Olivia Sudjic en Expuesta, Un ensayo sobre la epidemia de la ansiedad, libro editado por Alpha Decay, habla de la ansiedad como el gran achaque en cuestión de salud mental de la generación millennial. Este libro, partiendo desde la esfera de lo relacionado con la literatura, habla del problema de la exposición de tal forma que se puede extrapolar a otras profesiones y oficios. El ensayo parte de una cita de Amo a Dick, novela de Chris Kraus: «¿Por qué todos piensan que las mujeres se degradan a sí mismas cuando exponen las condiciones de su degradación?». Precisamente, el ser mujer es un añadido más en cuanto a términos de sobreexposición se refiere, pero nadie se libra de esta permanente interacción en la que quien trabaja en un bar, cafetería o restaurante, se está mostrando en algo tan personal como es el puesto de trabajo
Sergio Mendoza, de El Observatorio, El Almacén y El Astrónomo considera que «El desgaste emocional es fuerte. Puede saturar y hacer que dejes tu vida social de lado por sobredosis. Las situaciones incómodas que sufro yo, las llevo bien. Se hace más raro cuando ves que las sufre alguien del equipo y tienes que ver cuál es el punto límite de intervención. Pero es algo que puede haber pasado una o dos veces en cuatro años».
J. prefiere no revelar su nombre. Esta persona destaca que «obviamente siempre vas a tener que atender a la gente con una sonrisa a la clientela. Ser agradable, aunque no te apetezca sonreír ese día, independientemente de ello tienes que hacerlo. Ser autónomo conlleva ir a trabajar aunque te encuentres mal, o tengas un mal día. Si es tu negocio, tienes que intentar buscar esa sonrisa permanente. Otra cosa es si eres empleado».
Hemos vivido situaciones con clientes, que son reiterativos, que nos han enseñado a protegernos. Si los vemos venir, evitamos estar presentes, nos “escondemos” en la medida de lo posible en la cocina, en el baño. O nos llamamos entre los trabajadores para cortar la conversación que está tratando de mantener el cliente y así esquivalarla. Es lo que surte más efecto».
Al respecto, Sergio Mendoza rescata una desagradable situación, ahora convertida en anécdota: «La peor situación que hemos tenido (y casi la única, tenemos una clientela muy tranquila) fue cuando nos reservaron 8 tíos y nos repitieron 3 veces que eran una sociedad gastronómica y que iban a hacer fotos a los platos. Hasta me lo tomé en serio.
Llegaron tarde, servicio perfecto. 8 tíos señores casados de unos 40 que pedían cosas como “vino? El más caro”. Pronto nos dimos cuenta que no tenían ni idea: pensaron que los bocatines de sepia eran de pollo y que no se esperaban el ceviche crudo.
Ego a tope. Conversación de tias y fiesta. Babosos con la camarera V, de veintidós años. Repitieron de casi todo, hasta del vino caro. Al sacarles la cuenta le dijeron que pensaban pagar veitiseis euros por cabeza como mucho. La otra camarera, A, de 45 añitos, cogió el datafono, se plantó en la mesa y les cobró hasta el aire.
Fueron desagradables hasta al despedirse de V. Dejaron una reseña en Tripadvisor diciendo que les había parecido caro, malo, etc. Nuestra respuesta en Tripadvisor (mal que lo diga yo) fue brillante. Básicamente describí lo que nos había pasado con la manadita. Al día siguiente nos arrancaron medio jazmín. Ahora veo que la reseña ya no existe».
“comentarios machistas, frases fuera de lugar, intentar constantemente ligar contigo…”
No es la única historia de confrontación con clientes masculinos. Desde un local de la ciudad en el que prefieren mantener el anonimato, cuentan que un cliente, representante de las masculinidades tóxicas, de esas que practican un comportamiento de cromañón con el que se autovalidan como machos —perdón con el prejuicio respecto a los cromañones, dado el marco social en el que se inscribieron, es probable que fueran mucho más educados que el señor de esta historia—, al consumir un café se acercó a la barra para espetarles un poco contrastado y nulamente edificante «tenéis un café de mierda». No contento, calificó el trato recibido con palabras similares. Pero volvió otro día. Y pidió café. Y volvió. Un sistema de cortejo —o de lo que sea— tan asqueroso como el de los loros de frente blanca, que vomitan unos sobre los otros a la hora del cortejo.
«Es mucho peor la exposición de una mujer que la de un hombre, ese mostrarse al público es hacerte vulnerable. Si son hombres, se creen con la libertad de decirte cualquier comentario: comentarios machistas, frases fuera de lugar, intentar constantemente ligar contigo. Se creen con el derecho de decirte cualquier cosa. Creo que a un hombre no le habrían dicho lo de “tenéis un café de mierda”, el tipo no se habría atrevido. También sucede que nos encontramos con mujeres que te cuentan su vida y no se percatan de que no tienes tiempo. Esto es mucho menos problemático, pero puede que si fuera un chico quien estuviera atendiendo no se sentirían con la confianza para no parar de charrar. Tanto por parte de gente agradable como desagradable, pensamos que por el hecho de ser mujer tenemos que soportar más situaciones incómodas».
Mendoza considera que «la exposición que siente una mujer de cara al público es peor, como en el resto de ámbitos sociales. Pero también es un tema delicado para los hombres. Por suerte no tenemos muchos clientes pesados. Supongo que porque no somos ocio nocturno ni de alcohol descontrolado. Tenemos más personas intensas por redes sociales. Ahí sí prácticamente todo son mujeres». Las redes sociales son otro tema. Tras la barrera de la pantalla, que oculta la veracidad que hay en las conversaciones cara a cara, se produce una constante interacción que se deprende —negativamente hablando— de los límites y las normas de educación con las que cumplimos en la vida real. Esto, sumado al oversharing, es decir, la sobreexposición en redes sociales, incrementa la sensación de invasión de la privacidad que sufre el personal de hostelería.