de Alemania desde los años 30. Ironías de la historia: la política nazi de exterminio del extranjero condujo en este caso a una ciudad cuya población tiene hoy una cuota de migración del 70 por ciento”, explica la directora.