MIRAR
No falta quien juzgue la insistencia del Papa Francisco en que seamos una Iglesia sinodal como si fuera una novedad, una moda transitoria, una ocurrencia personal. No es así. Quien afirme esto, desconoce la historia de la Iglesia. Para la elección de nuevos obispos siempre se hace una amplia consulta al Pueblo de Dios, pero de una forma muy discreta y reservada.
El Código de Derecho Canónico, sobre todo en su actualización de 1983, ha ordenado que en todas partes se establezcan diversos Consejos, para que el obispo escuche al Pueblo de Dios antes de tomar decisiones. Se prescriben el Consejo Presbiteral, el Consejo de Economía, el Colegio de Consultores, y se propone el Consejo de Pastoral, en que participan también laicos y religiosos. En muchas diócesis hay, además, Consejo de Laicos, Consejo del Seminario, Consejo de la Vida Consagrada, aunque tengan otros nombres. Es tan importante esta consulta que, en algunos casos, si el obispo no pide opiniones previas, su decisión es jurídicamente inválida. Para el nombramiento de nuevos párrocos, el obispo escucha de diversas maneras a la comunidad, pero no se hace una consulta pública, como si se tratara de una asamblea para proceder por mayoría de votos. La Iglesia no es un sistema democrático, sino una comunidad participativa con un responsable jerárquico.
Cuando, en marzo de 1991, llegué como obispo a Tapachula, en Chiapas, pedí a la asamblea diocesana, integrada por sacerdotes, religiosas y laicos, que me propusieran nombres para los cargos más importantes de la diócesis: Vicario General, Canciller, Ecónomo, Rector del Seminario y Vicario de Pastoral. Los mismo hacía cada tres años en San Cristóbal de Las Casas. En boleta secreta, proponían sus candidatos y luego, en oración y después de nuevas consultas, yo tomaba la decisión. Hubo un caso en que, en el Consejo Diocesano de Pastoral, debíamos decidir el tema de la asamblea diocesana. Entre los treinta miembros, se propusieron temas; yo sugerí unos diferentes. Se llevaron las propuestas a todas las parroquias y, después de dos meses, la mayoría propuso un tema distinto al que yo había propuesto. Acepté su opinión y no impuse la mía; autoricé lo que propusieron. El resultado fue magnífico.
DISCERNIR
La Comisión para el Sínodo Mundial de Obispos, en su Documento Preparatorio, dice: “En el primer milenio, ‘caminar juntos’, es decir, practicar la sinodalidad, fue el modo de proceder habitual de la Iglesia entendida como ‘un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’. También en el segundo milenio, cuando la Iglesia ha subrayado más la función jerárquica, no disminuyó este modo de proceder: cuando se ha tratado de definir verdades dogmáticas, los papas han querido consultar a los obispos para conocer la fe de toda la Iglesia, recurriendo a la autoridad del sentido de la fe de todo el Pueblo de Dios, que es «infalible ‘en la fe’»” (No. 11).
ACTUAR
Si tu párroco o tu obispo te invitan a expresar tu palabra sobre distintos asuntos eclesiales, expresa lo que, en oración, el Espíritu te inspire, siempre dispuesto a acatar la decisión de quien preside la comunidad eclesial. Y si no te invitan, busca la forma de hacerles llegar tu opinión, en forma respetuosa, pero clara e incisiva. Propón los cambios que consideres necesarios para que la Iglesia viva mejor su vocación y misión. No digas que no te importa, o que no han pedido tu opinión; tú eres parte viva de la Iglesia y ésta depende también de ti. Animo y a participar.