La aparición de un Donovan nos lleva a colgarnos de su éxito y sentirlo como nuestro sin importar el nulo interés que hayamos podido mostrar antes.
La historia de Donovan Carrillo en los Juegos Olímpicos de Invierno en Beijing nos ha puesto, a todos, en un escenario conocido. Habitual en este tipo de competencias.
Evidentemente no me refiero al dominio de su deporte, el patinaje artístico, sino al oportunismo con el que solemos reaccionar ante resultados como el suyo. Hoy, se trata de Donovan, pero antes de él ha habido otros, en otras disciplinas que, como la suya, navegan en total obscuridad durante cada ciclo olímpico, y sólo ven la luz, si algún atleta consigue algo sobresaliente. De lo contrario, permanecen en la sombra. Olvidadas. Ignoradas.
La inmediatez con la que vivimos hoy, impulsada por la vorágine con la que se comportan las redes sociales, parecen obligarnos a opinar de todo lo que sucede en el deporte valiendo completamente madre el conocimiento o seguimiento que hayamos podido tener o hacer antes de cada resultado. Poner un tuit o subir una foto es muchísimo más oportuno; y hasta necesario, que anticipar un buen desempeño o “quemar” tiempo aire o caracteres en un atleta que no nos ofrezca suficientes garantías.
Todo lo anterior, cabe para todos los que nos dedicamos al periodismo o al análisis deportivo. Hablemos de lo que hablamos siempre, y hablemos cada vez más. Y sólo cuando Donovan, o cualquier otro “se lo merezcan”, entonces pongámosles atención.
Para los aficionados, sobre todo en México, funciona más o menos igual. Ante las poquísimas historias de éxito que contamos como país en desarrollo, una como la de Donovan Carrillo se tiene que gritar y presumir a los cuatro vientos. Y a ese carro se buscan subir todos. Igual que la enorme mayoría de periodistas, los aficionados que hoy han visto los resúmenes de las rutinas de Donovan en China, hace dos semanas no tenían idea de quién era, dónde se había preparado o qué proceso llevó para estar en Beijing.
El año pasado se celebraron los Juegos de Tokio. La cosecha de medallas de México fue muy pobre y eso bastó para que se dijera, a todo pulmón, que Japón había sido una de las peores ediciones para el deporte mexicano. A nadie le importó el número de finales a las que se accedió. El mayor entre los últimos ciclos olímpicos. Así como hoy sí fue importante que Donovan Carrillo se clasificará a la final de su deporte, el año pasado ese logro, si no se acompañó de una medalla, no sirvió de nada.
Estamos tan ávidos de éxitos, tan necesitados de resultados por nuestra propia condición de país, que en los deportes más o menos conocidos sólo nos vale la medalla. Y en los que ignoramos por completo, una presencia en la final nos basta, porque lo que necesitamos es identificarnos con algo o alguien ganador. Con tan pocos casos así, la aparición de un Donovan nos lleva a colgarnos de su éxito y sentirlo como nuestro sin importar el nulo interés que hayamos podido mostrar antes.
Hoy se trató de los Juegos de Beijing, pero en dos años y medio serán los de Paris. De aquí y hasta entonces poco hablaremos nosotros de todos esos atletas que durante los próximos meses se dejarán el alma para estar en unos Juegos Olímpicos. Y poco o nada le importarán a la gente hasta el día de la competencia cuando, como perros hambrientos, estemos a la espera de una medalla para sentirnos orgullos de nuestro deportista o, en caso de no conseguirla, seguirlo ignorado como hasta ahora. Por eso con la historia de Donovan Carrillo, hagamos todos un mea culpa.