Él no tomó el camino habitual hacia la psicología; después de graduarse de la Universidad de Columbia en Nueva York, viajó por todo el país pidiendo aventón, trabajó en barcos de pesca en Alaska, luego como guía de “rafting” en aguas bravas —“todo muy a la Jack London”— y como recaudador de fondos de Greenpeace. Al ingresar a la escuela de posgrado a los 30 años, se enamoró naturalmente de la disciplina de la “ecopsicología”.
En aquella época, la ecopsicología era, como él decía, un “área cuestionable”, con colegas que profundizaban en rituales chamánicos y en la ecología profunda de Jung. Doherty tenía un enfoque más convencional, para los efectos fisiológicos de la ansiedad. No obstante, había recogido una idea que, en aquel momento, era novedosa: que las personas podían verse afectadas por el deterioro ambiental aunque no estuvieran físicamente atrapadas en una catástrofe.
Las investigaciones recientes no dejan lugar a dudas de que esto ocurre. Una encuesta realizada en diez países a 10.000 personas de entre 16 y 25 años, publicada el mes pasado en The Lancet, reveló índices de pesimismo sorprendentes. El 45 por ciento de los encuestados afirmó que la preocupación por el clima afectaba de manera negativa su vida cotidiana. Tres cuartas partes dijeron que creían que “el futuro es aterrador” y el 56 por ciento aseguró que “la humanidad está condenada”.
El golpe a la confianza de los jóvenes parece ser más profundo que con amenazas anteriores, como la guerra nuclear, explicó Clayton. “Definitivamente hemos enfrentado grandes problemas antes, pero el cambio climático se describe como una amenaza existencial”, aseguró. “Afecta la sensación de seguridad de las personas de una manera básica”.
Caitlin Ecklund, de 37 años, una terapeuta de Portland que terminó sus estudios de posgrado en 2016, dijo que nada en su formación —en temas como el trauma enterrado, los sistemas familiares, la competencia cultural y la teoría del apego— la había preparado para ayudar a las mujeres jóvenes que comenzaron a acudir a ella describiendo la desesperanza y el dolor por el clima. Ella recuerda esas primeras interacciones como “fallos”.
“El tema del clima da mucho miedo, así que me dediqué más a calmar o normalizar”, dijo Ecklund, que forma parte de un grupo de terapeutas convocado por Doherty para debatir los enfoques del clima. Ha significado, dijo, “deconstruir parte de ese asesoramiento formal de la vieja escuela que ha hecho implícitamente de las cosas problemas individuales de la gente”.