Anoche, luego de terminar unas lecturas pendientes del curso virtual para el máster que estoy llevando, me quedé viendo televisión.
Haciendo zapping encontré El demoledor, aquella película de 1993 con una Sandra Bullock y un Sylvester Stallone físicamente más naturales y de rostros menos aplanchados, y Wesley Snipes en el papel del villano de villanos.
Para esa época, la historia era puro futurismo en una sociedad distópica. El policía John Spartan (Stallone) y el convicto Simon Phoenix (Snipes) son descongelados —los habían embalsamado así como castigo por las tortas del primero y las fechorías del segundo— en un Los Ángeles de 2032.
En ese año del futuro, que para nosotros está a la vuelta de la esquina, los autos son inteligentes (se tenía la opción de conducción automática o de conducirlos como se hace desde el modelo T de Ford en 1908), las viviendas tienen sistemas de iluminación que funcionan a una orden de voz, hay videoconferencias, los sistemas detectan cuando se comete una infracción moral o legal (y te imprimen el parte ahí mismo) y las computadoras lo controlan todo.
En una escena, Spartan (Stallone) introduce un pequeño disco compacto en un lector de un equipo para ver un video.
En el año que salió el film, dominaban los cassettes de música y de videos (Betamax o VHS). Ya se escuchaba algo sobre los CD y DVD. El mini CD lo vimos luego del 2000. El cambio venía. Internet empezaba a desplegarse con tecnología “de banda ancha” dial-up (vía la conexión de teléfono fijo).
Al dueño de la cadena Blockbuster le ofrecieron un sistema para distribuir películas a través de Internet, como lo hacía Napster con la música entre 1999 y 2002. La historia la conocen. Fue la misma década que finalizó con la crisis financiera en Estados Unidos, que llegó a golpear a empresas en Costa Rica.
Justo antes de la crisis, Apple lanzó el iPhone, los operadores avanzaron a tecnología de tercera generación (3G), vino la explosión de las redes sociales y Google y Facebook amasaban fortunas con la publicidad digital.
Para los siguientes años el cambio fue acelerado. La publicidad digital, las tiendas en línea, los servicios y apps de entregas (delivery) y la omnicanalidad crecieron, impactando al turismo, restaurantes, tiendas, comercios y otras industrias. Algunos lo estaban aprovechando y, cuando llegó la pandemia, estaban preparados.
Al frente de donde vivo una cafetería logró sostenerse en medio del confinamiento con el delivery y promocionándose en redes sociales. Una heladería, unas tiendas y boutiques, una academia de idiomas y un centro de estudios técnicos, entre otros, ni siquiera pudieron reaccionar.
Entre una crisis y otra habían pasado diez años. La crisis provocada por la pandemia fue inesperada, aunque los contagios y cierres de ciudades y fronteras surgieron desde finales de octubre de 2019. También la crisis inmobiliaria había sido advertida tanto como, antes del 11 de setiembre de 2001, ya los servicios de inteligencia sabían quién era Bin Laden.
En El demoledor, que recordemos fue lanzada en 1993, Lenina Huxley (Sandra Bullock) le cuenta a Startan de una serie de epidemias que han azotado el mundo.
Los humanos tenemos la tendencia de hacer caso omiso de las advertencias. Vemos la señal de Alto o la luz amarilla del semáforo y aceleramos. Nos dicen cuáles alimentos y bebidas son dañinas para la salud: seguimos como si nada. En política podríamos hacer el ejercicio. No hacemos caso y terminan siempre echando la culpa al mensajero.
¿En este momento cuáles son las advertencias para empresas y en empleo?
Hago una rápida revisión y me encuentro una cantidad de artículos que hay, por ejemplo, en el Foro Económico Mundial sobre los problemas de bienestar y salud mental debido a la pandemia, en teoría. Sigo navegando para encontrar las tendencias. Busco más. Nada…
Hasta que me doy cuenta: ¡esa es la tendencia!
Como toda preocupación en estos organismos, no es un tema gratuito. La revalorización de la salud y el bienestar impacta los negocios no solo en los productos y servicios que demandan los consumidores. También en el área laboral.
En los países desarrollados, las personas optan por renunciar para crear negocios propios, trabajar como freelance, irse de nómadas digitales, escribir o sobrevivir un tiempo con los ahorros.
En nuestros países, los jóvenes empiezan a fijarse en si las empresas (locales o internacionales) brindan trabajo flexible (en cualquier lugar y a cualquier hora), paquetes de beneficios y cultura de equidad, no discriminación y sostenibilidad. Y esa tendencia contagia a las otras generaciones.
Hoy sabemos que podemos trabajar con la playa o un bosque como paisaje por la ventana de la oficina. Como en todo, algunas empresas están más dispuestas a brindar esas facilidades de primero, otras esperan a ver qué ocurrirá y en no pocas no quieren que ni se mencione la posibilidad. Solo que no aprendemos de los antecentes.
Durante la pandemia muchas compañías despidieron personal o ajustaron contratos, jornadas y salarios. Las personas, cuyos gastos familiares no podían cambiar en igual proporción, tuvieron que buscar ingresos.
Con la reactivación, aquellas empresas volvieron a ocupar personal. Buena parte de los exempleados —que tenían la experiencia e idioma— estaban laborando especialmente en firmas internacionales. También he publicado en la sección de Pymes de EF varias historias de emprendedores que iniciaron un negocios y no piensan dejarlo ahora que ya cambiaron su chip mental y ven que les permite estar cerca de sus familias o tener tiempo propio.
Ya antes de la pandemia, a muchas empresas locales les sucedía que los colaboradores o los mejores candidatos que les llegaban preferían las firmas internacionales. Había muchas quejas de empresas locales que hacían toda una inversión en reclutamiento, entrevistaban cualquier cantidad de candidatos y candidatas, elegían a alguien y al final las personas elegidas ni se aparecían ni avisaban.
Hoy uno ve muchas personas buscando opciones en las compañías globales, especialmente. También hay quienes exploran tener su negocio propio, especialmente basado en alta tecnología (ya sea startup o fintech u otra) y miran oportunidades fuera del país. ¿Las empresas pueden seguir dándose el lujo de que su talento se vaya a otro lado o de no encontrar lo que necesitan? Las señales están ahí. Hay dos opciones.
En la escena final del El demoledor, Spartan (Stallone) besa a la heroína, en lugar del método virtual con cascos de realidad inmersiva ( como en el metaverso, diríamos hoy) de una escena antes del desenlace. Todas y todos estaremos de acuerdo en que, en este caso, la experiencia tradicional es mejor a la virtual. ¿O no?
A diferencia de la película, sin embargo, no siempre es posible ni recomendable para las empresas seguir haciendo las cosas como en los viejos tiempos.