No es que uno se tire al piso, pero ser periodista en México es difícil. La paga para la gran mayoría de colegas es mala, sin prestaciones sociales, la carga de trabajo pesada y con mucha frecuencia realizada en condiciones vulnerables.
Recuerda quien escribe que al llegar a la Organización Editorial Mexicana hace un par de años le extrañó que aún se diera seguro médico, aguinaldo, vacaciones acorde a la ley y vales de despensa. Lo digo sin tapujo alguno y de manera sincera, la OEM es un caso extraño en una industria tan afecta al maltrato y la explotación como lo es la industria periodística mexicana, en donde en algunos lados aún se ve mal pedir vacaciones o dinero para las pilas de la grabadora.
Es cierto que la precarización laboral es una realidad para millones de mexicanos, sin embargo con ningún gremio el presidente López Obrador sostiene un enfrentamiento tan amargo y frontal como lo tiene con el periodístico.
Los encontronazos del presidente López Obrador con periodistas reconocidos, primero con Carmen Aristegui y más recientemente con Carlos Loret de Mola, se enmarcan en medio de una discusión más amplia que refleja el estado actual de la relación prensa-poder.
Primero el Presidente acusó a Aristegui, quien hasta el momento era percibida por muchos como una periodista con simpatías por la 4T, de “calumniosa” al darle ésta espacio en su programa de radio a voces abiertamente críticas al gobierno como Denise Dresser y Sergio Aguayo.
Más recientemente el Presidente se ha involucrado en una guerra con Loret de Mola el cual escribió sobre la vida lujosa del hijo del Presidente, José Ramón López Beltrán, que por sí sola –hay que decirlo– no representa una ilegalidad. En abierta persecución, López Obrador exhibió el sueldo del comunicador y hasta le ha solicitado al INAI ventilar el origen de su dinero.
En ambas broncas opinólogos en los extremos del espectro ideológico se alinearon a favor de los comunicadores en contra de lo que percibieron como un ataque desde el poder presidencial hacia la “libertad de expresión”.
Ahora hasta hashtag se armó: #TodosSomosLoret. Casualmente cuando MVS despidió a Aristegui durante la administración de Enrique Peña se creó #TodosSomosCarmen.
La verdad es que ambas tendencias no sólo son cursis sino también falaces.
Los recursos e influencia de ambos comunicadores son cosa rara entre los camaradas periodistas. Sus rostros representan empresas enteras y en ese sentido son precisamente ese tipo de personalidades de las pocas con capacidad para enfrentarse con el Presidente más popular de las últimas décadas.
No es envidia ni crítica, sólo descripción.
Hay que decirlo, está mal y es triste que el Presidente de un país utilice su poder para golpear a periodistas reconocidos. Pero esto se agrava de manera considerable cuando tenemos un mandatario que reparte parejo y sin distinguir desde el juicio maniqueo del enemigo o el sirviente, sin importar rangos, clase y orígenes.
Las alianzas y animadversiones políticas que puedan tener tanto De Mola como Aristegui no son una constante entre periodistas mexicanos, quienes en su gran mayoría comunican apegándose a los valores del equilibrio y la objetividad, contrario a la opinión popular.
A esto hay que sumar que sólo en Afganistán y en Siria se mata a más periodistas que en México.
Cuando el Ejecutivo se le avienta a la yugular a Loret no entiende que construye un contexto aún más hostil para el resto del periodismo mexicano; contra las reporteras que cubren sus mañaneras a cambio de un sueldo de miseria, los fotógrafos sin seguro de vida que aún se aventuran al México negro a cubrir la violencia, o las editoras web freelance que arman la enésima nota sobre el meme de moda.
El Presidente, sus fanáticos y el mexicano que ya desconfiaba de la prensa no entienden que no todos somos Loret. Ojalá.