La más reciente temporada de toros en la mayor plaza del mundo, la de Ciudad de México, se cerró el domingo marcada por la posibilidad de que este año pueda concretarse en el congreso local una ley que prohíba las corridas en la capital mexicana. No será fácil, reconocen los antitaurinos, pero afirman que seguirán presionando a los legisladores locales con la recogida de firmas.
Durante los últimos cuatro meses de corridas ha sido habitual la presencia de grupos abolicionistas manifestándose en la plaza. Junto a fotografías de toros ensangrentados y desde detrás de una muralla de policías que les separaba de los aficionados, los manifestantes volvieron a gritar el domingo consignas como “¡Asesino, criminal, no se mata un animal!”.
“Queremos manifestar a tambor batiente la injusticia que representa para nuestro país y para los animales la tauromaquia”, decía el domingo Alberto Luvianos, uno de los participantes en la protesta.
A finales de año, la Comisión de Bienestar Animal en el Congreso capitalino aprobó una iniciativa de reforma de la ley de protección animal destinada a prohibir los “espectáculos públicos en los que los animales sean objeto de actos de maltrato y crueldad que deriven en su muerte”. Entre ellos se encontraban “espectáculos en los cuales se maltrate, torture o prive de la vida a toros, novillos y becerros”.
Sin embargo, el dictamen quedó paralizado aparentemente por las pérdidas económicas que podría provocar la medida y todavía no se ha fijado la fecha para que el pleno del parlamento local aborde la cuestión.
“Reconocieron de viva voz que los animales son sujetos de derecho pero el tema que les preocupa son los ingresos que genera la tauromaquia”, explicó Luvianos. Según dijo, los diputados hablaban de unos 3 mil puestos de trabajo. El sector taurino multiplica esa cifra por diez y habla de 30 mil empleos.
Los abolicionistas creen estar ahora en mejor posición que nunca para lograr su objetivo porque hay más activistas y más jóvenes y porque su movimiento tiene “el favor de las redes sociales”, donde el apoyo a los derechos de los animales es cada vez mayor, agregó Luvianos.
“La presión está dura pero espero que no lo logren”, reconocía el aficionado Victor Vázquez. “La gente no entiende que los toros para eso se criaron”.
Las posturas son irreconciliables. Veganos que hablan de “tortura” animal y de “asesinatos” frente a defensores que lo definen como “arte”, “cultura”, “tradición”.
“Amo las corridas, amo la libertad y amo el honor que se les hace a unas reses bravas”, dijo Gerardo Álvarez. “El toro es de los animales más queridos y hasta nombre les ponemos”, afirmó.
En medio, un sector del que viven miles de personas desde acomodados empresarios a humildes comerciantes como Evangelina Estudillo, que lleva 20 años trabajando en la Plaza México vendiendo artículos taurinos y así ha sacado adelante a nueve niños. “Pues tendría que hacer algo al señor presidente y ver cuántas familias dependemos de acá”, dijo la mujer.
La lucha de los defensores de los animales ha ido creciendo tanto en España como en América Latina y generalmente han sido autoridades locales o estatales las que han ido sacando adelante las prohibiciones. En Cataluña, España, no hay corridas desde hace más de una década, y en Bogotá, la capital de Colombia, otro país muy taurino, este año no habrá temporada porque ningún empresario se presentó para llevarla a cabo.
En México el primer estado que prohibió las corridas fue Sonora, al norte, en 2013, entidad a la que siguieron otras tres: Guerrero, Coahuila y Quintana Roo. Mientras, otros estados mantienen orgullosos la fiesta con los mejores carteles del momento, como Aguascalientes.
En 2019, según un sondeo telefónico realizado por el diario Reforma, ya había una mayoría de población a favor de la prohibición y el propio presidente Andrés Manuel López Obrador llegó a decir en ese momento que se podría hacer una consulta popular para que los ciudadanos se pronunciaran.
A la espera de ver si se concretan los cambios legales en Ciudad de México, los aficionados volvieron a disfrutar el domingo de la lidia mientras fuera, algunos cruzaban los dedos para que la tradición continuara.
“Respeto mucho a la persona que está en contra, pero no lo veo así”, decía Paco Domínguez en su puesto de recuerdos. “Yo lo veo como un arte, como una cultura y es lo que me da de comer”.