Recuerdo que cuando me ofrecieron trabajo en Washington, D.C. enviaron la carta oficial con la propuesta a mi antigua dirección en la zona de Coyoacán, en la Ciudad de México; además de un correo electrónico, naturalmente, porque en México el correo no se utiliza para este tipo de cosas y la carta tardó mucho en llegar (pero tenían obligación de enviar ambos). En ese entonces vivía en un pequeño departamento de una pequeña vecindad donde recuerdo haber sido muy feliz. Y cuando me llegó la famosa comunicación con mi dirección de aquel entonces pensé que la persona del área de recursos humanos – desde su oficina en una calle del centro de Washington – no tendría mucha idea de cómo se escribía “Coyoacán” (o cualquier otro nombre por el estilo) ni sabría qué tipo de barrio o vecindario sería este ni nada por estilo. De la misma manera pienso en una comunicación oficial recibida hace unos años en mi oficina en Washington donde una institución de México le notificaba directamente al Presidente de mi organización sobre un cambio de enlace oficial y reiteraba los “lazos de asociación” entre ambas organizaciones y solicitaba un encuentro oficial para notificar sobre dicho evento. Recuerdo que el presidente de mi institución no entendía el objetivo de la reunión, pues era un tema meramente protocolario.
Y así podría imaginar muchos más escenarios y eventos en donde ambos países actuamos en automático y atribuimos razones, formas de pensar y lógicas al vecino que no necesariamente corresponden a la manera en que se hacen las cosas de forma cotidiana del otro lado. Si bien los dos ejemplos que pongo son burdos y simplones, la realidad es que esta forma de operar no se queda solamente en la manera en que nos comunicamos, sino también, en las razones de porqué lo hacemos y que con frecuencia, pensamos que el otro conoce bien.
Podría incluso decir que en ocasiones, después de muchos años de ser testigos de varios traslapes culturales, México y Estados Unidos (su sociedad y cultura) son mucho menos parecidos de lo que imaginamos; y ello es algo que me ha sorprendido desde siempre, porque yo imaginaba que la Ciudad de México y Washington estarían más cerca una de la otra, y la realidad es que a veces, no es así. A veces creo que Washington está más cerca de Berlín y México de París.
Pero por lo mismo, quizá valdría la pena extrapolar el ejercicio anterior a la política y no asumir que cuando el vecino hace cosas tiene cierta lógica que nosotros le atribuimos. A veces lo hace, como en el caso de las cartas y las comunicaciones, porque es protocolo, es su cultura o es su tradición; le habla a audiencias internas y cometemos el error de pensar que hace cosas para mandar señales específicas. Creo que no es así. Creo que la explicación en la relación de ambos es mucho más simple y menos sofisticada: cada uno hace cosas porque está en su naturaleza, y eso lo define. Si aplicamos esta perspectiva, creo que podríamos revalorar la relación entre ambos a la luz de otra óptica.