La historia de la Selección Mexicana suele ser más o menos la misma cada cuatro años. Arrastra la dignidad en las Eliminatorias y la atmósfera se inunda de fatalismos. “¿A qué vamos al Mundial?”, se preguntan prensa y afición al unísono.
El soporífero empate que México firmó contra Costa Rica en la cancha del Estadio Azteca es solo el más novedoso de los síntomas de un paciente que vive enfermo. La indignación volvió a surcar los aires para solicitar la revocación del único culpable: “¡Fuera Tata!”, se escuchó en las gradas.
Hay dos opciones para tratar de comprender ese postulado de los críticos: es la primera vez que siguen un proceso mundialista o bien padecen amnesia. En cada ciclo mundialista el círculo vicioso se eterniza.
Cierto es que este equipo ha exhibido un notable bajón en su nivel de juego. Poco queda del sonriente Gerardo Martino que llegó al Tri en enero de 2019. Sus gestos lo delatan. La autocrítica es casi nula y los ataques, que cada vez suben más de tono, parecen causarle indiferencia.
Con matices novedosos, pero el guion desborda reciclajes por doquier. Se trata de la mejor y más exitosa obra de teatro jamás montada. La afición ya tiene muy bien asumido su papel: hay que demandar resultados de primer nivel a un equipo siempre ha vivido anclado a la modestia.
México bien podría ser la Selección que más expectación genera a nivel global. La ilusión, se sabe, no tiene asidero racional. El odio tampoco. Por eso, y por paradójico que resulte, la bipolaridad suele ser la única constante en la opinocracia vinculada al tricolor. Todo es blanco o negro. Con esa dinámica enraizada, resulta complejo entender por qué se gana cuando se gana y por qué se fracasa cuando se fracasa. Qué lejos se está de comprender que el futbol es más que un estado de ánimo.
La adherencia se puede ganar o perder en un instante. Así un “entrenador inútil que solo convoca a sus consentidos” puede convertirse en genio incomprendido en tiempo récord. Y viceversa. Que nadie se extrañe si en diciembre de este año pululan cartas en redes sociales pidiendo perdón a Tata Martino.
Basta con recordar el proceso más reciente. Juan Carlos Osorio pasó de charlatán a prócer de la patria en cuestión de veinte minutos. El romance duró una semana. Cuando México fue eliminado de Rusia 2018, la masa se regodeó en el contexto: nunca le creímos a ese vendehumo, exclamaron coralmente.
México siempre sufre para llegar al Mundial. La comodidad con la que se avanzó en los procesos de Ricardo La Volpe y Juan Carlos Osorio es la excepción a la regla. El tricolor irremediablemente se complica contra los rivales de Concacaf.
Se ha repetido hasta el hartazgo, como si de axioma de tratara, que México “contra los buenos juega bien y contra los malos juega mal”. Todo cliché está compuesto por una pizca de verdad. La razón de ese comportamiento aparentemente ilógico es muy simple: en la zona, el Tri debe lidiar con equipos que se encierran y juegan al contragolpe. En Mundiales y otros torneos reputados, los aztecas miden fuerzas con plantillas generalmente más fuertes; equipos que comparten la iniciativa.
La Selección Mexicana siempre jugará mejor cuando sea vista por debajo del hombro. Y contra los rivales de Concacaf padecerá. Ese es el destino ineludible. Llegará el Mundial y los verdes ganarán algún partido que hinchará de orgullo al país. El Tri calificará a Octavos de Final y ahí, sin importar las circunstancias, el resultado será el mismo: desilusión y mil preguntas para tratar de entender por qué no son tan buenos como todos creían.
En las Copas del Mundo, México siempre reclama el lugar que le pertenece. ¿Quién puede decir que está entre los 16 mejores del mundo en lo que hace? Los nuestros no son tan malos como el drama coyuntural sostiene ni tan buenos como se dice cuando el triunfalismo deslumbrante se hace presente.
Pero finalmente así funciona la teoría del globo: inflarlo hasta donde sea posible para fingir sorpresa cuando finalmente reviente. La próxima vez que alguien pregunte: “¿A qué va México al Mundial?”, bien se le podría responder: a lo mismo de siempre.